La Argentina recupera su lugar en el mundo
La Argentina ha iniciado su camino de regreso al mundo. A "su" lugar en el mundo. Y lo ha hecho con el mensaje apropiado y con actores sorpresivos pero igualmente apropiados. Un presidente particularmente generoso que no ha dudado en invitar a una oposición constructiva, dándole un lugar de privilegio. Y un líder opositor igualmente generoso que no se basó en cálculos mezquinos y arriesgó capital político para acompañar al Gobierno en esta apasionante y necesaria expedición que inauguró un nuevo momento de cómo y con quiénes se va a relacionar la Argentina en el futuro. No es la primera vez que el país está presente en Davos. La diferencia central entre aquella excursión de la carnalidad ditelliana de los noventa y la actual es que ésta no ha sido imaginada para la pompa del señor de turno, sino con visión de políticas de Estado. La pluralidad de la delegación da consistencia a los objetivos y ello ha sido reconocido por propios y extraños. Quizá sería bueno extender la exitosa experiencia de Davos a la presencia argentina en el G-20, escenario importante para la Nación, si los hay.
La política exterior debería ser un centralísimo banco de pruebas para la construcción de políticas de Estado. Cuando salimos al exterior no somos el país de una facción política, sino que somos argentinos a secas. La historia relativamente reciente nos ha enseñado, duramente, que no nos podemos desentender de los desaguisados de otros invocando la diferencia partidaria.
Los mensajes fueron claros. Para el mundo de los negocios, el mensaje de que, sea cual fuere la administración que en los próximos años conduzca nuestros destinos, el compromiso de la seguridad jurídica a la inversión extranjera se mantendrá. A la comunidad política, que la Argentina se reinserta en ella a partir de sus valores tradicionales: democracia representativa, respeto y promoción de los derechos humanos, sometimiento a la ley internacional y sus organizaciones, promoción activa de la paz . También con compromisos concretos: ser un aliado confiable en la lucha contra el terrorismo y el crimen internacionales, particularmente el narcotráfico.
Davos ha abierto una puerta de oportunidades promisorias. Pero los nuevos espacios a los que accederemos a través de esa puerta no son sólo los de los beneplácitos recibidos. Van a ser más, muchos más, los desafíos y los problemas para resolver lo que nos planteará el nuevo abordaje. Los últimos años de nuestra política exterior estuvieron caracterizados por el error y la simplicidad. El error, por creer que las divisorias de aguas pasaban por las ideologías y los alineamientos, y no por los intereses y las oportunidades concretas. No entender que no hay capitalismos buenos y malos, que la racionalidad de la economía de mercado es global y por ahora y por el futuro previsible, ése es el terreno donde hay que desenvolverse. La simplicidad, porque la Argentina, sin ser un jugador internacional de peso, tampoco es tan irrelevante como para que sus únicos interlocutores sean un pequeño puñado de países, algunos de ellos en conflicto con el conjunto de valores sobre los que se asienta nuestra sociedad y el mundo en el cual aspiramos a reinsertarnos.
Complejizar nuestra política exterior es una suerte de tarea inexorable. ¿Qué es lo que ella entraña? La búsqueda e inclusión en la agenda de nuevos actores que sean funcionales para el desarrollo de nuestro país. Esas asociaciones deberán estar orientadas siempre por el interés nacional, entendido como la ampliación incesante y progresiva del bienestar de nuestros ciudadanos. Complejizarla en un sistema internacional que, de por sí, cada día es más complejo. Si vamos a ser activos en el mundo, tenemos que comenzar a reflexionar y ensayar respuestas racionales sobre temas que ocupan y preocupan a la comunidad global. De lo ajustado de esas evaluaciones surgirán, por una parte, sustentabilidad racional a las asociaciones que encaremos con otros países, que ven similares oportunidades y corren parecidos riesgos que nosotros, y por la otra, el cálculo de posibilidades para explotar de la manera más eficiente nuestras oportunidades. Algunos de los temas a los que habrá que dar respuesta: ¿qué significa la cuarta revolución industrial en marcha en términos de saltos tecnológicos y equilibrios sociales? ¿Qué potenciales riesgos nos acarrearía la escalada de los conflictos en el sur del Mar de la China y el Báltico? ¿Las causas de la desaceleración de la economía china son necesariamente desalentadoras para nosotros? ¿Cómo nos golpean el estancamiento europeo y el buen desempeño de la economía estadounidense? ¿Cómo se responde a la globalización de la acción del terrorismo? ¿Cómo se coordinan acciones en defensa del medio ambiente y de las pandemias? ¿Cuál tiene que ser la posición frente a las migraciones, sean humanitarias o no? ¿Cómo afrontar las consecuencias de la volatilidad de los mercados de commodities? Actuar en el mundo implica internalizar que no existen los hechos irrelevantes.
En cuanto a lo estrictamente regional, se hace necesaria una visión autocrítica y por ende superadora a futuro de las fricciones innecesarias con Brasil, del abandono a México, los prejuicios contra Chile, la disputa "ideológica" con Colombia y la que se inició como personal, y así quedó archivada, con Perú. No tiene sentido encerrarnos en un lamento sobre lo pretérito. Pensemos y actuemos teniendo en cuenta que América latina, desde México hasta el extremo más austral, con todas sus diferencias y particularidades, es nuestro socio natural, para no quedar fuera de este mundo que se halla inmerso en una revolución científico-tecnológica sin precedente en la historia del hombre, donde los únicos límites se encuentran en la imaginación del hombre mismo.
Ex embajador