Vino y agua
El agua es el elemento más puro que la naturaleza puede ofrecer para aplacar la sed y siempre es bueno consumirla. El vino es una bebida ligada al placer, festejo y encuentro, entre tantas bondades que puede ofrecer.
Ha sido un hábito echarle agua al vino, y lo cierto es que el vino tiene suficiente agua en su composición para desequilibrar su esencia; de todas maneras, el agua siempre tiene un lugar importante en la mesa.
En una degustación gracias a su limipidez, frescura y amabilidad, se recomienda beber agua mineral, entre las muestras de vino presentadas para suavizar las notas marcadas que ofrecen algunas etiquetas.
El beber agua no debería limitarse a aplacar la sed que una cata pueda originar, sino apreciar el potencial que aporta al paladar la naturaleza de su ligereza y suavidad.
Es aconsejable beber al menos la misma cantidad de agua que de vino, aunque idealmente ésta debería superarlo.
El sommelier se ocupa de lograr el mejor maridaje entre platos y bebidas, pero profundizando el concepto, también es para destacar el juego que puede generarse entre el agua y el vino.
Se apunta a que ambos tengan un lugar destacado y nada quede opacado.
Entre otros ejemplos: un agua mineral sin gas va a acompañar mejor un vino suave, con un alcohol moderado, mientras que el agua gasificada irá mejor con un vino de mas peso y añejo, buscando así una enriquecedora combinación de sabores que se complementen.
Se basa en la teoría de optimizar la intensidad de la bebida y la comida.
El agua será la primera bebida en servirse y la última en retirarse de la mesa; por su lado, los vinos tendrán su espacio y diversidad en función a un menu cuidado. El foco está en respetar a todos los productos que con su nobleza aportan al bienestar de un consumidor curioso y abierto a pasar un momento aún mas agradable.
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