La más linda de todas: Marie, Margheritte o Violetta
Comencemos por la más linda de todas. Veamos. El Teatro Colón anunció hace pocos días su temporada completa para el año próximo y es posible introducirse, entre tantas maravillas que proponen, por el registro de óperas elegidas para 2017. Y de entre los nueve títulos que integrarán esa parte de la programación, la más linda, creo que sin lugar a dudas, es La Traviata de Giuseppe Verdi. La obra está anunciada para septiembre, con siete presentaciones a partir del martes 12 de ese mes.
Linda? ¿es el calificativo indicado? ¿Y por qué no? Lindo o linda, del latín legitimus, significa completo, perfecto. ¿Es completa y perfecta La Traviata? A mi juicio, lo es. También dice el diccionario que significa algo exquisito. Me sumo a este adjetivo. Pues bien, sobran las razones para empezar por ella.
Sólo veintitrés años le bastaron a Alphonsine Plessis, cuyo nombre de "guerra" fue Marie Duplessis, para entrar en la inmortalidad. Había nacido en enero de 1824 en un pueblo de Normandía y murió en febrero de 1847 en París. A los once años, cuando su padre la entregó a un anciano terrateniente, ya conoció los resortes de su oficio. Cortesana de extraordinaria belleza y maneras refinadas, tuvo contacto con incontables amantes, el último de los cuales parece haber sido Franz Liszt. Sin embargo, el que contaría a todos los vientos los secretos de su fascinación, habría de ser Alexandre Dumas (hijo), quien, con el nombre de Margherite Gauthier la convirtió en la heroína de La dame aux camélias, novela que gozó de gran éxito cuando su aparición en 1848. Esto es, un año después de la muerte de la heroína. Adaptada su novela para la escena, fue en ocasión de su estreno en el Théâtre du Vaudeville de París, en 1852, cuando la descubrió Verdi y la hizo suya. Con la colaboración del libretista Francesco Maria Piave, y el nombre de Violetta Valéry, el músico la llevó a la gloria. Porque Marie Duplessis vive hoy, a ciento sesenta y nueve años de su muerte, gracias a La Traviata verdiana.
Pero si Dumas (h.) sostiene la tesis social y moral de la rehabilitación de la pecadora, Verdi sublima el sentimiento del amor, del dolor y de la muerte. Es que el lenguaje sonoro le permitía ir más allá que la palabra del texto original, por la posibilidad de la música de reflejar el fluir de los sentimientos y la transformación de las pasiones. Desde el comienzo de la ópera hasta el final, no hay interrupciones ni dudas en la evolución sentimental del personaje, el único en toda la obra que no ofrece interferencias de ninguna naturaleza. La voz, el canto, la orquesta toda, proveen a la obra de una unidad estilística sin fisuras, con una elocuencia que penetra hasta las más secretas intimidades de Violetta Valéry.
A propósito de la adaptación de Verdi de La dame aux camélias, decía Marcel Proust que cuando una obra dramática pulsa los sentimientos populares, necesita música. Pero una música puesta al servicio de la interpretación verdiana de la tragedia, que es personal, porque justamente en ese período, y a partir de Rigoletto, afirmaba Verdi un precepto ético mediante el cual sus héroes, dominados y desnaturalizados por terribles pasiones, recuperan su humanidad a través del dolor, del amor y de la muerte. Así en la Violetta de La Traviata.
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