El libro de Ceferino Reato sobre el cura tercermundista ofrece una nueva mirada sobre un personaje clave de los años 70
“Aprendamos de la historia, sobre todo de sus páginas negras, para no volver a cometer los errores del pasado”. Así comienza la introducción de Vida. Mi historia a través de la Historia, libro recién publicado donde el papa Francisco vuelve su mirada hacia los hechos más relevantes de carácter local y global que entrelazan su experiencia personal en el escenario del acontecer social y político del que le tocó ser protagonista y testigo. Uno de esos teatros es la llamada guerra sucia, a la que dedica un entero capítulo.
Mirar la historia como él lo hace, en uno de sus momentos más oscuros, con una actitud de relectura sine ira et cum studio, es el signo de una madurez que todavía no supimos conseguir. La Conferencia Episcopal Argentina encargó a un equipo de teólogos e historiadores una revisión del rol que la Iglesia Católica había cumplido en ese proceso, publicado también en fecha reciente. El copioso material producido fue condensado en tres volúmenes titulados La verdad los hará libres. Esta obra significó un nuevo paso en un tortuoso devenir de sangre, sudor y lágrimas.
Como subrayaba Cicerón en una sentencia tan citada como desatendida, la historia es magistra vitae. Revisitar el pasado no se identifica con un mirar para atrás y quedar convertido, como la mujer de Lot, en una estatua de sal. El tiempo pretérito puede ser una prisión, pero también una ayuda para construir mejor la posteridad. El examen de lo que hicimos es, por el contrario, muy saludable, si nos sirve para acercarnos a la verdad, aunque duela, pero para eso se necesita la valentía de los honestos. Son los que están dispuestos a soportar una realidad que no es la que hubieran deseado.
Mirar y escuchar
Los 70 siguen siendo los años más concurridos en la inquisición retrospectiva de la historia. Queremos encontrar en el pasado una explicación para el presente que nos permita cambiar nuestro futuro. Esa actitud explica el éxito de la saga de la literatura setentista. El libro de Ceferino Reato Padre Mugica. ¿Quién mató al primer cura villero? Los usos políticos de un asesinato que conmovió a la Argentina (Planeta) se inscribe en esa dirección. Propone una nueva mirada sobre un personaje central de los 70, situándonos en esa perspectiva de comprender para aprender.
"La personalidad de Mugica ha sufrido glorificaciones y anatemas, pero Reato no incurre en esos simplismos y señala una doble ambigüedad, en la persona y en el escenario en que le tocó actuar"
Una característica de su revisión de nuestra historia reciente consiste precisamente en mirar y decir sin prejuicios, como es su estilo, lo que no se ha visto ni escuchado, o no se ha querido hacer, casi siempre debido a la tan traída y llevada construcción del relato. Una cosa es mirar y otra ver, así como una cosa es oír y otra escuchar. Estamos ante un nuevo ejemplo en el que se desarticula la estrategia por la que lo histórico es subordinado a lo político y donde la historia es sustituida por una memoria subjetiva.
En el trepidante escenario de los años 70 hubo unos actores que fueron víctimas y otros que fueron victimarios. El sacerdote tercermundista Carlos Mugica ¿a qué categoría pertenece? Es una pregunta de difícil respuesta y el libro no intenta proporcionarla. Tal vez pueda ser contado entre ambas. Mugica fue –salvadas las distancias ideológicas– lo que los españoles denominarían un cura trabucaire, calificativo que se asignaba a los clérigos que en las guerras carlistas se oponían a los liberales, incluso con las armas (trabucarie proviene de trabuco). Las opciones políticas siempre han sido la tentación del clero, como una forma del clericalismo.
Una fe ideológica
La personalidad de Mugica ha sufrido glorificaciones y anatemas, pero Reato no incurre en esos simplismos y señala una doble ambigüedad, en la persona y en el escenario en que le tocó actuar. En sus recuerdos, el Papa rememora el macartismo, allá en los años de la Guerra Fría, y lo trae a nuestro tiempo, cuando todavía se sigue pensando que ocuparse de restañar las heridas de los pobres es comunismo.
De una parte, no puede desconocerse el amor a los más postergados y la búsqueda de justicia que inspiró la vida del personaje, así como una cierta ingenuidad política que se dejó llevar por el viento de las corrientes ideológicas de su tiempo. Pero tampoco puede dejar de señalarse la opción de Mugica por el peronismo como la única forma de asumir el mensaje evangélico, una autoritaria ideologización de la fe que vulnera la libertad de los fieles cristianos en materias políticas y sociales.
Se reconoce en él haber querido atender el mandato que a fines de siglo XIX lanzó el papa León XIII, que abrió una nueva conciencia cristiana hacia lo social: allez au peuple. Más de cien años después,el papa Francisco renovó ese pedido. Los tres serían acusados de comunistas, sin que lo fueran, más allá de las candorosas simpatías del cura villero por la revolución cubana y el socialismo nacional.
"Mugica fue arrastrado por la desaforada pulsión socialista que envolvió la década del 60 con sus tormentas apocalípticas, que desgarraron a la sociedad argentina"
Pero ¿qué significa identificarse con los humildes? Mugica interpretó reductivamente la consigna leoniana, concibiéndola en clave política, y su forma de encarnarla fue hacerse peronista. ¿Y si el pueblo hubiera sido nazi, como en Alemania, que ungió a Hitler por medio de elecciones democráticas?
La fe tiene una dimensión política, pero no puede quedar subsumida en ella; debe conservar siempre su autonomía, sin lo cual se corrompe como tal. Por eso su praxis, más allá de las buenas intenciones, quedó enredada en el fragor de sus flirteos, propios de un juego político que se jugaba con las cartas marcadas y que le cobraron una trágica factura.
Las modas políticas son, como tales, veleidosas. Hoy son liberales, mañana pueden ser todo lo contrario. Mugica fue arrastrado por la desaforada pulsión socialista que envolvió la década del 60 con sus tormentas apocalípticas, que desgarraron a la sociedad argentina. Si se era cristiano había que ser peronista y si se era peronista se debía optar por el socialismo.
De ahí que no pueda desconocerse su ambiguo tratamiento de la violencia, que compartió con el propio Perón. Los montoneros apuntaron al líder a diestra y a siniestra: a su derecha contra Rucci y a su izquierda contra Mugica. Uno y otro prohijaron la lucha armada como un instrumento de la política, pero ambos sufrieron también trágicamente las asperezas de esa zarza ardiente cuyas chispas encendieron.
Aquellos vientos trajeron estos lodos, que en el caso del sacerdote fueron el producto de su mix político religioso, un signo inequívoco del clericalismo temporalista. El clericalismo fue entre nosotros primero de derecha y después de izquierda, pero siempre dispuesto a reaparecer como una patología del hecho religioso, como una verdadera ideología de la fe.
Historia y memoria
El nuevo libro de Reato busca centrarse en una de las construcciones instrumentales de nuestra historia y examina nuevamente una cuestión controversial aún no resuelta. ¿Quién fue el responsable de su asesinato, quién lo mató? El autor revisa los argumentos, los hechos, las pruebas y arremete contra la versión canónica que ha quedado instalada pero con carácter dudoso, la de la culpabilidad de la Triple A.
El historiador desnuda con un prolijo bisturí una a una sus debilidades, exige probanzas que no aparecen, siembra la duda en su permanente búsqueda de la verdad. Pero no hay una conclusión definitiva. El libro deja abierta la cuestión a la comprensión del lector y a su capacidad de discernir hechos y responsabilidades. Pero desbroza la maleza del camino y se aproxima a un tratamiento mas objetivo de una realidad que difícilmente es monocolor.
La historia no está hecha para juzgar sino para comprender, ha dicho Andrea Riccardi, un profesor de la Universidad de Roma Tres, quien ha denunciado la historia justiciera, que más que buscar la sustantividad de lo real se recuesta en actitudes preconceptuales y consiguientes anacronismos. La verdad es una, aunque sujeta a diversas interpretaciones. Los puntos de vista pueden diferir, pero los hechos reinan.
El último aniversario del comienzo de la dictadura militar ha mostrado hasta qué punto las heridas continúan abiertas y los antagonismos permanecen irreductibles. Pero Reato se sitúa en otra perspectiva. Las páginas negras no se blanquean con una memoria siempre subjetiva y no pocas veces interesada en cada uno de los litigantes, sino con un reconocimiento del alma.
Doctor en Derecho y Ciencias sociales; profesor universitario