Todo el saber del mar
Melville, como Borges, es uno de esos escritores que descubren mundos. En el caso de Borges, una tierra de paradojas y peripecias míticas. Melville vislumbra los mares de la oscuridad del alma. De este último acaba de publicarse un pequeño y bello libro, verdadero paseo por las islas Galápagos, bajo el prosaico y turbulento timón del creador de Moby Dick. Se trata de Las Encantadas, con un fecundo prólogo de Luis Chitarroni, en el que nos introduce en la obra del escritor norteamericano. Cuando dice: “En Las Encantadas aparecen episodios bíblicos inventados”, Chitarroni nos apura a creer en la ficción de Melville, como si proviniera no del cielo, sino de las profundidades del mar. Es lo que sucede con Moby Dick, una verdadera Biblia de la ficción, de la que vale reiterar la imprescindible lectura de la traducción al español de Enrique Pezzoni, con introducción de Jaime Rest.
En el caso de Las Encantadas, con meticulosa traducción del escritor Alejandro Manara, el viaje por las islas es casi una propuesta de vida en los extremos. “Su aspecto es muy parecido al que tendría el mundo tras haber soportado el castigo de una gran conflagración.” Aparecen los bichos más extraños y surgen sensaciones de estupor, pero también de encanto. A diferencia de otros relatos de viajes, Melville ofrece otro tipo de itinerario, un tanto más simbólico. De allí que le otorgue gran importancia al transcurso. Se trata, pues, de “contemplar a la tortuga espectral cuando surge de su umbrosa guarida” o de conocer la terrible historia de la viuda chola Hunilla y sus amados náufragos. El viaje por las islas anuda maravilla y espanto. Quizá porque Melville, si bien parece guiarse por un mapa real, le sobreimprime el de sus sensaciones inventadas. Por eso este libro permite viajar e imaginar en un mismo movimiento de lectura. Y a través del viaje –y del lenguaje– aparecen los grandes temas de Melville: el aislamiento del hombre y su soledad, el fracaso, la demencia y, por qué no, las bondades de la naturaleza.
Veamos cómo describe la isla más grande del grupo: “Albemarle abre su boca hacia el sol poniente. Sus fauces dilatadas forman una gran bahía que Narborough, su lengua, divide en mitades, una de las cuales se llama Bahía de Barlovento y la otra Bahía de Sotavento, famosas en los anales de la caza del cachalote.”
Sin desmerecer a Darwin, también explorador del archipiélago, Melville prefirió rescatar a “testigos oculares” de las islas, como si importara más el viajero que el viaje: el bucanero Cowley (1684), el explorador ballenero Colnet (1798) y el capitán Porter (1813).
Supuestamente, el autor de Las Encantadas viajó por las islas en 1843. Al leer este libro, comprendemos cuánto hay de invento en un buen descubridor.