El abrazo
La evidencia ya estaba, pero se hizo notable luego de la Segunda Guerra Mundial. En Europa, en los hospitales y hospicios que recibían a los huérfanos que había dejado la guerra, los bebés morían. No importaba lo bien que se los atendiera, lo limpio del entorno, lo preciso de las indicaciones médicas. Los bebés morían, y la causa estaba demasiado a la vista como para que algunos pudiesen verla. Morían porque tenían todo lo rigurosamente necesario, salvo abrazos. Cómo no recordar, ahora, aquel descubrimiento. Cómo no recordarlo frente a esta imagen tomada recientemente en Italia. Madre e hija, ambas en el tiempo en que las canas nos igualan, detenidas en un instante eterno –los ojos entrecerrados, el gesto finalmente íntimo–, cada una a un lado del plástico y de su asepsia. Las catástrofes, aquello que sucede y sucederá. El abrazo, esa raíz que permanece.