El coleccionista de arte y experto en alta cocina que se hizo inmortal entre los fanáticos del cine de terror
Alcanzó su consagración en el género a comienzos de la década de 1960 como protagonista de un extenso ciclo de películas basadas en clásicos relatos de Edgar Allan Poe, dirigidas por Roger Corman; allí quedó definitivamente a la vista su estilo elegante, distinguido, malicioso y apoyado en un extraordinario uso de la voz
En la selecta lista de figuras del cine de todos los tiempos identificadas de inmediato y para siempre con un género, el nombre de Vincent Price aparece en todos los casos junto a una etiqueta en la que se lee la palabra “terror”. El propio actor alimentó de todas las maneras posibles esa asociación con un deleite que todavía sigue presente en el recuerdo de sus fans cuando ya pasaron algo más de tres décadas de su fallecimiento, el 25 de octubre de 1993.
A muchos todavía les queda como principal recuerdo de la vida y la obra artística de Price un puñado de colaboraciones y aportes con artistas que lo ayudaron a llegar a públicos más nuevos y más jóvenes. En la última década y media de su vida, Price recibió el reconocimiento de uno de sus más grandes admiradores, Tim Burton, a través de un papel (breve y decisivo al mismo tiempo) de anciano inventor en El joven manos de tijera (Edward Scissorhands, 1990). Más tarde participó con su voz en la grabación del disco Welcome to My Nightmare, del excéntrico Alice Cooper, y se convirtió en narrador del épico videoclip de “Thriller”, uno de los mayores éxitos de Michael Jackson, dirigido por John Landis.
Todo ese mundo ficticio de miedos, sustos, alucinaciones, apariciones fantasmales, conjuros, sobresaltos, escalofríos y relatos de ultratumba representado a la perfección por Vincent Price tuvo su momento de gloria en la primera mitad de la década de 1960, cuando se convirtió en el protagonista del gran ciclo de adaptaciones al cine de obras escritas por Edgar Allan Poe y dirigidas por Roger Corman, un experto en sacar agua de las piedras, tal vez el realizador más asociado en toda la historia del cine que mejores resultados obtuvo con mínimos recursos de producción.
De esas ocho películas, Price apareció en siete: La caída de la casa Usher (House of Usher, 1960); El pozo y el péndulo (The Pit and the Pendulum, 1961); Cuentos de terror (Tales of Terror, 1962); El cuervo (The Raven, 1963); La tumba de Ligeia (The Tomb of Ligeia, 1964); La máscara de la muerte roja (The Masque of Red Death, 1964), y una curiosidad, El palacio maldito (The Haunted Palace, 1963), título tomado de un poema de Poe que en realidad se inspira en una novela de H. P. Lovecraft, El caso de Charles Dexter Ward. En la programación del cine por TV que llegaba a los hogares argentinos en los años 70 estos títulos aparecían con frecuencia en el primer turno del Cine de Super Acción, que el viejo Canal 11 emitía todos los sábados por la tarde.
“En las películas de Poe se trabajaba duro, muy duro. La verdad es que Roger Corman nos trataba como esclavos. Pero también nos divertíamos”, dijo una vez Price, según consta en el extraordinario Diccionario de Cine Bizarro escrito por Diego Curubeto, sobre esta seguidilla de películas que rescató de la ruina al legendario estudio American International Pictures.
Fueron Corman y Price quienes sacaron al estudio de una ruina segura. En 1959, Samuel Z. Arkoff y James H. Nicholson, los dueños de American International, se enfrentaba a una encrucijada: o mejoraban la calidad de sus producciones o se encaminaban a la bancarrota. Corman acababa de crear su propia marca de producción, Filmgroup, y convenció al dúo para que pusieran todo lo que les quedaba en la caja fuerte para hacer una película de terror inspirada en la obra de Poe.
Corman filmó La caída de la casa Usher en 15 días a un costo de 300.000 dólares. La película se convirtió, en buena medida gracias a la magnética presencia en pantalla de Price, en un éxito inmediato y colosal. En menos de siete meses recaudó un millón de dólares, al menos tres veces más que la arriesgada inversión que hicieron a todo o nada Arkoff y Nicholson.
Price ya tenía un nombre ganado en el mundo del cine, pero nunca había logrado convertirse en un verdadero actor de culto, como ocurrió a partir de ese momento. Hasta allí asociábamos su figura a otro tipo de caracterizaciones, personajes y géneros. Era un actor de sólida formación teatral, interesado desde muy joven en el estudio de las bellas artes y las corrientes históricas que definieron cada etapa de su evolución.
Llegó al cine por primera vez en 1938 y en esas primeras incursiones casi siempre era convocado para interpretar a personajes de dramas románticos. Después se transformó en un eficaz actor de carácter, especializado en personajes inquietantes, excéntricos y sobre todo malévolos. Muchos recuerdan la primera etapa de su carrera por su presencia en clásicos como Laura (1944), de Otto Preminger y Mientras duerme Nueva York (While the City Sleeps, 1956), de Fritz Lang. Otros lo evocan desde su extravagante transformación en uno de los villanos menos conocidos de Batman en su celebrada serie televisiva de los años 60. Allí, Price personificaba con una descomunal cabeza calva en forma de huevo al Cascarón (Egghead).
Lo ayudó mucho desde el principio una de sus principales herramientas: la voz. Price era un hombre de gran estatura, porte elegante y poderosa presencia actoral, pero de a poco su trabajo en la pantalla empezó a notarse también a partir de lo que decía a través de una voz delicada, expresiva y muy musical.
Apoyado en ella entró definitivamente y por la puerta grande al cine de terror en 1953 como protagonista del clásico Museo de Cera (House of Wax), de André De Toth, una de las primeras experiencias de Hollywood con el 3D. Desde ese momento y a lo largo de un camino que registró hitos indiscutibles como La mosca de cabeza blanca (The Fly, 1953) y la mítica El aguijón de la muerte (The Tingler, 1959), Price se incorporó al Olimpo de los intérpretes más populares del género.
La serie de adaptaciones del mundo literario de Poe que Corman transformó en pequeños grandes clásicos del cine de terror Clase B perdura en el recuerdo y es revisada todo el tiempo por críticos, analistas y expertos. Las investigaciones más rigurosas sobre este ciclo tan feliz hablan en el fondo de una única película construida a partir de retazos, referencias y puntos en común que van llegando sucesivamente desde cada uno de sus títulos.
Todos ellos forman parte de un mismo sistema, como si estuviesen ejerciendo influencias recíprocas, en un diálogo constante y multiplicado. Basta con ver cómo empiezan en casi todos los casos. Historias de época que se ponen en marcha con la cámara acercándose de a poco a los contornos de alguna antigua y espaciosa propiedad situada en medio de un bosque o junto al mar. Allí llega siempre algún desconocido que no tardará en exponerse a toda clase de amenazas y peligros.
Price anda siempre por ahí con un aire que oscila entre la displicencia y la curiosidad por el arribo de un extraño. Lo que nunca le falta al interpretar a los personajes de las novelas de Poe es una notable elocuencia teatral en los gestos y en las palabras que muestran detrás de la delicadeza exterior un tono temible y amenazante. Si el trabajo del actor en estos verdaderos clásicos despertó por entonces y sigue despertando un enorme reconocimiento es por el modo extremo y casi manierista con el que envuelve su comportamiento.
El desborde, la exageración y los recursos propios de un intérprete llevados al límite por el absurdo siempre aparecen aquí plenamente justificados. Los personajes de Price en la serie de películas de Corman sobre el mundo de Edgar Allan Poe están llenas de afirmaciones desbordantes, de arrebatos y coqueteos con el delirio, los traumas de larga data y la locura. “Si había alguna duda de que estas películas se desarrollan en el teatro de la mente, Vincent Price estaba allí para dejarlo claro”, se lee en uno de los múltiples comentarios que aparecieron sobre las películas de Poe dirigidas por Corman.
De todas ellas, La máscara de la muerte roja aparece ante los ojos de los fans del terror como una de las mejores expresiones de lo que se entiende como “relato gótico”. Algunos críticos hicieron notar también el valor que tiene en la película (y en la propia interpretación de Price) el tipo determinado de aprovechamiento que Corman hace de la fotografía en color, a cargo de Nicolas Roeg, el futuro realizador de Venecia Rojo Shocking y El hombre que cayó a la Tierra.
Además de su trayectoria de brillante actor, Price fue un exquisito coleccionista de arte y un experto en el conocimiento de la alta cocina, especialidades a las que dedicó varios libros de su autoría o edición. El interés por estas cuestiones nació en la escuela secundaria y se profundizó al recibir como regalo de graduación por parte de su padre (un acaudalado fabricante de juguetes) un generoso y completo tour por los grandes museos y galerías de arte de Europa. Price llegó a dar conferencias sobre el tema y fue consultor de Sears (una de las grandes cadenas de venta minorista en Estados Unidos) en la compra de obras de arte para sus locales y tiendas.
En el capítulo dedicado a Price de su Diccionario de Cine Bizarro, Curubeto incluye esta obsesión a partir de una cita de la autobiografía de Arkoff: “Al final del ciclo Poe, a Price le pagábamos 80.000 dólares por película y mil dólares de gastos por semana. Cuando estaban filmando una de las últimas películas de Poe en Inglaterra quise visitarlo y me sorprendí de que su hotel estuviera en el peor barrio de Londres. Cuando llegué, quedé shockeado de lo malo que era. Ni siquiera tenía baño privado. ‘Me estoy comprando obras de arte con los mil dólares semanales. ¿Quién necesita un baño?’, me dijo Vincent”.
El ciclo de películas sobre textos de Poe también refleja en el cine todo ese costado curioso y refinado de la vida de Price. Del gesto deliberadamente afectado y melodramático, de la malicia que se desprende de su expresión y del inocultable toque de ironía que sazona cada palabra se nutre la obra de uno de los más grandes exponentes del cine de terror en toda su historia. La etiqueta está muy bien puesta.
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