Lecturas: El último policial de Padura
En la nueva novela protagonizada por su detective fetiche, el escritor cubano presenta una doble historia con la visita de Obama a la isla de fondo
El pasado suele abarcar, en el campo de la ficción, dos recorridos, que también son dos funciones literarias. Por un lado, la de darle entidad o espesura al presente; es decir nutrir la peripecia mostrándonos quiénes son, de dónde vienen, qué significa para estos personajes a quienes se nos invita a seguir cómo van a la guerra, se divorcian, compran un chocolate o un pasaje a la Luna. Por otro, la de reencauzar ese mismo presente, dándole un nuevo significado, variando su rumbo o situándolo en un mapa inesperado.
"La ciudad está revolucionada por esos días a raíz de los eventos que la reciente apertura ha disparado y que parecen amontonarse: un desfile de Chanel, un show de los Rolling Stones, la visita del presidente norteamericano Barack Obama"
El cubano Leonardo Padura (La Habana, 1955) trabaja en Personas decentes, su última novela, esas dos dimensiones de lo argumental de manera bien distinta. En la primera historia, la que habita el presente y es protagonizada por su personaje fetiche Mario Conde, el pasado, el suyo y el de la isla de Cuba, es el de los sueños perdidos, el de las promesas no cumplidas, el del transcurso en el que todo, de una u otra manera, se ha desmembrado. Pero el pasado más remoto, el de la segunda historia –que transcurre un siglo atrás y se vuelve una obsesión para Conde, al punto que alimenta inesperadamente su escritura– es un enigma, una aproximación aletargada en la que las piezas comienzan de a poco a resultar cada vez más llamativas y a gritarle al presente, cada vez en volumen más alto, sus disonancias.
Como el mismo Padura ha confesado, Personas decentes es la más estrictamente policial de sus novelas dedicadas al género –la serie del detective Mario Conde–, en la que sintió la necesidad de practicarlo a fondo y escribir “una historia con varios muertos y muchos crímenes, físicos, históricos y espirituales”. Habría que recordar, en especial para aquellos que no han seguido su trayectoria, que Padura es hasta cierto punto un continuador o discípulo de Manuel Vázquez Montalbán y de su célebre investigador Pepe Carvalho (y a su modo, también de Andrea Camilleri). Como en el primero, la trama policial es por encima de todo una excusa para abrir un mundo, para observarlo en profundidad, para perderse en sus digresiones, para disfrutar de sus placeres (aunque en el caso de Conde, a partir de sus bolsillos flacos y los de sus connacionales, estos se manifiesten más como añoranza que como realidad palpable). Su protagonista es un expolicía devenido detective privado, devenido a su vez librero, aunque el escaso rédito que le entrega la compra-venta de libros lo empuje en ocasiones a aceptar a regañadientes aventuras de investigación pasajeras.
Aquí, uno de sus amigos más antiguos y fieles –Yoyi el Palomo– le ofrece salir a flote por un tiempo convirtiéndose en una suerte de cazador silencioso: su trabajo consiste en observar, en el local nocturno que el otro regentea, los movimientos de ciertas presencias inquietantes relacionadas con el negocio de la droga, que pueden arruinarlo todo. La ciudad está revolucionada por esos días a raíz de los eventos que la reciente apertura ha disparado y que parecen amontonarse: un desfile de Chanel, un show de los Rolling Stones, la visita del presidente norteamericano Barack Obama. En particular este último factor es el que desestabiliza a la isla entera, y que empuja a un viejo colega a pedirle ayuda –dado que la policía está dedicada en su totalidad a aquellos otros menesteres–, de manera más o menos extraoficial, otorgándole un caso urgente y sombrío: acaban de asesinar a un antiguo funcionario del gobierno, un burócrata sádico que en sus días de gloria se entretenía arruinándole la vida a infinidad de artistas, y lo han hecho con saña, con método, y también con misterio.
La segunda historia, la que parece reverdecer la pluma de Conde, está situada en los albores del siglo pasado, una época en que la ciudad prometía convertirse en “la Niza del Caribe”; narrada en primera persona por un teniente de la policía que intenta resolver una serie de crímenes, tiene en la figura de un tal Alberto Yarini –un personaje real, al que Padura le dedicó décadas atrás un par de artículos–, suerte de rey de la noche y centro de todas las miradas, a su principal imán, alguien cuyo secreto se agiganta mientras más aparenta revelarse. Desde luego, ambas anécdotas, en principio distantes, con el correr de las páginas no harán más que entreverarse.
En el plano contemporáneo, el marco en el que se desarrolla la novela, cuyas fechas han sido alteradas levemente para posibilitar ciertos encastres, le permite a Padura hacer que su protagonista –a partir de la falta de recursos mencionada– se sumerja hasta el cuello en el barro de lo policial; asimismo, le otorga a su autor la chance de contrastar el universo de sus criaturas con ese otro que les ha sido vedado (la novela se inicia con la negativa rotunda de Conde a ir a ver a los Rolling Stones, bajo el sentimiento furioso y amargo de que “ya es demasiado tarde”). Al respecto, el rigor crítico de Padura acerca de la situación de su país, de los sueños colectivos que para muchos han ido destiñéndose, del costo desmedido o absurdo o cruel que tantos han pagado, luce más expuesto, más extremo o más desesperanzado en sus últimos libros, ya sin las medias tintas o los reconocimientos a los que diera lugar en instancias anteriores.
Por lo demás, no hay sorpresas mayúsculas en la adictiva pero a veces sobrecargada retórica de Padura, al margen de que en esta oportunidad la voz de Conde –una tercera persona posada en su hombro, teñida por completo de su ánimo y sus ideas– comparta su territorio con el de ese otro narrador en primera, plantado allá lejos en el tiempo. Un siglo atrás, cuando el cometa Halley amenazaba dejarnos sin las maravillas y sin el horror, sin la esperanza ni la derrota; es decir, sin las abismales contradicciones que escenificó el siglo XX, y que todavía resuenan en nosotros.
Personas decentes
Por Leonardo Padura
Tusquets
439 páginas, $ 4200