En Le dedico mi silencio, anunciado como su último libro de ficción, el Nobel peruano se centra en un crítico musical obsesionado por un guitarrista; las cartas del Boom aportan una nueva mirada a sus comienzos
“De veras consterna leer las novelas francesas contemporáneas; son de una frivolidad irritante, y uno sale de ellas medio asfixiado de aburrimiento. Francia, Italia y Alemania presentan como candidata al Premio Internacional una novela de Nathalie Sarraute donde se habla confusamente sobre una confusa novela de un autor confuso”.
Semejante diatriba contra la intelligentsia literaria europea y en particular francesa parecería surgir de algún viejo patriarca atornillado a la silla del conservadurismo literario; jamás la imaginaríamos en una carta, en plena efervescencia sesentista, nada menos que de Mario Vargas Llosa, quizás el más arriesgado en términos formales de aquel grupo heterogéneo, pero con ansias de homogeneidad, que alguien bautizó como Boom latinoamericano. La misiva estaba dirigida a su colega, el escritor mexicano Carlos Fuentes, en la que además lo conminaba a que en conjunto impidiesen que “estos babosos hagan con la novela lo que hicieron con la pintura”.
Habría que agregar –o más bien ajustar– los términos en que el propio Vargas Llosa imaginó o trató de definir el trabajo de todos ellos: una literatura que fuera, a la vez, Los tres mosqueteros y Ulises. Esa cruza tal vez permita comprender mejor la oposición –que es también una necesidad de desmarcarse– a ciertas tonalidades de lo experimental, ecuación que de todos modos alguien como Juan José Saer, al fin y al cabo también hijo de William Faulkner pero por otros medios, logró resolver desde una perspectiva bien distinta.
Ambas consideraciones aparecen en Las cartas del Boom, volumen de distribución reciente que reúne el intercambio epistolar –con algunos agregados como telegramas o notas– entre los mencionados Fuentes y Vargas Llosa, más los de los otros dos popes de aquella suerte de movimiento espontáneo o fenómeno que proyectó la literatura latinoamericana hacia todo el mundo: el argentino Julio Cortázar y el colombiano Gabriel García Márquez. Un fenómeno que es indispensable pensar, en términos de visibilidad, a partir de la Revolución Cubana, y que sin duda se transformó en una suerte de etiqueta o reducción, una pertenencia unívoca que parecía dejar afuera autores como Jorge Luis Borges o Clarice Lispector, como si América Latina tuviese una sola variante literaria o un único modo de expresarse.
Desde luego que el Boom se alimentaba de muchos otros nombres –José Donoso, Guillermo Cabrera Infante, Augusto Roa Bastos–, que dio a la vez una nueva y mayor circulación a sus precursores –Juan Carlos Onetti, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, Miguel Otero Silva, José Lezama Lima– y, asimismo, contribuyó a instalar obras tan disímiles como las de María Luisa Bombal, Elena Garro o Salvador Garmendia.
"El punto de partida de Le dedico mi silencio es un misterio: el protagonista –un tal Toño Azpilcueta–, crítico musical y militante furioso del vals peruano, escucha tocar una única vez a un guitarrista sin igual"
Aunque muchos consideran que la década de 1960 constituyó el clímax de aquella explosión creadora, y que lo que vino después fue una suerte de piloto automático amparado en determinadas fórmulas, lo cierto es que obras como la de Vargas Llosa –o la del mismo Onetti– resultan un poderoso antídoto contra esa simplificación. Pocos escritores, de cualquier latitud, se han mantenido siempre tan ambiciosos, tan preciosistas, tan agudos, como Vargas Llosa, que irrumpió sesenta años atrás con esa joya titulada La ciudad y los perros; la cercana Tiempos recios, de 2019, está ahí para probarlo. Sin embargo, Le dedico mi silencio, la flamante novela con la que el Premio Nobel peruano anuncia el fin de su recorrido dentro de la ficción –su coda definitiva sería, en principio, un ensayo sobre Sartre– es un texto inconsistente, que como casi todas las cosas empieza mucho mejor de lo que termina.
El punto de partida de Le dedico mi silencio es un misterio: el protagonista –un tal Toño Azpilcueta–, crítico musical y militante furioso del vals peruano, escucha tocar una única vez a un guitarrista sin igual, conocido como Lalo Molfino. Ese es el día en que su vida se parte en dos. Luego lo pierde de vista; pronto averigua que ha muerto, y que incluso se habla de un inexcusable suicidio. A partir de allí, Toño se identifica con aquel iluminado de tal manera que emprende primero una biografía, y a través de ella un panegírico de la música criolla en su país.
La novela de Vargas Llosa se estructura, en torno a todo eso, sobre dos vías paralelas: por un lado, la investigación de Toño, el producto de ella, su obsesión que lo lleva a elaborar teorías extremas y proponerse, a la larga, casi un libro total sobre la conquista, la colonización, el mestizaje y el vals peruano como instrumento de unión entre todos sus compatriotas; por otro, el ensayo en sí, o algunos fragmentos pertenecientes a él, en los que Toño utiliza extrañamente la primera persona, al punto de blanquear cuestiones de absoluta intimidad, a la vez que se enmaraña en los planteos cada vez más pretenciosos y difusos de su proyecto.
Pero así como el libro de Toño extravía su brújula, el de Vargas Llosa lo hace a la par, resolviendo arbitraria o confusamente situaciones, relaciones, ejes de conflicto (de más está decir: sin que puedan establecerse lazos productivos entre ambas derivas).
En diversas instancias del tomo que recopila la correspondencia entre los miembros del Boom –con grandes faltantes, dada la escasa meticulosidad o previsión de algunos de ellos–, se señala, a propósito del sentido de pertenencia, que ahora cada uno se hallaba menos solo. A casi cuarenta años de la muerte de Cortázar, una década después de la de Fuentes y García Márquez –aunque con este llevara medio siglo enemistado–, es posible que Vargas Llosa siga sintiendo la compañía de sus fantasmas, el eco todavía ensordecedor de aquellos tiempos. Y que a partir de ahora sea a ellos, a sus compadres, a quienes les dedique su silencio.
Le dedico mi silencio
Por Mario Vargas Llosa
Alfaguara
303 páginas, $ 14.999
Las cartas del Boom
Por Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa
Alfaguara
561 páginas, $ 19.299