El fantasma de la ópera: la locura del público que se lookeó como los personajes y la fan que se animó a ir más allá

El Majestic Theatre es una de las salas más importantes de Broadway y una de los más grandes con algo más de 1.600 butacas. Se inauguró en marzo de 1927 con el musical Asuntos de Rufus LeMaire. Desde ese momento, el majestuoso teatro albergó grandes comedias musicales. En su larga historia, la noche del 9 de enero de 1988 adquirió la categoría de hito: se estrenó El fantasma de la ópera, la comedia musical con música del británico Andrew Lloyd Webber dirigida por Harold Prince.

Para esta gran producción, el escenario del teatro se tuvo que modificar para adaptarse a los complejos elementos escénicos del espectáculo. Gran parte del arco de proscenio ornamentado del teatro fue oscurecido y pintado de negro para poner allí la imagen fantasmal de la historia de un amor no correspondido entre un sujeto misterioso que esconde su cara deformada por una enfermedad y su enamorada, una joven y bella artista. Se invirtió un millón de dólares para poder subir el telón. En perspectiva, la apuesta dio resultados: El fantasma de la ópera obtuvo esa temporada 7 Premios Tony y desde aquella noche, salvo en tiempos pandémicos con todas las salas de Nueva York cerradas, se mantuvo en cartel a lo largo de 35 años durante los cuales vendió casi 20 millones de entradas y logró una recaudación de más de mil millones de dólares. Pero el domingo, esta historia en el Majestic llegó a su fin por motivos económicos. Lo cual, para sus creadores, su elenco y los miles de fanáticos despertó una variedad de reacciones que modificaron el paisaje del midtown de Manhattan, que se pobló se seres que fueron vestidos con elementos claves de la trama a manera de homenaje, de despedida, de agradecimiento.

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