Cerrar la grieta ambiental
Ante la reacción popular, el gobierno de Mendoza dispuso derogar la ley 9209 (modificatoria de la 7722), que permitía a los desarrolladores mineros utilizar sustancias químicas. ¿Cómo se llegó a esto en una provincia pionera en la preservación ambiental, en la que una industria extractiva –la petrolera– contribuye a su pujanza, con una ley que, entre otras cuestiones, incluía la consulta obligatoria al prestigioso Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales y obligaba a contratar un seguro ambiental? La "ley cianuro" se había convertido en una cuesta imposible de remontar, por errores de información, comunicación y timing, y por subestimar la problemática socioambiental.
La historia debe servirnos para aprender cómo cerrar la grieta ambiental; lo importante es lo que se haga de ahora en más. Existen diferencias sobre qué modelo de país se quiere y cómo se llega a él. La discrepancia entre desarrollo y protección ambiental genera un debate polarizado que no conducirá a ningún lado si no se lo encauza. Cada decisión gubernamental que se tome generará resistencia de algún sector. La falta de diálogo entre quienes tienen visiones diferentes nos hace ser militantes de verdades sesgadas. No será posible crear el futuro con antinomias.
El ambiente es un sector estratégico para integrarse al mundo y apalancar el desarrollo social y económico de nuestro país. Han cambiado los paradigmas, la política ambiental debe centrarse en la construcción de consensos. Deben motorizase debates irresueltos que dividen las aguas propiciando el diálogo –basado en la ciencia y no solo en la retórica–, sin esquivar la discusión acerca de qué lugar ocupan los recursos naturales en la matriz de desarrollo del país. Discusiones –que debieran ser moderadas por expertos en resolución de conflictos ambientales– de las que deben participar todos: especialistas, empresarios interesados, políticos decisores y la ciudadanía.
No me refiero a discutir la inminencia de un futuro distópico, si se justifica la ecoansiedad en la que estamos sumergidos, si los negacionistas del cambio climático por causas antrópicas terminarán teniendo razón o si existe un plan hegemónico global del Nuevo Orden Mundial para impedir que la Argentina –y otros países subdesarrollados– exploten sus recursos naturales, sino a cuestiones más cercanas, palpables.
Propongo abordar cuestiones que dividen aguas y claman luz: el oscurantismo de la energía nuclear, si es posible hacer cumplir las leyes cuando el Estado es el principal socio en algunos emprendimientos, si el fracking es tan contaminante como algunos denuncian a tal punto que debiéramos cancelar el desarrollo de Vaca Muerta, por qué el reciclado no ha avanzado a pesar de los millones invertidos en campañas de concienciación, si es posible incinerar basura sin afectar la salud de la población, si hay solución para el descarte de la pesca en el Mar Argentino, entre muchos otros. ¿Se justifican la expansión de la frontera agrícola y la deforestación? ¿Son los recursos naturales commodities que deben ser extraídas con rapidez para hacer valer el balance de pagos? ¿Debemos dejar de ser un país ganadero en momentos en que aumenta el consumo de proteína animal global? ¿O esto constituye una oportunidad para repensar la ganadería tradicional y hacerla más competitiva y amigable con el ambiente?
¿Son neoextractivismo megaminero, minería sustentable, paquete transgénico, agrotóxicos, sojización, agricultura sostenible y buenas prácticas agrícolas formas correctas de denominar a ciertas actividades o se invocan con alguna carga ideológica, intencionalidad política, deliberado alarmismo o maquillaje verde, según el caso? Vivimos en una época plagada de enfrentamientos sociales, políticos e ideológicos. En tiempos de ánimos exacerbados, los asuntos delicados deben ser abordados con sensibilidad y objetividad.
Discutir estas cuestiones es discutir qué modelo de país queremos. El desafío es desarrollarse ocasionando el menor daño posible. Es necesario resignificar la sustentabilidad implementando un proceso de ordenamiento ambiental participativo del territorio que nos permita decidir qué vamos a hacer, por qué, dónde y cómo. Que desarrolle las economías regionales. Discutir modelos vigentes de producción y consumo, calidad de vida, empleo e inclusión, el futuro de las comunidades locales, costos ambientales y sociales, regionalización, para, entre todos, encontrar caminos que se transiten con previsibilidad, reglas claras, límites precisos, controles estrictos y sanciones justas.
Autor de ¿Ética? Ambiental. Exdirector general de la Reserva Ecológica Costanera Sur y director general de la Comisión de Ecología de la Legislatura porteña