Renunciamiento que inauguró un proceso de confusión
No debe de haber acto más desdoroso que abrir un sucesorio en vida. Especialmente si el pretenso causante ha sido y es protagonista estelar del movimiento político del que quieren dar cuenta los apresurados sucesores.
Algunos ven jugadas magistrales; otros, actos de desesperación frente a fantasmas procesales cada vez más acechantes. Peccata minuta. Lo central es entender los efectos de aquel acto nada inocente. Para el presente y el futuro; para la política, pero sobre todo para la economía del país.
Lo más parecido en nuestra historia es lo que se conoció como la sublevación de Arequito, en tiempos de la Independencia, que empezó con la anarquía del año 20. El coronel Bustos decidió abandonar el Ejército Auxiliar, que había sido despachado por la patria para asegurar el norte de los realistas. Se afincó en Córdoba para convertirse en gobernador sine die, y dejó al resto librado a su suerte. Siguieron Quiroga, López e Ibarra, y varios otros, que inauguraron una prosapia de señores de horca y cuchillo, y una Argentina invertebrada. Solo se salvó Güemes, y después Urquiza.
Al ciclo de anomia lo dominó un hilo conductor: no proyectar el futuro en una norma. Ni Constitución ni nada, solo el presente en un estado de ingobernabilidad permanente. Una dinámica del caos continuo, con disolución de las estructuras sociales y el predominio de un lenguaje de Babel, que borró cualquier espacio de entendimiento. Esa es la historia, pero también el espejo con una imagen cada vez más nítida de nuestro presente.
El peronismo tiene una responsabilidad. Y es enorme, porque hablamos del partido que está en el gobierno. Por más que lo niegue, que culpe a otros como de costumbre, o que busque disimular sus yerros detrás de mil caras. Esa responsabilidad tiene que ver con el renunciamiento verbal que ha inaugurado un proceso de confusión, propio de un ejército disperso con un comando en derrota. Y la moneda que está en el aire es el desenlace, para lo que no conviene mirar su historia, porque asusta.
Que quede claro, nadie discute que estamos ante un partido que ha perdido el nervio de la realidad. Tampoco, que las consecuencias electorales muy probablemente quedarán a la vista. Lo que importa, institucionalmente hablando, es que el director de la orquesta acaba de tirar la batuta; parece que se acabó la música y se inició el griterío de una olla de grillos.
Empieza una disputa en sordina por lo que queda de un partido que ha sido dominante en la escena política argentina. Entre un bando de sobrevivientes con tendencias feudales y otro que parece haber abrazado una línea de fuga sin partitura.
Lo grave y peligroso es que queda un año y muchas dificultades por delante. Y aquí el rol protagónico que habrá de jugar la oposición y una opinión pública activa y vigilante para evitar que guerras tribales se lleven puesta la economía, primero, y luego el sistema institucional en su integridad. Solo dos cosas deben mandar: la Constitución y las urnas.