Los actores infelices, una performance biodramática sobre el trabajo en el off
Una nueva jugada interesante de Gabriel Gavila, quien en esta ocasión hace foco en la precarización laboral de los actores
Autor y director: Gabriel Gavila. Intérpretes: Leandro Sturla, Bautista Barreiro y Federico Cabello. Vestuario: Compañía Infelices. Coach físico: Catalina Jure. Luces: Gustavo Lista. Producción y asistencia: Agustina Cisneros. Sala: Polonia, Fitz Roy 1475. Funciones: sábados, a las 18. Duración: 45 minutos.
Actor, director, docente y autor, Gabriel Gavila es, sobre todo, un especialista en improvisación teatral (fundador de la Compañía Improvisa2), el fundamento que le permite investigar posibilidades de la actuación. A esta zona vacía de lo no previsto, la ha cruzado con lo biodramático y autoreferencial en la saga Chicos lindos (2015), Chicos malos (2016), Chicos feos vol.I (2017) y Chicos feos vol.II (2018), montajes de estructura performática que investigan las masculinidades. Y en ese camino se ubica su última creación Los actores infelices.
Meterse con el teatro dentro del teatro y con la precarización laboral de los actores no son temas nuevos en la producción de Gavila. Pero en este caso lo toma de manera central y hasta el fondo, con mucha claridad y transparencia, sin eufemismos ni mensajes crípticos, y con mucho humor para señalar una situación, en realidad, muy frustrante. ¿Pero que sería del humor sin las frustraciones que lo alimentan? Y algo más: el público de esta obra en la sala Polonia está formado –no en su totalidad pero si en buen porcentaje– por actores, estudiantes de actuación y gente relacionada con el quehacer teatral por lo que nada de la infelicidad de estos tres intérpretes les es ajena.
Leandro Sturla, Bautista Barreiro y Federico Cabello ya han trabajado antes con Gavila y saben de qué se trata. Hay que exponerse, poner el cuerpo e interpelar a los espectadores. Cada uno, en un escenario despojado, con sus particularidades (romántico e idealista, pragmático, cínico, estructurado, etcétera) apunta a la frágil situación laboral de los actores y actrices en el circuito off. Tienen trabajo pero no empleo. Cobran los técnicos pero ellos, quién sabe. Entrampados en un sistema superpoblado hasta la extenuación, continúan a la espera, quizás, de algún toque mágico o, directamente, se dejan llevar por el alivio de asumirse fracasados y no remar más.
Al final, a la manera de los match de improvisación, piden que los espectadores voten por el “Peor actor” (cada noche puede ser diferente, no sé sabe la reacción) al que podrá tirársele fruta si así se desea para provocar un acto de sinceramiento sin concesiones piadosas de la platea. El discurso de la indudable fragilidad laboral de los actores “ignotos” se refuerza en este procedimiento basado en la incertidumbre y que motoriza la acción: para transformar, hay que animarse y no evitar el riesgo. Al salir, en una caja se deja la paga a la gorra (“no dejen 20 pesos”, pide uno de ellos).
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