El fallecido mandatario de Chile era un raro ejemplo de construcción de puentes entre posiciones ideológicas totalmente opuestas
Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly. El autor es su editor general y vicepresidente de la Americas Society and Council of the Americas
WASHINGTON.- No bien se conoció la noticia de la muerte del expresidente Sebastián Piñera en un accidente de helicóptero el pasado martes, los homenajes empezaron a llegar, y algunos de lugares francamente inesperados.
“Como todos saben no teníamos las mismas ideas”, escribió en sus redes sociales la expresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, en relación a Piñera. “Pero nos unió siempre una relación de mucho respeto: él era un hombre de derechas pero profundamente democrático. Recuerdo con afecto su sentido del humor y la calidez de su familia, a la que conocí en Chile. Para ellos todas mis condolencias.”
Conocí a Sebastián Piñera siendo ambos Presidentes, recuerdo cuando nos acompañó en los festejos del Bicentenario junto a los demás mandatarios de toda la América del Sur. Como todos saben no teníamos las mismas ideas, pero nos unió siempre una relación de mucho respeto: él era…
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) February 6, 2024
Las expresiones de los líderes de todo el espectro ideológico latinoamericano -hasta el venezolano Nicolás Maduro posteó una breve declaración con una foto-, dan testimonio de la personalidad única y de la política distintiva de Piñera.
Nos unimos al duelo que embarga al pueblo de Chile ante el lamentable fallecimiento del expresidente Sebastián Piñera. Desde Venezuela extendemos nuestras sinceras palabras de apoyo y solidaridad deseándole fortaleza a todos sus familiares y amigos. ¡Paz a su alma! pic.twitter.com/96mfZ7ckJQ
— Nicolás Maduro (@NicolasMaduro) February 6, 2024
Megamillonario, banquero y aventurero, Piñera mantuvo su costumbre de tomar notas con un bolígrafo Bic incluso mientras ejercía la presidencia, en los períodos 2010-2014 y 2018-2022. Piñera fue fundamental para conducir a la derecha chilena hacia la era democrática post-Pinochet, para mantener la cohesión del país durante las protestas por lo general violentas de 2019 y también durante la pandemia, y finalmente para dar espacio a una nueva generación de dirigentes chilenos.
Pero la reacción ante la trágica muerte de Piñera también nos permitió entrever cómo se vería la política latinoamericana si sus líderes mantuvieran un trato más civilizado sostenido en el tiempo. Los beneficios serían enormes, y no solo en términos humanos, sino también económicos.
De hecho, basta comparar las manifestaciones de esta semana sobre la muerte de Piñera con el reciente intercambio entre los presidentes de Colombia y Argentina, Gustavo Petro y Javier Milei. Cuando Milei ganó las elecciones, el noviembre pasado, Petro, que ya previamente había comparado a Milei con Hitler, dijo que la victoria del argentino era “triste para América Latina”. Y en una entrevista por televisión del mes pasado, Milei llamó a Petro “comunista asesino”: al día siguiente, el embajador de Colombia en Argentina fue convocado a consulta por el gobierno de Bogotá.
Ese tipo de intercambios ciertamente no son la regla en América Latina, y muchas de las cumbres regionales se caracterizan por una agenda potente y por genuinas expresiones de camaradería. Pero los petardos y fuegos de artificio tampoco son precisamente excepcionales.
En su reciente libro, Vamos, el expresidente del BID, Luis Alberto Moreno, relata un encuentro de presidentes en México en 2010 que en determinado momento estuvo a punto de irse a las manos. El colombiano Álvaro Uribe llamó “hipócrita” al venezolano Hugo Chávez por declarar un embargo comercial contra su país mientras se oponía al bloqueo sobre Cuba. Cuando Chávez amagó con dejar el salón como forma de protesta, Uribe dijo: “No sea cobarde”. La sala estalló en gritos, el nicaragüense Daniel Ortega le dijo “¡Callate!”, y “un par de presidentes levantaron el puño cerrado y empezaron a amagarse con golpes, como si realmente estuvieran a punto de agarrarse a trompadas”, recuerda Moreno.
Finalmente la calma se restableció, sin que nadie lanzara un puñetazo. Pero como reflexiona Moreno a continuación: “Los momentos como esos siempre los recordaba más tarde, cuando estábamos sentados en reuniones del BID, devanándonos la cabeza para tratar de entender por qué las economías latinoamericanas no estaban más integradas y conectadas. ¿Por qué no había más intercambio comercial, más puentes, más rutas entre los países? Bueno, una de las principales razones eran ese tipo de enfrentamientos personales.”
Los datos sugieren que Moreno tiene razón. El comercio entre los países latinoamericanos representa menos del 20% del comercio general de la región. Es la mitad del nivel de comercio intraregional de que existe en Europa Oriental y en Asia Central, y apenas un tercio del nivel en el Este de Asia, según datos del FMI. En los últimos años son incontables los grupos de expertos que señalan que un mayor nivel de intercambio comercial, de inversiones y de infraestructura en común entre los países latinoamericanos redundaría en miles de millones de dólares en crecimiento económico y creación de puestos de trabajo.
Por supuesto que la integración enfrenta otras dificultades, como la compleja geografía latinoamericana a lo largo de las fronteras nacionales: basta pensar en el Amazonas en Brasil. Pero la falta de confianza entre los líderes y, por tanto, entre los gobiernos, es un factor que probablemente sea subestimado. Los recientes expresidentes de la Argentina y Brasil, Alberto Fernández y Jair Bolsonaro, pasaron años criticándose mutuamente sin haber casi hablado en persona, y diplomáticos de ambos países dicen que eso tuvo un efecto paralizador en el Mercosur, el siempre problemático bloque comercial de América del Sur.
Muchos de estos enfrentamientos no responden a diferencias de personalidad, sino a profundas grietas ideológicas. En el nivel más esencial, probablemente se trata de la brecha entre ricos y pobres de América Latina, la más grande del mundo, que empuja a los políticos a formar bloques de izquierda y de derecha tan fuertemente opuestos que a menudo el diálogo se dificulta. No es casual que en los últimos años también la política norteamericana se haya vuelto más virulenta, a medida que en Estados Unidos fue creciendo la desigualdad.
Y, sin embargo, la civilidad sigue siendo posible, en América Latina y en otros lugares. La cumbre del Mercosur convocada por el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, concluyó con una agenda sólida y sonrisas de oreja a oreja, incluso de parte de los presidentes conservadores de Uruguay y Paraguay. El sucesor de Piñera en Chile, Gabriel Boric, también se portó de manera ejemplar y saludó calurosamente la victoria de Milei. Si otros presidentes y funcionarios de toda América Latina pudieran comprometerse a mantener relaciones menos ideológicas y más “de Estado a Estado”, el beneficio económico y geopolítico sería incalculable.
Podríamos llamarlo “el dividendo de la civilidad”.
Y sería una excelente manera de honrar la muerte de un admirado líder latinoamericano.
Americas Quarterly
Traducción de Jaime Arrambide
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