La muerte violenta de tres periodistas
Hace apenas una semana, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) -institución que representa a más de mil trescientos medios de prensa de las tres Américas- llevaba adelante su inauguración de sesiones de medio año en Medellín, Colombia (en la que participaron representantes de LA NACION), cuando en el transcurso de un panel, uno de los moderadores, al que acababan de traerle un papel con un mensaje urgente, empezó a negar con la cabeza mientras exclamaba: "No, no, no puede ser". Con la voz entrecortada, abrumado, compartió con los otros asistentes la noticia: acababan de confirmarle la muerte de los tres periodistas ecuatorianos que habían sido secuestrados cuando trabajaban en una investigación en la zona de Mataje, fronteriza entre Ecuador y Colombia.
La conmoción sacudió a los delegados e invitados que asistían al acto. Había lágrimas y había indignación. Un hondo silencio se apoderó de todos, muchos periodistas que creen férreamente que la libertad de prensa es un derecho humano y que hace a la calidad intrínseca de una sociedad democrática.
Un pequeño grupo armado, liderado por disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) había procedido a la ejecución de tres hombres dedicados a prestar servicios de prensa.
No estaban en una zona que actualmente se considere en conflicto, después de la oportuna firma del tratado de paz entre el gobierno de Colombia y las FARC. Por casi 60 años el asedio de estos guerrilleros desangró al país y produjo sangrientos enfrentamientos con miles de muertes, heridos y desaparecidos. La violencia fomentó el éxodo de casi cinco millones de pobladores rurales, generó negocios sucios, dividió familias y dejó como resultado la destrucción de las entrañas mismas del tejido social de Colombia.
Singular y paradójica esta tragedia, esta matanza, después de que durante años y años se trabajó por encontrar equilibrios para que la sociedad pudiera cerrar uno de los capítulos más trágicos y atroces de su historia. Eso buscaba el tratado de paz que le valió al presidente Juan Manuel Santos la distinción del Premio Nobel de la Paz. Estas muertes absurdas probaban que, una vez más, la sinrazón y la locura se hacían presentes.
Instituciones endebles y unas elecciones inminentes en Colombia, donde el tratado de paz suscripto es el gran telón de fondo de la campaña electoral, tornan estos homicidios un hecho político gravísimo, de difícil evaluación en lo inmediato. Ambos gobiernos, el de Ecuador y el de Colombia, quedaron paralizados por la noticia.
Los cuerpos de estas víctimas inocentes no serán entregados por sus verdugos como una forma de mantener el estado de amenaza hacia la región y el mundo. No solo ponen en vilo a los países, sino que también los sumergen en la impunidad, el horror, la intolerancia y el pánico. En estos días, en la misma zona fronteriza, la misma guerrilla secuestró a una pareja de ciudadanos ecuatorianos.
Es evidente que para garantizar una democracia pacífica se necesita una sólida libertad de prensa. Se necesita cambiar la cultura de la ilegalidad y la corrupción por instituciones que sostengan la actividad del periodismo con firmeza. Siempre será necesario recordar que el periodista es nada más ni nada menos que un genuino servidor público dispuesto a leer la realidad, a interpretarla con rigor, con ética e información, y a darla a conocer con veracidad. Pero el periodista necesita a su vez de una sociedad que lo proteja y lo defienda.
Horas después de conocido el fallecimiento de los periodistas, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, visitó la sede de la SIP en Medellín. En la intimidad del encuentro, pasó revista no solo a sus acciones gubernamentales, sino al largo recorrido que le demandó la difícil tarea de alcanzar la paz.
Afirmó Santos que, en general, se producen más fácilmente adhesiones ante situaciones de violencia que en el equilibrio de la paz. Por eso muchos modelos populistas empujan a multitudes a contiendas épicas que tienen muchísimo de actos de demencia, algo que los argentinos, justo es recordar, también vivimos con la Guerra de Malvinas.
Parafrasenado al general MacArthur, dijo Santos: "La mayor victoria de cualquier soldado es lograr la paz". Y recordó a Nelson Mandela y su valerosa historia como artífice de los consensos más difíciles, frente a los cuales siempre había sufrido las mayores dificultades y las críticas más duras desde su propio entorno.
Santos celebra que las FARC traten de cambiar hoy balas por votos, pero advierte que la reconciliación será difícil.
La carta de la SIP recuerda que "un periodismo honesto, libre e independiente es la mejor contribución para la paz de un mundo de naciones libres pobladas por hombres libres".
Es clarísimo que las naciones, sus dirigentes y ciudadanos debemos optar a cualquier precio por la vida frente a la muerte, la cordura frente a la locura y la paz antes que cualquier guerra, aun cuando las provocaciones quieran hacernos pensar lo contrario.