Elizabeth Taylor y Debbie Reynolds pasaron décadas enfrentadas por un hombre
Durante años, Hollywood se dedicó a encasillar a sus estrellas en un juego de opuestos. Hasta bien entrada la década de los 50, los estudios armaban sus proyectos según arquetipos definidos y limitantes: la rubia contra la morocha, la intérprete inocente versus la bomba sexy. El encasillamiento, claro, formaba parte de una estrategia de promoción que los medios de la época difundían más allá de la ficción. Las columnas de chismes se ocupaban de seguir el libreto que le proveían los estudios aunque se abalanzaban hambrientos ante la primera grieta en el relato. Y en 1958 se toparon con el escándalo más grande de todos: Elizabeth Taylor, una de las actrices más admiradas y fotografiadas de la industria del cine, mantenía un romance extramatrimonial con el cantante Eddie Fisher, el marido de una de sus mejores amigas, Debbie Reynolds, la adorada protagonista de Cantando bajo la lluvia. La historia de la pérfida morocha robándole la pareja a la ingenua rubia tenía todos los elementos para atrapar la atención del mundo. Es que, para empezar, las actrices eran amigas desde la adolescencia: se conocieron en el aula de la “escuela” que los estudios MGM tenían entre un set y otro para que sus estrellas más jóvenes no perdieran días de clase.
“Ingresé a MGM a los 17 años y Liz también estaba ahí, pero ya era una estrella. Ella asistía a la escuela en los descansos de las filmaciones; yo recién estaba empezando. No nos parecíamos en nada, pero nos llevábamos muy bien. Yo estaba fascinada con tener a Elizabeth Taylor como compañera de clase. Y cualquiera que dijera lo contrario estaba mintiendo o era ciego”, contaba Reynolds a la revista People tras la muerte de su enemiga íntima, fallecida en 2011. Lo cierto es que el hecho de que tenían prácticamente la misma edad -Taylor era la mayor por apenas dos meses-, las acercó más allá de sus diferencias en la industria del cine.
Y el vínculo continuó más allá de la adolescencia. Al tiempo que la carrera de Reynolds empezaba a tomar forma y su figura pública ganaba notoriedad, especialmente después del masivo éxito de Cantando bajo la lluvia, Taylor cimentaba su leyenda, confirmaba que era mucho más que la fotogénica estrella infantil de sus comienzos e inauguraba su larga y variada trayectoria como esposa en la vida real. A los 25 años, para fines de 1957, la actriz de Cleopatra ya tenía dos divorcios en su haber.
Mientras tanto, la vida amorosa de la rubia marcha sobre rieles. Durante una gira que la llevó a actuar para los soldados luchando en la Guerra de Corea, Reynolds conoció y se enamoró del cantante Eddie Fisher, un crooner en la línea de Frank Sinatra cuya bella voz lo había convertido en un ídolo juvenil a principios de los años 50. El romance entre la dulce Debbie y el carismático Eddie llegó a las tapas de todas las revistas, que en 1955 reportaron cada detalle de su feliz boda y, un año después, celebraron el nacimiento de la primera hija de la pareja, Carrie Fisher. Años después, Fisher ganaría fama por derecho propio gracias a una película de ciencia ficción dirigida por un tal George Lucas, quien la transformó para siempre en la princesa Leia. Pero esa es una historia para otro momento.
Hacia 1957, la amistad entre Taylor y Reynolds seguía siendo muy cercana. De hecho, el nuevo novio de Liz, el productor Mike Todd, era uno de los mejores amigos de Fisher. Así que cuando la pareja decidió casarse les pidieron a ambos que fueran parte de su boda. Reynolds fue una de las madrinas de honor y Fisher ocupó el lugar del padrino de Todd. Para reconfirmar el lazo que unía a las dos parejas, los Fisher decidieron llamar a su hijo Todd, en honor al productor. Sin embargo, el par de cuentos de hadas en paralelo tuvo un abrupto final cuando unos días después de su primer aniversario de bodas el marido de Taylor falleció en un accidente de avión. Apenada por el dolor de su amiga, Reynolds quería estar a su lado durante el duelo pero con un bebé de menos de un mes, decidió que lo mejor era que Fisher viajara para acompañarla en el mal momento. Lo que no imaginó fue que ese gesto de su parte derivaría en el final de su matrimonio y en uno de los escándalos más recordados de Hollywood.
La traición
“Si Elizabeth quería a un hombre lo conseguía, cayera quien cayese”, explicaba Reynolds cuando alguien le preguntaba por aquellos años repletos de drama. Casi al mismo tiempo en que su vida privada desbarrancaba sin remedio, su trabajo también empezaba a dar señales de alarma por el menguante interés de los estudios por los grandes musicales. Aún así, ella seguía trabajando y hasta fue nominada para el Oscar a mejor actriz principal por su papel en el film La inconquistable Molly Brown.
Para Taylor, que se casó con Fisher literalmente unos minutos después de que saliera su sentencia de divorcio de Reynolds, las consecuencias profesionales fueron mínimas, aunque su imagen pública sufrió el impacto del escándalo. Aun cuando la prensa no se cansaba de condenar su nueva pareja, ella seguía protagonizando películas exitosas como De repente en el verano, por la que consiguió su tercera nominación al Oscar y Una venus en visón, en la que interpretaba a una sensual mujer que se enamoraba de un hombre casado. Lejos de provocar el rechazo público por protagonizar una ficción que parecía reflejar el costado más polémico de su vida real, gracias a ese film Taylor ganó su primer Oscar y de paso le consiguió un trabajo a su marido, cuya carrera sí había cambiado rotundamente a partir del escándalo.
Mientras a las actrices las noticias sobre el romance clandestino y todo lo que vino después le sirvieron para aumentar la curiosidad del público por verlas en pantalla, especialmente en el caso de Reynolds –admirada como madre abnegada y trabajadora que merecía el amor del público–, el cantante fue señalado como mujeriego, traidor y un perdedor oportunista. Lejos del interés y del dinero que generaban Taylor y Reynolds en la industria, él se transformó en el blanco favorito del mundo del espectáculo que decidió que debía ser castigado por sus indiscreciones. Primero fue expulsado de la TV y volvió a cantar en clubes nocturnos, pero incluso en ese circuito alejado de la vista de la mayoría, Fisher tuvo dificultades para seguir adelante. “La indignación era generalizada. Le cancelaban los contratos que tenía para hacer presentaciones argumentando cláusulas de moralidad que supuestamente había violado. Todo lo que pasó literalmente arruinó su carrera”, escribió Todd Fisher en su libro de memorias My Girls: A Lifetime with Carrie and Debbie, publicado en 2018 tras la muerte, con un día de diferencia, de su famosa madre y su también famosa hermana Carrie. Más allá de que el matrimonio entre Taylor y Fisher terminó en 1964, cuando la actriz se enamoró de Richard Burton durante el rodaje de Cleopatra, Reynolds nunca le perdonó la traición a su exmarido. Aunque la historia con su vieja amiga sí tuvo un final feliz. Y fue, como corresponde a dos leyendas de Hollywood, en el glamoroso escenario de un crucero de lujo navegando hacia Europa.
Amigas para siempre
“Nunca odié a Elizabeth. Un hombre no deja a su esposa por otra mujer a menos que quiera irse. Cuando murió Mike Todd mandé a Eddie para que la ayudara. No creo que ella lo haya amado realmente. Fue un interés pasajero de su duelo”, decía Reynolds en un reportaje con la revista People luego de la muerte de Taylor. Esa empatía fue la que seguramente contribuyó a la recuperación de su amistad. “En 1966 estaba por embarcar el crucero Queen Elizabeth rumbo a Londres cuando vi que pasaban a mi lado una tonelada de equipaje, jaulas de pájaros y perros y enfermeras. Me di cuenta de que Elizabeth estaba en el mismo barco que yo. Estuve a punto de suspender el viaje, pero mi marido me convenció de que no nos íbamos a cruzar. “Seguro que no estaremos en el mismo piso”, me dijo, pero se equivocó”, recordaba Reynolds. Instaladas en camarotes vecinos, las actrices empezaron a intercambiar mensajes y decidieron cenar juntas en compañía de sus esposos de ese momento. En el caso de Taylor, se trataba de Richard Burton, mientras que su antigua rival estaba acompañada por Harry Karl, el empresario con el que se casó luego de su divorcio de Fisher. A ese primer encuentro siguieron otros en los que las viejas amigas pudieron recomponer su complicidad de la adolescencia, aunque sin resolver la herida de la traición pasada.
Lo cierto es que ese momento llegó recién en 2001, cuando ambas aceptaron protagonizar el telefilm These Old Broads. En otra instancia del arte imitando a los sucesos de la vida real, una de las escenas de la película, escrita por Carrie Fisher, mostraba a los personajes de Taylor y Reynolds haciendo las paces después de aclarar lo sucedido años atrás con un hombre con el que las dos habían estado involucradas. Para sumar aún más guiños con la realidad, el viejo amante de ambas en la ficción se llamaba Freddie. En el ensayo de esa secuencia, Taylor finalmente le pidió perdón a su antigua amiga. “Te pido disculpas por lo que te hice con Eddie”, contó Reynolds que le dijo Liz, quien también le explicó la razón de su acercamiento con el que en ese momento era el marido de su amiga: “Como Eddie era el mejor amigo de Mike Todd, pensó que debían estar juntos simplemente para hablar todo el tiempo de él”, reveló la rubia que le dedicó un texto de despedida que la describió mejor que nadie: “Elizabeth tuvo una carrera larga y exitosa. Era la estrella más glamorosa y sensual de nuestra generación. Nadie se le podía comparar en términos de belleza y sex appeal. Las mujeres la querían y los hombres la adoraban. Era un símbolo del estrellato. Su legado perdurará”.
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