El encuentro entre dos mundos plasmado en museos futuristas, muestras y arquitectura impactante
DUBÁI.- Tras casi 20 horas de vuelo, llegué a Dubái, uno de los siete emiratos que conforman los Emiratos Árabes Unidos. En Ámsterdam, donde hice escala, una videoinstalación a gran altura daba la hora con guiño al tiempo de trabajo: un hombre borraba las manecillas que indican horas y minutos y volvía a dibujar una y otra vez, sí, infatigable, el horario actualizado. Aguardé allí, junto al meticuloso trabajador.
Llegué a Dubái de madrugada. Calma y magnificente, su silencioso esplendor me cautivó. Sus monumentales construcciones brillaban en la noche templada de invierno. En esos edificios como moles, cuando amaneció, se produjo un efecto refractario que nunca antes había visto: un cinetismo hipnótico. Cerca pasaban hombres con túnicas y mujeres con abayas (largas túnicas negras que llevan sobre la ropa hasta los pies, algunas tienen ribetes dorados y pedrería). Vi muy pocas con burka.
La arquitectura incluye símbolos como el Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo, con 828 metros. Con una estructura elíptica hueca, y recubierto de acero y cristal, el Museo del Futuro tiene un diseño complejo de siete plantas, sin columnas como soporte. Diseñadas por el artista emiratí Mattar bin Lahej, sus ventanas labradas con caligrafía árabe reflejan textos escritos por Su Alteza Sheikh Mohammed bin Rashid Al Maktoum, vicepresidente y primer ministro de los Emiratos Árabes Unidos y gobernador de Dubái. “El futuro pertenece a quienes pueden imaginarlo, diseñarlo y ejecutarlo. No es algo que esperas, sino que creas”, se lee en uno de los textos de la fachada. Esa es la fortaleza sartreana con la que imaginan su propio destino en Dubái. Es que todo es potencia para esta joven polis en la que el descubrimiento del petróleo supuso un cambio estructural en la economía.
Con el edificio Frame, esta ciudad con la mayor cantidad de rascacielos del planeta es capaz de mirarse y pensarse a sí como obra de arte viva: un marco de 150 metros de altura, diseñado por el arquitecto Fernando Donis, que permite ver una panorámica de Dubái.
Estuve allí tres días para escribir sobre Art Dubai, en Madinat Jumeirah, cerca de Palm Jumeirah, un archipiélago artificial que desde el aire parece una palmera dentro de un círculo. Desde luego, en la valija sólo llevé remeras y blusas: nada de musculosas, faldas o vestidos cortos. Aunque las mujeres occidentales pueden vestir cómo deseen –y lo hacían con absoluta libertad en la feria–, decidí atenerme a la tradición local.
Con 130 stands de galerías de más de 40 países y seis continentes, la feria tiene como eje contra-hegemónico el Sur global, término acuñado para referirse a los sitios que escapan a los centros tradicionales de producción artística. Este arte del Sur global incluye a todas las geografías de Oriente Medio, África, Asia Meridional, el Sudeste Asiático, India, Pakistán y países emergentes, como es el caso de la Argentina (con las galerías Ruth Benzacar y Piedras). Con obras entre mil y más de un millón de dólares, la feria fue visitada por pesos pesados del coleccionismo.
Incertidumbre
Con una amplia experiencia en ferias de arte internacionales, Pablo del Val, talentoso director artístico de Art Dubai, señala que la producción artística de Oriente tiene bases diferentes a las de Occidente: “Estéticamente tiene otros formatos y conceptualmente tiene otras realidades: hay ciertas verdades que dominan ese discurso y que no son las verdades del arte Occidental”.
La producción artística de Oriente tiene bases diferentes a las de Occidente: “Estéticamente tiene otros formatos y conceptualmente tiene otras realidades: hay ciertas verdades que dominan ese discurso y que no son las verdades del arte Occidental”.
Sin embargo, en esta imperdible edición de Art Dubai algo unió ambas cosmovisiones: “Hay una cierta ansiedad e incertidumbre sobre el futuro y, al tiempo, hay mucha esperanza. Ves un cuerpo de obras de artistas de todas partes que precisamente están hablando de esto. Cromáticamente, hay colores imposibles, que no existen en la naturaleza. Además hay abstracciones figurativas raras. ¿Son pesadillas o son sueños? ¿Son frustraciones o son cosas a realizar?”, se cuestiona Del Val sobre esa atmósfera difusa, habitada por el desasosiego, que copó gran cantidad de pinturas de artistas provenientes de Oriente y de Occidente.
La obra de la artista siria Miryam Haddad en el stand de la galería parisina Art: Concept alude a la experiencia de la diáspora. Santiago Gasquet, director de la galería porteña Piedras, expuso una serie de paisajes apocalípticos, iluminados apenas por los ojos de un búho, único ser que quedó en pie. Carla Grunauer, de la misma galería, presentó pinturas con “seres liminales que habitan el desecho y la ruina como arquitectura de refugio”.
También se presentó obra de Marwan Kassab-Bachi (1934-2016), pintor alemán de origen sirio. Nacido en Damasco, pasó la mayor parte de su vida en Berlín y es considerado como uno de los maestros del arte moderno de Medio Oriente. Los curadores Mouna Mekouar y Lorenzo Giusti señalan sobre su obra: “Marwan se limitó al tema simple y esencial de la cabeza. Al concebir la cabeza como un mundo o cosmos, un paisaje del alma y un gran orbe del universo, meditó profundamente sobre la condición humana”.
El stand de la galería Ruth Benzacar exhibió Aeolus, móviles de Tomás Saraceno, surgidos de sus Ciudades Nube, donde plantea, más allá del antropocentrismo, un reencuentro ético con el planeta y con la red cósmica. Saraceno indaga en el vínculo de la especie humana con otras especies.
Aromas y sabores
Además del arte, pude disfrutar aromas y sabores nunca antes conocidos. No fue necesario hacerlo a ritmo vertiginoso, sino con esa parsimonia esplendorosa que en Dubái deslumbra desde el minuto uno. En el museo Al Shindagha, junto a la ría, olí diferentes fragancias a través de embudos de cristal y, además, desde adminículos donde había que introducir la cabeza y presionar un mecanismo que expulsaba perfume. Sentí aromas y esencias que llevan a otros sitios por unos instantes, algunos tan pregnantes que impactan.
En The Arabian Tea House, en el distrito de Al Fahidi, participé de una cena –sin tomar alcohol, claro– donde, junto con periodistas de los principales medios de todo el mundo, degustamos un menú inolvidable con incontables platos y postres. Además, probé sabores y texturas absolutamente novedosas cuando un grupo de artistas del sudeste asiático diseñó comidas con sabores y formas singulares que presentaron con sus performances en Art Dubai.
Periferias y desplazamientos
“Lo más fascinante es dónde está realmente el Sur global porque el Sur está invadiendo el Norte. Si vas a la periferia de París o a la periferia de Los Ángeles, o a la de las grandes ciudades, todo es migración. Los más interesantes artistas franceses de ahora vienen de la diáspora africana”, señala Del Val. Y cuestiona: ¿Eso no es el Sur global también?
“Me fascina –dice el especialista– que haya artistas que han empezado a producir en el Sur global y por diferentes motivos (guerra, pobreza, sequía) de repente se plantan en otro lado. En grandes comunidades que son parte de esas sociedades, pero que a la vez están aisladas. El concepto de Sur global es mutante: es un continente que en cierta manera se mueve, se establece, crece. Me parece verdaderamente increíble”.
Si hay que poner el foco en uniones entre Occidente y Oriente, el Louvre de Abu Dhabi es un exponente de este lazo. Después de un acuerdo millonario entre el Gobierno francés y el emirato, el primer museo universal del mundo árabe, diseñado por Jean Nouvel, abrió sus puertas en 2017.
Tras unas dos horas de viaje desde Dubái, llegué a este fascinante museo cuya arquitectura combina el diseño francés con la herencia árabe, en la isla de Saadiyat. El museo dio sus primeros pasos con 600 obras que adquirió junto con otras 300 prestadas por 13 instituciones francesas.
Se exhiben piezas de Leonardo Da Vinci, Antonio Canova, Auguste Rodin, Yves Klein, Pablo Picasso, Jean Tinguely y Piet Mondrian. Hay una estatua monumental con dos cabezas de Jordania (circa 6500 a.C.) y una escultura de Ramsés II (1279-1213 a.C.), entre muchas otras esculturas invaluables. El objetivo, apuntan desde la institución, es “explorar los temas comunes que conectan a la humanidad” y “reunir diferentes culturas, para arrojar nueva luz sobre las historias compartidas de la humanidad”.
Allí, en Oriente, frente al monumento a Victor Hugo uno comprende –incluso más que ante otras piezas suyas– por qué Rodin cala tan profundamente. Rodin es capaz de mutar en carne y vibración la piedra más contundente. Sus figuras tienen expresión, piel aterciopelada, lustrosa, sudorosa, exudan fuerza, debilidad, pasión. Da la sensación de estar frente a cuerpos que palpitan.
Esos cuerpos que parecen vivos, lejos de la representación apolínea, expresan el dolor profundo, el deseo furtivo, la fatalidad del amor. Rodin subvirtió la tradición clásica del desnudo, revolucionó la escultura moderna. A tal punto sus figuras parecen reales que algunos de sus contemporáneos llegaron a decir que hacía los moldes directamente sobre el cuerpo del modelo vivo –como lo hizo con otros materiales Eduardo Basualdo en Pupila, imponente instalación que se puede ver en el Museo de Arte Moderno–. Esta acusación indignó a Rodin, quien consideraba que “la belleza reside únicamente donde hay verdad”.
Hay más lazos profundos entre Oriente y Occidente. El célebre artista turco Refik Anadol, que presentó en Art Dubai Glacier Dreams, una fascinante instalación inmersiva de la que daba pena apartarse, inspirada en la belleza y la fragilidad de los glaciares del mundo y en el medio ambiente, me dijo en la feria: “Mi mayor héroe es Jorge Luis Borges: La biblioteca de Babel inspiró la mayoría de mis obras”.
Y en el centro Art Jameel vi un mapa medieval islámico del agua del siglo XIV, hecho en Irán. Cerca, estremece la megainstalación del artista colombiano Daniel Otero Torres, surgida a partir de la tragedia que padecen las comunidades indígenas y las comunidades afro – colombianas de su país. Como el río está absolutamente contaminado por la minería ilegal, construyen palafitos y sobreviven con el agua de lluvia. Se trata de un mecanismo precario y de poco alcance, con el que intentan obtener ese bien finito, invaluable. La obra se exhibe en uno de los sitios con mayor escasez de agua del mundo.
Aquel personaje de la videoinstalación en el aeropuerto de Ámsterdam sintetiza el sino inevitable de hombres y mujeres de Oriente y Occidente: el paso del tiempo. Ese bien precioso que no es posible reescribir a cada segundo.