De Lost a Devs, el reinado de las series “mystery box”
El "misterio" se ha convertido en el corazón de la narrativa del streaming. Sobre todo en esta última década, en la que la cantidad de series ha crecido exponencialmente –de 182 estrenadas en 2002 a 495 en 2018– y ha escalado la competencia entre creadores, cadenas y plataformas por retener audiencias. Sostener el compromiso de un espectador es también enredarlo en una estrategia de permanente descubrimiento en la que el misterio final se conserva en una caja bien cerrada. Así llamadas por una famosa charla TED que J. J. Abrams brindó en 2007 (está disponible en YouTube) las series mystery box son aquellas que, más allá del género, sostienen su progresión dramática en una incógnita final que episodio a episodio se despliega e inevitablemente se posterga "¿Quién mató a Laura Palmer?" era el disparador original de Twin Peaks. Con paciencia y astucia, David Lynch alimentó ese universo extraño y delirante a partir de pequeños nuevos misterios que enriquecían el bizantino rompecabezas que tenía al cadáver de Laura Palmer en su centro neurálgico. Sin embargo, a medida que avanzaban los episodios quedaba en claro que la identidad del asesino era apenas un señuelo para construir un mundo complejo y fascinante, tan único como aterrador.
Una década y media después, Lost se convirtió en la reina de la estrategia del mystery box, llevando al extremo el juego que los creadores (Abrams, Damon Lindelof y Carlton Cuse) pretendían establecer con sus ávidos espectadores. Cada temporada y luego cada episodio ponían en escena nuevos interrogantes que excedían la pregunta inicial sobre qué era lo que sucedía en la isla. La idea de sostener una espesa narrativa, plagada de pequeños indicios que luego se recogen y resignifican, también puede resultar una trampa para estas series. Si a los sucesos de la isla se sumaron la verdad detrás de la iniciativa Dharma, las identidades de los pasajeros del vuelo, el universo de los "Otros" y los saltos temporales, luego ese cúmulo de pequeños enigmas hizo que conseguir respuestas para todos fuera casi imposible y, por ende, decepcionante.
Aquí emerge uno de los interrogantes claves de las series de mystery box, que consiste en determinar hasta qué punto su éxito se sostiene en la efectividad de la revelación ¿Cuán asombrosa tiene que ser la respuesta a eso que nos preguntamos durante varios años y temporadas para quedar satisfechos y no sentir que hemos perdido el tiempo? Muchas de las series que aprendieron la lección de Lost concluyeron que, a fin de cuentas, el misterio en sí no debía ser tan extravagante. Que lo importante era el camino trazado y el placer que resulta de esa estrategia que nos convierte en necesarios participantes. Porque, de alguna manera, este tipo de ficciones han conseguido proyectarse más allá de las horas de ficción que las plataformas prometen a cada solitario consumidor. Especular, construir hipótesis y tejer posibles conclusiones habilita espacios de encuentro en conversaciones, foros o redes sociales, que recrean una experiencia comunitaria perdida y al mismo tiempo mantiene la expectativa y el compromiso de asistencia.
El "mystery box" como artilugio de género y estilo
Los thrillers y la ciencia ficción han hecho su delicia de esta fórmula. True Detective, The Leftovers, The OA, todos perfectos alumnos de una caja de resonancia que atesora un misterio final que debe ser resguardado. La estrategia del permanente desvío no solo requiere pulso narrativo sino también un sentido del estilo, como lo han demostrado las series con fuerte identidad visual. Desde los ecos del gótico sureño en True Detective, pasando por las veleidades artísticas de Jean-Marc Vallé en Big Little Lies hasta la psicodelia de Lynch en la última Twin Peaks, las texturas de estos universos se convierten en el velo que preserva el corazón del laberinto como último tesoro. Westworld hizo de esa misma idea su argumento, al convertir al personaje de Ed Harris en un obsesivo participante de un juego esquivo y revelador que debía ser desarmado desde su mismo interior. Sam Esmail también ensayó en Mr. Robot y luego en Homecoming una estrategia que combina los desvíos narrativos con una estética desafiante, casi un lienzo plagado de jeroglíficos donde las pistas estaban ahí para ser descubiertas.
También las comedias como The Good Place o Muñeca Rusa, y los dramas para el llanto como This Is Us, siguieron al pie de la letra los mandatos de la dinámica del "mystery box". En varias entrevistas, el creador del drama de la NBC, Dan Fogelman, señaló que originalmente concibió la serie según el modelo de Lost, sin el humo y la isla pero con los mismos secretos. La estrategia de colocar un interrogante en el centro del relato se convirtió en el motor para todo el desarrollo narrativo, más allá de las historias de amor, los vínculos entre padres e hijos y los trucos con las líneas temporales. En el caso de Muñeca Rusa, también el misterioso disparador que lleva a ese día a repetirse al infinito se convierte en la pieza final a descubrir mientras vemos a Natasha Lyonne aprender varias verdades sobre su vida. Todo su mundo, sus amores y amistades, su pasado y presente, se transforman a partir de esa eterna repetición que se revela metafísica. Y es que ahí está una de las posibles respuestas al juego del "mystery box" que exponen estas series: ¿Qué respuestas son exactamente las que buscan los espectadores?
¿Qué respuestas hay en la misteriosa caja?
Cuando en su segunda temporada Twin Peaks reveló la identidad del asesino de Laura Palmer, no solo se sacó un peso de encima sino que también se permitió cambiar las reglas del juego, salir de la trampa en la que se había metido. Es cierto que la audiencia mermó en los siguientes episodios, pero aquellos espectadores que perduraron estaban convencidos de que la respuesta aún no se había agotado. Es que antes que un nombre y apellido o una efectiva resolución, lo que las series de mystery box esconden tiene que ver con la esencia de sus universos, no demasiado diferentes al nuestro. Tanto el dilema del libre albedrío y el determinismo en Westworld, las tensiones entre pragmatismo y creencia en True Detective, como la dinámica de las relaciones humanas en un mundo individualista en Muñeca rusa, se arraigan en grandes cuestiones humanas y universales, y no en la inmediata solución a una fórmula.
Lo que demostró el triunfo de The Good Place es que aún detrás de las risas y la simpatía de Kristen Bell podían hallarse las reflexiones más complejas sobre el mundo que construimos a partir de nuestros deseos y elecciones. La revelación no tiene entonces porqué ser el destino final sino un nuevo punto de partida, en el que las nuevas reglas de ese más allá que todos celebramos no resultan ser lo que creíamos. De la misma manera que sucedía en The Leftovers cuando las primeras respuestas buscadas al por qué de las millones de desapariciones en realidad escondían el interrogante sobre el motor de la supervivencia. O en la primera True Detective, cuando Matthew McConaughey y Woody Harrelson ensayaban respuestas posibles a los crímenes espeluznantes que investigaban en función de sus propios miedos y ansiedades. La capacidad de reinvención de las ficciones que podemos ubicar en este subgénero radica en ofrecer a cada uno, personajes y espectadores, no la respuesta que cree que busca sino la que necesita.
La llegada de Devs y una nueva vuelta de tuerca
El estreno de Devs, la última creación de Alex Garland (Ex Machina, Annihilation) actualiza estas reflexiones. El argumento parece simple a primera vista: Forest (Nick Offerman), un excéntrico genio de la tecnología, busca predecir la conducta humana. En la persecución de ese objetivo se conjugan ambiciones, locura y un ingente anhelo de mitigar el dolor de un duelo. Para Forest, la gestación de un proyecto tecnológico como Devs, en tensión con los controles del gobierno y en abierta colisión con los mandatos morales de la sociedad, promete una última respuesta, que excede el progreso científico y la superación de los límites de la inteligencia humana. Cómo en esa respuesta se combinan pasiones primarias con sofisticadas elaboraciones intelectuales resulta ser la base que sostiene el andamiaje de la serie, que parece querer darle una vuelta de tuerca más al juego de todos los mystery boxes ¿Es eso que está ante nuestros ojos lo que perseguimos o hay algo más allá? Lo que siempre parece estar más allá, como ocurrió en el frustrante final de Lost, tenía que ver con que muchos dilemas instalados no tenían reales respuestas. O, por lo menos, no aquellas que pueden darse en el marco de una ficción.
El diseño de Devs confirma que las posibles resoluciones a los rompecabezas que proponen las series mystery box pueden ser también excelentes estrategias para llevar orden a un mundo que, justamente en estos días, se revela como caos. Lo desconocido es lo que subyace, en última instancia, tras toda apariencia de control. El limitado poder de la humanidad frente a aquello que escapa a su previsión, frente a lo que solo puede ensayar respuestas temporales y no siempre efectivas, alimenta aquellas ficciones en las que ese poder se revela como posible. Encontrar respuestas a los dilemas de esas cajas misteriosas, sobre todo aquellos que nos interrogan sobre nuestras profundas ansiedades, sobre nuestros miedos indecibles, sobre aquello que ni siquiera tiene visible expresión, es una forma de estar alerta, en ejercicio del intelecto y en permanente acción. Las series de este tipo pueden convertirse en este tiempo, no tanto en una distracción frente a los verdaderos interrogantes que nos rodean, sino en una forma indirecta y no menos efectiva de reflexionar sobre ellos.
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