La diferencia femenina
Las mujeres hemos sido cuidadoras desde tiempos remotos, y si los humanos hemos sobrevivido como especie, lo hicimos por nuestra capacidad para empatizar y colaborar con otros
Por primera vez en la historia, una mujer dirige el Fondo Monetario Internacional, otra tiene a cargo la Federal Reserve System, de Estados Unidos (informalmente llamada FED, Sistema de Reserva Federal), el 12 por ciento de los 193 países miembros de la Organización de Naciones Unidas es gobernado por mujeres, el 16 por ciento de las mujeres ocupa los lugares de mayor responsabilidad en las empresas en todo el mundo…
Si bien estos porcentajes siguen siendo dolorosamente bajos en cuanto a participación femenina en las áreas de las grandes decisiones, la realidad actual era inimaginable hace tan sólo 30 años. Ahora bien, ¿qué significa este avance de las mujeres para el mundo? ¿Significa una mayor presencia de mujeres en puestos de decisión o un cambio, gracias a la presencia femenina, en cómo se vienen haciendo las cosas? Porque si bien encuentro que es importante que haya más mujeres sentadas en las mesas en las que se toman las grandes decisiones, tanto en las organizaciones como en los países, también me parece que importa más qué tipo de mujer llega a la cima. Porque si una mujer llega como el simple cumplimiento de una ambición individual y no para liderar los cambios que el mundo necesita (más y mejor diálogo, negociación, protección de todo lo que vive, respeto por lo diverso y lo vulnerable, repensar las prioridades de inversión, empatía, etcétera), entonces no está aportando el valor y el diferencial que podemos agregar. Tampoco, si llega masculinizada o es machista. Habiendo tantos hombres duros, ¿quién quiere mujeres de hierro?
Afortunadamente, mujeres y hombres miramos la realidad de manera diferente y complementaria. Por una cuestión cultural, las mujeres hemos sido cuidadoras desde los tiempos más remotos, y si los humanos hemos sobrevivido como especie, lo hicimos por nuestra capacidad para empatizar y colaborar con otros.
Ello no significa que los hombres no posean estas cualidades, porque sí las tienen, lo que sucede es que nosotras hemos recibido permiso cultural para ponerlas en juego y esto es lo que el mundo, en todos sus ámbitos necesita: empatía y capacidad para colaborar. Y si esto es lo que queremos sembrar en el mundo para transformarlo y mejorarlo, entonces necesitamos enseñarnos mutuamente a hacerlo en el mundo de los negocios, en el mundo de la política, en el de los vínculos entre las personas.
De las más viejas a las más jóvenes, las más experimentadas a las menos, acompañándonos, siendo mentoras, sosteniéndonos. Y esta es una tarea que una mujer puede hacer por otra con amor y excelencia. Porque como dice un antiguo verso en Nu shu, la única lengua escrita jamás, inventada por mujeres en el siglo III, en China, "Una mujer junto a un río nunca tiene sed y junto a una hermana, jamás desespera".
Las mujeres de hoy somos una extensión de una cadena antigua y poderosa que nació con la primera mujer que nutrió a otra, y tenemos la posibilidad de prolongar esa cadena en nuestras hijas, sobrinas, hermanas menores, para que lo femenino en ellas sea un factor de cambio y mejora de todos los contextos. Pero esto sólo sucederá si cambiamos la presencia femenina por influencia femenina. Es decir, cuando las mujeres que deciden efectivamente aporten esto que nos es propio, una mirada diferente y complementaria a la de los varones. Un hacer solidario, horizontal y respetuoso. Y en esto ganaremos todos.