Rudnitzky en Providencia
En 1995, cuando Edgardo Rudnitzky decidió irse de viaje a un lugar en el que no ocurriera absolutamente nada, eligió la isla Providencia, donde durante siglos ocurrió de todo.
Entonces acababa de hacer la música para El relámpago , la obra de Strindberg dirigida por Augusto Fernándes y para Cristales rotos , dirigida por Carlos Rivas. Ahora, hasta este abril, ha trabajado en la música de Galileo Galilei , la obra de Brecht que se presenta este mes en el Teatro General San Martín con puesta de Rubén Szuchmacher. En el medio, también hubo música para cine: Jaime de Nevares , de Céspedes y Guarini, y Sol de otoño , de Eduardo Mignona.
"En aquel momento yo estaba en el colmo del stress, necesitaba ir a algún lugar que no tuviera mucho para ver ni hacer, pocas curiosidades y descubrimiento. Alguien desconocido, que ni siquiera con el tiempo he logrado saber quién fue, me habló de esta isla y yo lo tomé como un dato sin discusión. Todavía le estoy agradecido: en Providencia pude pasar tres semanas enteras en el más puro estado contemplativo. Es un lugar para estar, no para conocer."
La isla del tesoro
Durante el siglo XVII, cuando el Caribe era el epicentro de la piratería, la isla Providencia sirvió como presidio para los bucaneros atrapados por los españoles. Por su cercanía con América Central -está situada justo frente a las costas nicaragüenses- fue disputada por ingleses y españoles en batallas sucesivas. Desde lo alto del castillo que la isla tenía erigido como defensa se veían las ejecuciones de enemigos que eran costumbre en Providencia.
"Es imposible llegar a la isla y no verse envuelto en esas historias de piratas: todo se llama Morgan y basta un par de días para darse cuenta de que el corsario inglés asciende a la categoría de héroe nacional. Incluso hay un islote que se ve desde la costa y que inexplicablemente tiene la forma de la cara de Morgan; los lugareños me dijeron que ese canal que se forma en el medio era uno de sus lugares predilectos para acorralar barcos españoles."
Fue justamente en Providencia donde Morgan comenzó a demostrar su audacia de líder. Antes de ello, según cuenta Exquemelin en sus célebres memorias, sólo se había desempeñado como simple marinero en los barcos ingleses de las Antillas. Merodeaba el archipiélago desde chico, cuando fue raptado en un puerto de Inglaterra y vendido allí como sirviente. En Providencia, entonces, se produjo la vuelta de tuerca que con el tiempo lo llevaría a opacar la sombra de Drake y de otros predecesores, y a ser nombrado Caballero de Jamaica por el rey Charles II de Inglaterra.
"Hoy la isla es colombiana, y tiene aproximadamente cien habitantes. Viajé primero a Bogotá, luego a la isla de San Andrés, y desde allí tomé una avioneta ínfima hasta Providencia. Lo primero que vi al llegar fueron palmeras, una pista de tierra y algo que parecían ser las oficinas del aeropuerto, un lugar todo de madera, sin aduana ni control de ningún tipo.
"Me acuerdo que había un único taxi esperando, y que de alguna manera supe que no había opción para mí, debía tomar ése independientemente de cualquier deseo. Eso implica un descanso, no hay muchas posibilidades de elegir.
"El auto era negro, inmenso, con un equipo de música imponente. Avanzamos por la ruta que circunda la isla, con el monte a un lado y el mar al otro. Se veían algunas cabañas desperdigadas y en un punto pasamos por una especie de poblado central, donde están la policía y un prefecto patilludo que, como corresponde a este tipo de lugares, es todo un personaje.
"Otro de los personajes locales es Curamba, que organiza absolutamente todo lo que puede hacerse en la isla y alrededores: excursiones, planes, vicios. Otro personaje, ya más fantasmagórico, es Watson, un señor que tiene una mansión fortificada, una especie de bunker construido sobre la playa. Nadie sabe mucho de su vida ni de sus ingresos, y son pocos los que alguna vez lo han visto.
"La gente en general es amigable y espontánea. Me acuerdo que un día yo estaba en una de las hosterías de la playa Aguas Dulces, donde están casi todas, y se largó un diluvio. Nadie quería salir e incluso había algunos que venían a guarecerse al porche. El dueño entonces trajo sillas, vasos, aguardiente, y todo el mundo empezó a improvisar algún cuento para la audiencia."
Una de las pocas actividades que Edgardo R. conjugó con la contemplación durante su estada en Providencia fue el buceo, que es para él una suerte de adicción. Una manera de sentir la extrañeza en un mundo ajeno, de que los conflictos reales sean trocados por problemas prácticos. Dice incluso que el buceo le parece comparable al cine: la misma oportunidad de espiar un mundo al que uno no pertenece, la misma impunidad de voyeur .