Spider-Man: Turn Off the Dark sumó terribles accidentes y varios desatinos artísticos en sus pocos meses en cartel en Broadway, que pasaron a ilustrar uno de los capítulos más sombríos de la historia del teatro musical en los Estados Unidos
En el mundo del espectáculo los integrantes de la comunidad teatral son conocidos como los más supersticiosos en un ambiente en dónde las cábalas, los amuletos y los rituales abundan. Evitar el uso de ropa de color amarillo, no silbar en la sala ni desear suerte antes de una función y mucho menos pasar el tiempo entre actos tejiendo en el camarín, son algunas de esas reglas universales que, de romperse, creen muchos de quiénes trabajan sobre las tablas, traerán mala fortuna a la puesta en cuestión. En el caso del fiasco que resultó Spider-Man: Turn Off the Dark, el musical de Broadway inspirado en el superhéroe de Marvel, estrenado en junio de 2011, cabe imaginar que alguien debió transgredirlas todas.
Pocas veces en la historia del teatro de Nueva York, una obra sufrió la continua mala suerte de este musical que en un principio parecía tener el éxito asegurado. Se trataba de la primera vez que un personaje de Stan Lee llegaría a Broadway y en sus seis décadas de existencia -primero en las historietas y luego en la TV y el cine- el Hombre Araña era el más querido de la escudería Marvel, una popularidad sostenida en la trilogía cinematográfica protagonizada por Tobey Maguire y dirigida por Sam Raimi, que llevaba miles de millones de dólares acumulados en recaudación desde el estreno de la primera parte, en 2002. Pero no solo eso: Bono y The Edge, los líderes de U2, una de las bandas más populares de todos los tiempos, se habían comprometido a componer las canciones de la obra que tendría a Julie Taymor, la talentosa directora de la versión teatral de El rey león, reconocida como el musical más exitoso de Broadway con una taquilla de más de seis mil millones de dólares en venta de entradas desde su estreno.
Sin embargo, lejos de convertirse en el fenómeno que sus pergaminos se animaban a anticipar, la obra se transformó en uno de los desastres más estrepitosos del mundo del teatro. Este incluyó lesiones de muchos de sus artistas, determinantes despidos, críticas demoledoras de los medios más influyentes, pérdidas muchas veces millonarias y el hecho de haberse vuelto el remate del chiste y signo de advertencia para la actividad artística y cultural de su tiempo.
La cadena de desgracias empezó con una muerte. Desde la perspectiva que aporta el paso de los años, resulta bastante claro que el destino del proyecto estaba trazado desde el inicio. ¿Quién no interpretaría como un mal augurio que Tony Adams, el productor que había puesto en marcha toda la iniciativa sufriera un ACV en el exacto momento de la firma del contrato con The Edge? Adams, quien había adquirido los derechos teatrales de Spider-Man y llevaba casi una década detrás del proyecto, moriría dos días más tarde.
Según relataban las noticias de aquella época, Adams había ido al departamento del guitarrista a llevarse su firma, la única que faltaba para poner en marcha el proyecto y cuando el dueño de casa fue en busca de la lapicera con la que rubricaría el acuerdo, el productor tuvo un ataque tan severo que The Edge lo encontró sin conocimiento. Tuvo que ser trasladado a un hospital y allí murió dos días después. Y, sin embargo, a pesar del traumático evento, el consenso del equipo de producción fue ceñirse a aquello de “el show debe continuar”, una decisión de la que se arrepentirían más tarde cuando el musical se despidió definitivamente después de tres años con un saldo final demoledor: se habían gastado 75 millones de dólares en una obra que dejó pérdidas de más de sesenta, unas cuantas demandas judiciales y la fama de haber realizado el más resonante fracaso en la historia de Broadway.
La telaraña
“Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. El antiguo adagio popularizado por los cómics y las películas de Spider-Man en las que el tío Ben le advertía a Peter Parker sobre el peso que supone tener superpoderes debería haber servido también como guía para los productores del musical. Con todo el dinero y el prestigio del mundo a su disposición y las altas expectativas que generaba el proyecto en el público, se esperaba que todos los involucrados estuvieran a la altura de lo que estaban planeando. Sin embargo, cuando la producción convocó a los dueños de los teatros y otros integrantes influyentes de la escena teatral neoyorquina para presentarles el proyecto, muchos empezaron a notar que ese sentido de responsabilidad no formaba parte del asunto. En esa ocasión, Bono, por ejemplo, eligió contar una anécdota en la que Andrew Lloyd Webber, el indiscutido rey Midas del teatro musical, le había agradecido durante una cena compartida que nunca se hubiera metido en su territorio. “Andrew me dijo que le agradecía a los músicos de rock por haberlo dejado tranquilo durante 25 años y con el teatro todo para él”, contó el líder de U2 en aquel encuentro de la industria teatral al que la prensa no fue invitada aunque, rápidamente, se hicieron de las declaraciones del músico. “Ahora decidimos hacerle la competencia a Andrew”, confirmó Bono risueño, una frase que en los meses siguientes se volvería un poderoso boomerang en su contra.
Con semejante apuesta por delante, en el detrás de escena las cosas empezaron a complicarse desde el principio. Sin experiencia en la composición de canciones para un musical, los rumores indicaban que un productor tuvo que preparar cuatro CD que compilaban sesenta de las canciones más representativas del género en sus más de seis décadas de existencia a modo de instructivo educacional para Bono y The Edge. Una experiencia auditiva que dejó a los rockeros desconcertados, por lo que ellos consideraban un estilo de temas empalagosos y algo tontos que no tenían nada que ver con lo que pretendían para la obra.
Por otro lado, Taymor, una respetada puestista con su propio grupo de fanáticos y defensores en Broadway, les advirtió a los productores que le ofrecieron escribir y dirigir el espectáculo que solo aceptaría hacerlo si encontraba algo en el proyecto que encendiera su imaginación. Así, después de contratar al dramaturgo Glen Berger para ayudarla a escribir el guion, Taymor se entusiasmó al incorporar a la historia del héroe adolescente de Nueva York, a Aracne, un personaje de la mitología griega que luego de vencer a la diosa Atenea en un concurso de costura era transformada en una araña como castigo por su atrevimiento. La incorporación de esos elementos narrativos provocó el rechazo del productor Avi Arad, por entonces la máxima autoridad en Marvel. Según él, la idea de Aracne no tenía nada que ver con Spider-Man e incluirla era un error. Taymor, con todo el apoyo de su exitosa carrera en Broadway, resistió las críticas internas y hasta supeditó su permanencia en la obra a que se aceptara su punto de vista. Por temor a quedarse sin su directora estrella y con los costos que ya superaban al presupuesto original en varios millones de dólares, los productores le dieron el visto bueno a Taymor. El resultado: una obra mucho más sombría, sexualizada y pretenciosa que el cómic original creado por Stan Lee y Steve Ditko y las películas dirigidas por Raimi.
“Todo artista tiene que encontrar los temas que lo inspiran y trabajar a partir de ellos. Sin embargo, en este caso, el hecho de que la puesta de un musical de Spider-Man estuviera a cargo de una realizadora poco interesada en el personaje y unos compositores poco interesados en el teatro musical, no era precisamente la situación ideal”, explicaba Berger en su libro The Song of Spider-Man, un recuento de sus días trabajando en el musical “más caro, ambicioso, peligroso y controvertido” de todos los tiempos. Y cómo su trabajo soñado rápidamente se transformó en una espantosa pesadilla.
Vuelo rasante
Más allá de los obstáculos de sus primeros meses, el trabajo en la obra avanzaba a paso lento pero seguro. Hasta que dejó de serlo. Los productores decidieron comprar el teatro Foxwoods, el más grande de Broadway, para proceder a desarmarlo con el fin de instalar cincuenta vigas de acero de 6 metros de largo en el techo. Las vigas servirían para sostener las poleas que permitieran colgar las sogas, esenciales para las muchas escenas de vuelos que incluía la trama. Ese trabajo llevó más de tres meses en completarse y otro tanto se dedicó al desarrollo y la adaptación del software necesario para controlar las maniobras en altura electrónicamente. Mucho más complicado y engorroso de lo que sus creativos habían imaginado en un principio, cuando esa parte de la puesta estuvo lista y comenzaron los ensayos coreográficos. Y los desastres.
Primero, uno de los actores especialistas en acrobacias de altura, que había sido contratado para interpretar al personaje central en vuelo, se desplomó al suelo y se fracturó las dos muñecas. Luego la actriz que interpretaba a la discutida Aracne fue golpeada por una soga y sufrió una conmoción cerebral que la dejó afuera del espectáculo. En una de las primeras funciones con público, antes del estreno oficial, otro de los dobles de Spider-Man se cayó al pozo de la orquesta desde una rampa ubicada a más de 9 metros de altura, lo que fue captado en video por uno de los espectadores y provocó no sólo muchos artículos periodísticos sino la visita de inspectores municipales con la capacidad de clausurar la obra. Aún así, Daniel Ezralow, el coreógrafo a cargo de la puesta, justificaba los múltiples accidentes como errores humanos que nada tenían que ver con la maquinaria de vuelo, un sistema de 22 grúas mecanizadas que permitían impulsar a varios actores sobre el público a grandes velocidades.
Uno de los trucos más destacados de la obra ocurría cuando los espectadores veían como Spider-Man utilizaba su telaraña para despegar desde el escenario, pasar por arriba de las butacas y aterrizar en el superpullman para lanzarse desde allí de vuelta al escenario para aterrizar sobre el Duende Verde, su eterno enemigo. Tal vez por un exceso de ambición o falta de ensayo, lo cierto es que en una de las funciones de estreno a pocos segundos del intervalo, cuando debía llevarse a cabo la peligrosa prueba, el actor no pudo completar el “vuelo” y quedó suspendido a dos metros del suelo sobre las dos primeras filas de la platea. “Una piñata de Spider-Man”, fue lo que se dijo de aquel mal paso que se sumaba a los otros que la prensa empezaba a documentar.
La fecha de estreno oficial fijada para febrero empezó a postergarse, una ocurrencia habitual en Broadway aunque nunca por tantos meses como los que se estaba tomando la obra, que en todo ese tiempo se negaba a invitar a los críticos teatrales a verla. Pese al intento de mantener sus muchos problemas en secreto, lo cierto es que el mundillo de Broadway ya tenía claro que Spider-Man: Turn Off the Dark era una bomba de tiempo a punto de estallar. Si no la cerraba la municipalidad o las protestas de su propio elenco temeroso por las numerosas fallas de seguridad, lo haría Marvel, más que descontento con el trabajo de Taymor. Transformada en el hazmerreír de los medios norteamericanos -la prestigiosa revista The New Yorker ilustró una de sus famosas portadas con un dibujo de varios hombre araña con vendas y acostados en camillas de una sala de emergencia-, la obra finalmente tuvo su noche inaugural el 14 junio de 2011. El gran evento no solo contó con la presencia de Bono y The Edge sino también con muchas otras celebridades dispuestas a ver por sí mismos la obra más discutida de ese año.
Las críticas de los diarios más influyentes fueron demoledoras: el New York Times describió las canciones del espectáculo como un “persistente dolor de cabeza”, mientras que el periódico británico The Guardian calificó a la obra como “desconcertantemente inepta”; a sus acrobacias como “nada distinto de lo que se ve en un circo barato y a su música de “mediocre y olvidable”. Con semejantes comentarios, la posibilidad de que la obra no alcanzara a pagar los altos costos de su puesta en escena -se precisaban más de un millón de dólares por función para hacerla- era enorme. Así, los productores decidieron despedir a Taymor y tomarse varios meses para modificar el libro de la obra, descartar las ideas de la directora y destacar todo lo que se relacionara con la historia original del personaje. En términos de taquilla, los cambios funcionaron e impulsaron a los fanáticos de Marvel a apoyar la aventura teatral de su héroe favorito y a los curiosos a asistir a las funciones con la morbosa ilusión de ser testigos de algunos de los accidentes por los que la obra se hizo tan conocida.
Con todo Spider-Man: Turn Off the Dark duró tres años en cartel con una recaudación estable aunque no lo suficientemente alta para mantener algunos de sus trucos más costosos ni evitar las constantes fallas. Y mucho menos para evitar el balance negativo de más de 60 millones de dólares que los productores tenían pocas posibilidades de recuperar. Es que a diferencia de lo que sucede con muchas obras que recuperan las pérdidas en Broadway con giras y puestas internacionales, este musical cargaba con tanta infamia y mala fortuna que nadie se animó a volver a montarlo. De todos modos, al momento de su cierre en Nueva York, el propio Bono mantenía las esperanzas por el futuro de la obra. En ese momento hablaba de posibles puestas en Las Vegas, en Londres y en ciudades de Alemania, tres rentables plazas para el género musical que prefirieron no sumarse a la desastrosa saga del espectáculo más caro y más peligroso de la historia de Broadway. Una leyenda por todas las razones equivocadas.
Más notas de Grandes fracasos del mundo del espectáculo
Más leídas de Espectáculos
"Pisar el escenario con fuerza". El debut de la hija de Valeria Mazza en La Voz de España y los elogios de una famosa cantante
"Te amo". El rotundo cambio de look de Justin Bieber que despertó un piropo de un famoso argentino
De los “curros” en el Estado a los "trabajos" de Karina. Tinelli hizo su debut en el streaming con un imitador de Milei
Tenía 87 años. Murió el sexólogo Juan Carlos Kusnetzoff: el conmovedor mensaje de su hijo Andy