La música, blanco de la guerra entre narcos
Cada vez son asesinados más miembros de bandas; sus canciones son crónicas sociales de la violencia
CIUDAD DE MÉXICO.- Eran 18 y sólo uno pudo salvarse. El último concierto de Kombo Kolombia fue una trampa que acabó con la vida de 13 músicos y cuatro miembros de su equipo. La banda, que había adquirido notoriedad en el estado mexicano de Nuevo León con sus vallenatos y otros ritmos colombianos, fue invitada a actuar, en la madrugada del viernes 25 de enero, en una fiesta privada en la cantina La Carreta, en el municipio de Hidalgo.
Al terminar la actuación los artistas fueron secuestrados. Fuera del local quedaban sus camionetas y, esparcidas por el suelo, las anotaciones con el repertorio que acababan de interpretar. Uno de ellos pudo escapar y señalar el lugar donde dos días más tarde aparecerían los cadáveres de sus compañeros -golpeados y con el tiro de gracia- en un rancho sobre la carretera Monterrey-Monclova (Coahuila). La zona se la disputan el cartel del Golfo y el de Los Zetas.
Las autoridades mexicanas detuvieron ya a una persona vinculada con la matanza, que presuntamente actuó como "halcón" o vigilante de sus autores. Un vocero del gobierno estatal atribuyó el crimen al cartel de Los Zetas; según la Agencia Estatal de Investigaciones, el grupo realizaba presentaciones en lugares controlados por el cartel del Golfo. José Isidro "N", conocido como "el Pichilo", presunto jefe zeta en la región, habría orquestado el asesinato.
El asesinato de músicos es un delito bastante común en México, aunque hasta ahora estos crímenes se habían centrado en artistas que incluían en su repertorio las aggiornadas versiones de los típicos corridos mexicanos, conocidas como "narcocorridos".
El más sonado fue el de Valentín Elizalde, quien el 25 de noviembre de 2006 ofreció un recital en Reynosa (Tamaulipas) para, al concluirlo, dirigirse supuestamente a participar en un concierto "privado". Nunca llegó. Individuos con fusiles AK-47 lo asesinaron en su vehículo junto a otras dos personas.
Se dijo entonces que Elizalde fue acribillado por cantar dos veces en su concierto la canción "A mis enemigos", que era utilizada en Internet por los sicarios del cartel de Sinaloa para amenazar a Los Zetas. Los hermanos de Elizalde, todos músicos, decidieron no volver a interpretar corridos violentos, ni indagar sobre la muerte de Valentín, ni pedir explicaciones a las autoridades. Apenas unos días después fue asesinado Javier Morales, de Los Implacables del Norte.
Desde el primer muerto "oficial", Chalino Sánchez, abatido en 1992, la lista negra es larga.
Por ello, la mayor parte de quienes cultivan este subgénero se mantienen ahora en el anonimato y se dedican a las fiestas privadas.
En Sinaloa, hay intérpretes que componen narcocorridos por encargo y reciben entre 3000 y 16.000 dólares. La procedencia del dinero no importa: "Nuestro trabajo es componer. No somos policías para andar investigando cuál es el origen del dinero de quien nos pide una canción; se cierra el trato y punto", asegura Alberto Cervantes, de Explosión Norteña, que se salvó tras sufrir un atentado en Tijuana.
Desde la revolución (Pancho Villa y Emiliano Zapata tenían sus corridos), la música norteña sirve de esparcimiento y cronista social al margen del poder y de los medios. A ritmo de polca, cumbia o vals, ensalza a héroes y villanos. A los contrabandistas del siglo pasado les suceden, en el imaginario popular, los barones de la droga.
Para José Manuel Valenzuela, autor del libro Jefe de jefes: corridos y narcocultura en México , "los narcocorridos participan en la elaboración de crónicas sociales, ofreciendo diversas perspectivas, muchas veces críticas a las versiones oficiales".
Juan Carlos Ramírez-Pimienta, de la Universidad de San Diego, tiene localizado el primer corrido con las drogas como protagonistas: "Por morfina y cocaína", grabado en Texas en 1934.
El subgénero cobraría nuevos bríos en 1972 con el tercer álbum de Los Tigres del Norte, Contrabando y traición , que incluye el tema homónimo, también conocido como "Camelia, la texana". Un éxito sin precedente que sería llevado al cine y, recientemente, al teatro.
Y aunque hoy la mayoría de los estados mexicanos prohíben su difusión pública, su éxito popular es incuestionable.
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