Munich es un complejo e inquietante estudio sobre los riesgos de la violencia política, que toma como fuente la masacre de representantes olímpicos israelíes a manos de un comando terrorista palestino durante los juegos de 1972
La película más discutida de toda la carrera de Steven Spielberg comienza con la exacta reconstrucción de un recuerdo personal ocurrido hace exactamente medio siglo. Tenía 25 años y estaba siguiendo en septiembre de 1972 por televisión una transmisión en vivo del clásico programa deportivo de la cadena ABC Wide World of Sports desde Munich, con la cobertura de los Juegos Olímpicos, abiertos el 26 de agosto de ese año.
“De repente apareció la noticia y el reconocido comentarista deportivo Jim McKay se convirtió en narrador de hechos muy duros para la política mundial. Estuve pegado a la televisión durante las siguientes horas. Creo que fue en ese momento cuando escuché por primera vez dos palabras que hasta ese momento no formaban parte de mi vocabulario: terrorista y terrorismo”, recordaría Spielberg 33 años después, en las vísperas del estreno de la película que le dedicó a esos cruentos acontecimientos.
En medio de los juegos, en la madrugada del 5 de septiembre de 1972, un comando del grupo terrorista palestino llamado Septiembre Negro ingresó en la Villa Olímpica y tomó como rehenes a once integrantes de la delegación israelí mientras otros nueve lograban escapar. Después de varias horas que mantuvieron en vilo al mundo, seguidas en vivo y en directo por la televisión, y todo tipo de agitadas negociaciones, los once rehenes fueron acribillados por los terroristas en medio de un feroz tiroteo en una de las pistas del aeropuerto de Munich. También perdieron la vida por las balas cinco de los captores y dos policías alemanes.
El relato crudo, preciso, profesional y a la vez conmovido de McKay sobre todo el desenlace funciona desde las imágenes de archivo utilizadas por Spielberg como una suerte de prólogo de Munich, película que sigue despertando por igual toda clase de debates, cuestionamientos, descargos y reivindicaciones quince años después de su estreno. Detrás de esta polémica tan ardua y difícil de cerrar aparece un solo matiz de coincidencia entre todos los observadores y estudiosos de la obra de Spielberg. Es, sin dudas, la película más sombría y amarga de toda la extraordinaria carrera de su creador, a quien nunca se lo vio tan perplejo e incómodo en su lugar de gran narrador cinematográfico. También es una de las más largas: dos horas y 44 minutos.
El propio Spielberg deja testimonio de ese estado de ánimo y se anticipa a todo lo que sabe que va a pasar con la película desde la primera imagen. Munich empieza mostrando el movimiento de una persona que trata de subirse a una valla muy alta para saltar sobre ella y entrar a un lugar con ingreso vedado. Nos está diciendo de esa manera que hasta ese momento nunca se había animado a entrar en un terreno tan delicado, casi prohibido hasta allí. En todo caso, demasiado incómodo como para animarse a recorrerlo antes de 2005, cuando decidió dar ese salto.
Hasta ese momento, Spielberg pensó muchas veces en cómo llevar toda esta historia a la pantalla. Se ha dicho con razón que este artista colosal, seguramente el mejor narrador que dio el cine norteamericano en los últimos 40 años, transformó todos los actos de su vida en películas con su sello. De hecho acaba de dirigir una película sobre su propia infancia y el tiempo soñado en el que surgió en él un amor incondicional por el cine. Se llama The Fabelmans, tendrá esta semana su estreno mundial en el Festival de Toronto y su llegada a los cines argentinos se anuncia para el 23 de febrero próximo.
Primer póster de #TheFabelmans la película más personal del Steven Spielberg en la que dramatiza lugares de su pasado para construir un retrato de de la América idílica de su infancia y su amor al cine. Estreno mundial el 10/09 en el #TIFF22 En cines esta Navidad. #Oscars pic.twitter.com/092heryyjV
— For Your Consideration (@FYC_Oscar) September 7, 2022
“Rechacé durante varios años todo el material que me llegó porque no me gustaban los guiones y porque lo consideraba un problema demasiado complejo. Hablé de esta película con toda clase de personas que significan mucho para mí, inclusive con mis padres y mi rabino, con la esperanza de que me convencieran de no hacerlo. Pero nadie me iba a hacer ese favor. Así que en un momento mi guionista Tony Kuschner y yo asumimos el proyecto con la mayor seriedad y objetividad política, y también con la mayor meticulosidad posible. Ahora me pone muy feliz por haber tenido el coraje de hacerla”, explicó Spielberg durante una entrevista con el semanario alemán Spiegel.
Escrita por Kushner, habitual colaborador de Spielberg, y por Eric Roth (Forrest Gump, El señor de los caballos, El informante), Munich no solo relata lo ocurrido en la villa olímpica. El eje de la película, en realidad, es toda la acción de represalia contra los terroristas que lleva adelante en una operación secreta de inteligencia internacional el gobierno israelí.
La película tiene como punto de referencia a Venganza, un best seller escrito por George Jonas que resultó muy cuestionado en su momento por el modo en que son presentados algunos de los aspectos y connotaciones de la operación. Spielberg refutó todas las objeciones y especulaciones negativas, y dio siempre por cierta la versión del autor, en especial lo que dice sobre el personaje protagónico, líder del grupo de agentes israelíes encargados de rastrear por todo el mundo y eliminar a los sospechosos de haber cometido la matanza.
“Creo que el libro es auténtico. No habría hecho la película si no hubiese estado convencido de mis fuentes. Junto a Kuschner conocí al ex agente que describe Jonas en el libro y que en la película identificamos como Avner. Hablamos con él más de una vez y pasamos muchas horas juntos. Confío en mi intuición y en mi sentido común. Ese nombre no miente, no exagera. Todo lo que dice es verdad”, señaló Spielberg en la misma entrevista.
Avner (Eric Bana), hijo de un héroe del ejército israelí en las operaciones militares llevadas a cabo en la década del 60, es presentado como un diestro agente de inteligencia de la Mossad, capaz de actuar con la máxima reserva y discreción, además de mostrar a priori algunos reparos en el uso de armas de fuego. También fue durante algún tiempo guardaespaldas de la primera ministra Golda Meir, que le recuerda de manera elogiosa ese momento y le encomienda personalmente el caso.
Inmediatamente después se enterará de que la operación organizada “no existe” en términos oficiales o inclusive reales. Israel aportará logística, recursos y materiales a una estrategia que resulta muy compleja por sus alcances (sobre todo cuando se trata de traficar información sensible y oculta sobre el desplazamiento de células terroristas por distintos países, tema muy presente en la trama de la película), pero a la vez negará la existencia de los agentes en caso de que corran peligro o sufran daños.
La tarea de Avner se complica todavía más porque no puede revelar ni siquiera a su esposa (con un embarazo avanzado) la misión que le fue encomendada y coordinada por un sinuoso burócrata de los sótanos del gobierno encarnado por Geoffrey Rush. Este oscuro funcionario con mucho poder de decisión le advierte a Avner que ni siquiera las agencias encargadas de las tareas de inteligencia en el mismísimo Estado de Israel conocen la existencia de este plan.
El equipo que secunda a Avner aparece heterogéneo, imprevisible y hasta inesperado en su conformación, seguramente con la idea de no despertar sospechas. Lo integran un agente sudafricano de pocas pulgas y ánimo patriótico exacerbado (Daniel Craig, por entonces ya convertido en el nuevo rostro de James Bond, elección nada casual); un discreto, elegante y maduro israelí, experto en ajustar detalles de modo casi invisible (Ciarán Hinds); un vendedor de antigüedades con identidad y acento alemán (Hanns Zichler) y un artesano belga que fabrica juguetes (Matthieu Kassovitz) que a la vez se especializa en desactivar explosivos, pero que en este caso es forzado a armarlos y hacerlos detonar frente a sus víctimas.
A Spielberg se lo acusa, desde el momento mismo del estreno 15 años atrás, de haber hecho una película que relativiza las responsabilidades políticas e intelectuales del accionar terrorista. Muchas personalidades de origen judío cuestionaron por primera vez a una figura de ese origen con tanto predicamento como Spielberg de “humanizar” a los terroristas palestinos y hasta de traicionar a Israel. El director respondió argumentando que en todo momento encaró el tema sin la más mínima ingenuidad. “Soy un judío estadounidense y estoy completamente al tanto de las sensibilidades involucradas en el conflicto israelí-palestino”, le dijo a Spiegel en aquel 2005.
En el fondo, lo que Spielberg quiere hacer es compartir con el espectador su perplejidad sobre una realidad inquietante. La violencia empieza a escalar sin pausas y el juego de las represalias se reproduce hasta el infinito, convirtiendo al mundo entero en el escenario de una guerra permanente de baja intensidad. Más de una vez se dice expresamente en la película que es posible en cualquier momento ejecutar al responsable de una aberrante acción terrorista como la que se produjo en Munich, pero inmediatamente la víctima será sustituida por otra figura similar, de modo que el enfrentamiento no tiene final. Así las cosas, también se elevará de manera inexorable el número de pérdidas de vidas inocentes como efecto colateral de todas estas acciones de represalia inacabable.
Desde la compleja y enmarañada trama de Munich quedan a la vista todos estos dilemas morales y éticos que Spielberg deja expuestos sin poder permitirse una respuesta contundente a la mayoría de ellos. En todo caso, lo que procura el director (fiel a las obsesiones que recorren toda su filmografía) es respaldarse en el consuelo y el reparo que proporciona la familia, un refugio al que siempre acuden los personajes centrales de sus películas para superar sus penurias y encontrar sosiego y claridad para entender lo que está pasando con ellos.
El propio director reconoció que una frase pronunciada en la película por Golda Meir (“Para cada civilización se hace necesario en algún momento negociar compromisos con sus propios valores en situaciones extremas”) sintetiza todo ese conjunto de preguntas y encrucijadas de profundo significado humanista.
Spielberg estaba convencido de que Israel hizo lo correcto al reaccionar de la manera en que lo hizo para evitar la profundización de la estrategia terrorista de Septiembre Negro. “Pero una campaña de venganza, aunque pueda contribuir a la disuasión y prevenir el terror también puede tener consecuencias no deseadas. Puede cambiar a las personas, sobrecargarlas, brutalizarlas, llevarlas a su declive ético. Hasta los agentes de la Mossad no tienen agua helada corriendo por sus venas”, señaló.
Al mismo tiempo, por tratarse de una película filmada en 2005, Munich va más allá de la reconstrucción de un hecho histórico ocurrido décadas atrás. Como dice el sagaz crítico Leonardo D’Esposito en su excelente libro sobre Spielberg (Una vida en el cine, publicado por Paidós), la película es la declaración que hace el director “de desconcierto ante la violencia ciega, ante las consecuencias de la “guerra al terror” de la administración Bush”.
Detrás de todas estas preguntas y todos estos dilemas, Munich es al mismo tiempo un admirable ejercicio cinematográfico. Cada acción del comando israelí es relatada como un pequeño gran relato de suspenso, narrado con mano maestra sobre la base de una idea fuerza que siempre fue la favorita de Hitchcock: exponer la tensión de los personajes frente a la acción y a su desenlace como cuenta regresiva, como un cronómetro que dejará en algún momento de sonar.
La extraordinaria secuencia final enlaza las consecuencias de aquellos cruentos episodios de 1972 con los temores más profundos del realizador frente a la escalada terrorista y la evocación reciente de todo lo ocurrido en septiembre de 2001. Hasta en su película más discutida, Steven Spielberg nunca dejó en su cine de explorar sus propios recuerdos; en definitiva, de hacer memoria.
Munich, de Steven Spielberg, está disponible en HBO Max.
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