Aerosmith: con el sabor de un adiós
Dice el refrán que el diablo más sabe por viejo que por diablo. Y las cuatro décadas que pasaron entre el debut de Aerosmith y esta presentación, la última en la Argentina (o al menos así lo aseguraba una frase impresa en nuestros tickets), confirman que estos diablos, los chicos malos de Boston, saben. De shows masivos, de entretener, de provocar. Saben, sobre todo, de rock.
Aunque la gira Rock n'Roll Rumble no fue anunciada como su tour de despedida, Aerosmith dio rienda suelta a los rumores de que su gira 2017 será la última y no incluirá América latina.
La nostalgia hizo lo suyo en los corazones de los 35.000 afortunados que pudieron hacerse con una entrada para asistir al adiós. Un adiós que sonó precipitado en la noche del sábado porque Steven Tyler y su banda se mostraron más vigentes que nunca: si en los 90 supieron reinventarse para imprimirle a su música el clima de los tiempos que corrían por entonces y se metieron de lleno en la cultura del videoclip (todos podemos evocar algún corto protagonizado por Alicia Silverstone y Liv Tyler con sus hits), han llegado a 2016 entendiendo como nadie la transformación de los shows en vivo en manos de la tecnología. Así es como Tyler, Joe Perry, Brad Whitford, Tom Hamilton y Joey Kramer ensayaron sus movimientos en el escenario a la perfección para que el show se desdoblara en el presente escénico, el proyectado en las pantallas, y el que se grababa en los celulares de casi todo el estadio.
Una foto: Tyler mirando al cielo para lograr el agudo más alto de la escala y Perry a su lado, descosiendo una de sus guitarras estrafalarias con el gesto de quien no hace ningún esfuerzo, con una media sonrisa socarrona. Una imagen en la pantalla: Tyler desparramado en el piso, boca arriba, "Love in an Elevator". Una selfie: Tyler le quita el celular a alguien del público y se filma a sí mismo. El demonio del grito sabe ponerse en el bolsillo al público más por viejo que por diablo.
Sería una injusticia, sin embargo, decir que la enorme presencia e imbatible energía del frontman eclipsó a sus compañeros. Porque Joe Perry dio cátedra de riff y tuvo su momento en el micrófono, para cantar "Stop Messin' Around" y llevarse ovaciones. Porque su dupla de guitarras con Brad Whitford fue -es- explosiva. Porque Tom Hamilton impuso un ritmo a prueba de todo. Porque la batería de Joey Kramer es un demonio en sí misma.
En su larga trayectoria Aerosmith tuvo sus altibajos. Para esta visita, con la nostalgia intrínseca, eligieron incluir en el setlist todas aquellas canciones que significaron puntos altos de sus distintas etapas. El recital arrancó con "Back in the Saddle", un flashback directo a los primeros grandes éxitos. Del álbum Rocks, para los fans de larga data, también tocaron "Last Child", "Rats in the Cellar" y hubo lugar para un hit de Live! Bootleg, "Chip Away the Stone". La seguidilla de lo mejor de Get a Grip con "Cryin", "Crazy", "Livin' on the Edge" y la más millennial "Jaded" puso al estadio entero a corear.
Con "I Don't Wanna Miss a Thing" un miembro de la producción se lanzó al escenario, se arrodilló y le pidió matrimonio a su novia. "El amor está en el aire", apuntó Tyler, para luego obligar a los hombres de la primera fila a besar a sus chicas.
El cierre en manos de dos de sus primeros éxitos resignificó la nostalgia. Si podemos seguir conmoviéndonos con "Dream On" y "Sweet Emotion", ¿por qué dejar los escenarios? Si Perry puede subirse al piano de cola a tocar junto a ese que señalan como su rival en la banda y poner la música por encima de todo, ¿por qué dejarla? La pregunta quedó en el aire. Hasta siempre. O hasta nunca.
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