La malvada (All About Eve), de Joseph L. Mankewicz, conserva en plenitud siete años después la filosa ironía de sus grandes diálogos y algunas actuaciones memorables; sumó 14 nominaciones al Oscar, número sólo igualado por Titanic y La La Land.
La espléndida autobiografía de Lauren Bacall comienza con una declaración de profundo amor artístico hacia Bette Davis. “Ella era, a mis quince años, la personificación de la perfección, una gran intérprete, toda coraje dramático, predestinada a la tragedia, de ingenio burlón, todo lo que debía ser una actriz”, se lee en las primeras líneas de Por mí misma (By Myself).
Son palabras que tranquilamente podría escuchar el mejor personaje encarnado por Davis en el cine, Margo Channing, cuando conoce a Eve Harrington (Anne Baxter) en los primeros tramos de La malvada (All About Eve, 1950), una de las mejores películas jamás hechas en Hollywood sobre el mundo de los actores, sus ambiciones, sus fobias, sus caprichos y su manera de ver el mundo.
Eve se presenta como una joven aspirante a actriz, desprendida y soñadora, que pone toda su entrega afectiva al servicio de una incondicional admiración por Channing. Desde ese gesto que se muestra desinteresado y lleno de reconocimiento consigue de inmediato ponerse al servicio de su idealizada estrella. Pero al ver la película no tardamos en descubrir que hay algo oculto detrás de una apariencia que resulta ser pura simulación. Esa conducta falsamente desinteresada esconde la intención que tiene Eve de acercarse a Margo con el propósito final de vampirizarla, aprovechar sus debilidades y terminar ocupando su lugar.
A diferencia de lo que ocurre en la película, la admiración de Bacall hacia Davis siempre fue auténtica. En la vida real, según lo reconoce en el libro en el que cuenta su vida, Bacall estaba completamente fascinada con Bette Davis. “Veíamos sus películas, la imitábamos, interpretábamos escenas enteras palabra a palabra, mirada a mirada, paso a paso”, dice de los sueños artísticos que compartía con una amiga cuando ambas todavía no habían terminado el secundario y el camino de la futura estrella de Tener y no tener ni siquiera había empezado.
Lo que exhibe La malvada, por el contrario, es la máxima expresión de un simulacro. El mismo acto que forma parte de la naturaleza del actor y define su lugar en el mundo. Al fin y al cabo un actor no hace otra cosa que apropiarse de una vida ajena para hacerla suya a través de una representación. De eso habla sobre todo La malvada con una agudeza, una lucidez y un poder de observación que siete décadas después de su estreno todavía no lograron ser igualados por alguna otra creación cinematográfica.
Por eso se sigue hablando de La malvada, una película que vuelve a verse una y otra vez, y cuyo recuerdo también se sostiene desde las 14 nominaciones al Oscar que obtuvo en su momento, una marca solo igualada en los 94 años del premio máximo de la industria de Hollywood por Titanic (1997) y La La Land (2016).
La malvada fue escrita y dirigida por Joseph L. Mankiewicz, un ilustre creador de la época dorada del cine clásico norteamericano, reconocido sobre todo por su talento para contar historias respaldadas en extensos, finos y punzantes diálogos entre sus personajes, y en sacar lo mejor de sus actores. También integra una de las más reconocidas dinastías de Hollywood.
Margo Channing es un personaje que parece haber nacido para ser encarnado por Bette Davis, una estrella que llegó a la cumbre, según propia confesión, a fuerza de “mucho arañar” y que dice que hasta “hubiese recurrido al asesinato para lograrlo”. La actriz tardó una sola noche en leer el guion, que le envió el poderoso mandamás de los estudios 20th Century Fox, Darryl Zanuck. A la mañana siguiente aceptó el papel.
“Mankiewiz tardó solo unos días en comprobar que Bette aportaba unos matices a su Margo Channing que ninguna otra actriz habría igualado. Su primera aparición en la pantalla establece de manera indeleble el carácter de Margo. Sin pronunciar una sílaba. Levanta la mirada con los párpados caídos y un cínico hastío de la vida que nos da a entender de inmediato que a esta mujer no le queda ya nada por ver”, dice James Spada en Más que una mujer (More than a Woman, An Intimate Biography of Bette Davis).
Al iniciar el rodaje, Davis estaba enfrentando el final de la complicada relación con su primer marido, William Grant Sherry, envuelta en situaciones en las que estuvo a punto de estallar la violencia física entre ambos. Hacer La malvada no solo le devolvió a la actriz una confianza en sí misma que parecía extraviada. Allí también inició de manera tórrida y apasionada el gran romance de su vida con su colega Gary Merrill, que personifica en la película al director teatral y cinematográfico Bill Sampson. “El día en que se conocieron –suscribe Spada– ella quedó muy impresionada por su belleza adusta, y agradablemente sorprendida por su espontánea masculinidad y modestia”. La atracción entre ambos explotó apenas terminado el rodaje.
La malvada (estrenada en España y algunos países hispanoamericanos como Eva al desnudo) adapta al cine un breve relato de Mary Orr originalmente publicado en la revista Cosmopolitan, en el que se narra lo que le pasó a un actor maduro que sufre la traición de una joven colega que se había ganado deliberadamente su confianza. Para cambiar la perspectiva y transformarlo en el retrato de la conexión entre dos mujeres, Mankiewicz recurrió a la primera referencia usada por Orr, el caso real de una actriz de origen austríaco llamada Elisabeth Bergner.
Más tarde, la prensa norteamericano mencionó a la estrella del Hollywood dorado Tallulah Bankhead como protagonista de una experiencia similar. Con el tiempo Mankiewicz revelaría que el primer día de rodaje Davis apareció con la voz afectada por una dolencia en su garganta. Al director le gustó tanto ese extraño sonido muy propio de Bankhead, similar al de un quejido áspero, que le pidió conservarlo durante toda la filmación.
La película, pródiga en conversaciones llenas de filosa ironía, es el gran escenario de una serie de relaciones marcadas alternativamente por la desconfianza, la manipulación, la impostura y la decepción. Las buenas intenciones desaparecen muy pronto en medio del cinismo y la hipocresía de un grupo de personajes que no hacen más que formar parte de una gran representación en la que todo, en definitiva, es simulacro.
Los artífices de esa conducta, además de Margo y Eve, son seres dedicados al espectáculo: el exitoso autor teatral Lloyd Richards (Hugh Marlowe), cuyas obras son buscadas por ambas mujeres porque hacen brillar a sus protagonistas femeninas; el crítico y comentarista Addison DeWitt (George Sanders), tan influyente como manipulador, y el ya mencionado Bill Sampson (Merrill), que además de dirigir cine y teatro es el amante de Margo.
En ese círculo, un poco más alejados, aparecen circunstancialmente el productor teatral Max Fabian (Gregory Ratoff) y la señorita Casswell, una aspirante a actriz dispuesta a todo con tal de alcanzar su sueño, que le permitió a Marilyn Monroe lucirse de verdad, con brillo genuino de futura estrella y convicción de actriz, en una de sus primeras apariciones en el cine. Frente a ese grupo solo hay dos personas que parecen dispuestas a acercarse a la verdad y llegar a entenderla en algún momento. Son Karen (Celeste Holm), la esposa de Lloyd, responsable de la entrada de Eve en el mundo de Margo, y Birdie (Thelma Ritter), antigua actriz y asistente personal de Channing, la primera en sospechar las verdaderas intenciones de la recién llegada.
Como señaló el crítico y ensayista Terence Rafferty, La malvada es el vivo retrato con sus bebidas, sus buenas formas y sus “vivaces puñaladas en la espalda” de una época fundamental dentro de la imaginación cultural histórica de los Estados Unidos. Una época que hace tiempo quedó atrás pero permanece todavía en la memoria como la mejor aproximación posible a lo que se esconde detrás de las bambalinas, siempre en clave de ensoñación, y a la personalidad de quienes forman parte de ese mundo, marcadas a fuego por la envidia, la ambición, los sueños de gloria, el miedo al olvido y la carga insoportable del paso del tiempo. Como dice en un momento el mordaz DeWitt, ellos representan “una raza aparte del resto de la humanidad”.
Quiso el destino que en ese mismo año Hollywood colocara en lo más alto de la competencia por los premios más importantes de la industria a dos películas que giran alrededor de dos grandes divas de la pantalla, a su manera crueles, despiadadas, implacables, y a la vez frágiles y conscientes de que están frente en el momento de la inexorable declinación. De un lado, la Margo Channing de La malvada, protagonista sobre todo de un mundo teatral que casi nunca aparece a la vista en la película, porque el verdadero drama está en la realidad. Del otro, la Norma Desmond de El ocaso de una vida (Sunset Boulevard), de Billy Wilder. Su gran estrella, Gloria Swanson, expresa desde su personaje de estrella de cine mudo casi olvidada los matices del cruce entre la realidad y la ficción que también atraviesa a Bette Davis.
Y quiso también el destino que tanto Davis como Swanson se quedaran con las manos vacías en la fiesta del Oscar de ese año. Las dos eran candidatas al premio como mejor actriz protagónica, en este caso junto a Anne Baxter, la otra gran figura de La malvada, pero la ganadora resultó Judy Holliday por Nacida ayer (Born Yesterday), de George Cukor. La malvada, de todas maneras, ganó el Oscar a la mejor película del año y se llevó los premios al mejor director (Mankiewicz), actor de reparto (Sanders), guion, vestuario y sonido.
Dos décadas después del estreno de La malvada llegó a Broadway en 1970 la versión musical de la película, con el nombre de Applause, y le tocó a Lauren Bacall interpretar allí a Margo Channing. Con ese papel ganó un Tony y sumó otro nuevo lauro a su brillante trayectoria actoral. En las páginas finales de su autobiografía recuerda que una noche le contaron que Bette Davis había ido a ver la función, que pidió dos cosas (sentarse en una butaca alejada de las primeras filas y que no le tomasen fotos) y que la visitaría al final en el camarín. “Creí que me iba a morir ¡Dios mío! Era ella, la creadora de Margo Channing en La malvada, la actuación definitiva. Mi ídolo de juventud estaba entre el público para verme interpretar un personaje que era el suyo”, relata Bacall en el libro.
Los roles se habían invertido. Davis tenía un pasado venerable sobre sus espaldas de actriz, pero el tiempo había pasado y su mayor gloria como estrella quedaba atrás. Era el tiempo de Bacall, la chica que soñaba con ser como Davis y ya era una de las figuras más grandes del cine y el teatro en su país. El encuentro entre ambas, según recuerda Bacall en su libro, fue más frío e incómodo de lo que imaginaba. Davis se mostró “reservada, cortés y algo distante”, según evoca su colega. Después de intercambiar algunas frases, antes de despedirse, le dijo a Bacall: “Nadie más que usted podía interpretar ese papel. Se lo digo con total sinceridad”.
Pocas líneas después, Bacall recuerda que Davis, la mayor estrella femenina del cine en los años 30 y 40, llegó a publicar en los medios de Hollywood un aviso en el que buscaba trabajo y estaba lista para volver a actuar. “La tragedia de este oficio es que algo así sea posible”, completa. De eso y de muchas cosas más nos habla La malvada.
La malvada está disponible en Qubit.TV
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