Cómo escapar del siglo XIX
Nuestra Justicia ha llegado al siglo XXI con la organización que tenía en el siglo XIX, que hoy resulta anacrónica (y lamentablemente sin todas sus virtudes).
Es tiempo de cambiar la idea de que lo normal es que los juicios terminen con una sentencia y lo anormal de otra forma (por ejemplo, transacción, conciliación, composición de intereses, arbitrajes y peritajes técnicos). ¡Nuestro código procesal continúa llamando a éstos los ´modos anormales de terminación de los litigios´!
Ocurre que esas otras soluciones son mucho más convenientes, pues una sentencia no termina realmente el conflicto: es sólo una etapa de las múltiples que continúan -otras instancias, y luego la ejecución-. Un arreglo temprano implica ahorrar el 80% de trabajo (o sea que es 5 veces más conveniente que la sentencia). Llegar a la sentencia debería ser una excepción. Esta concepción orientaría a los magistrados a esforzarse en solucionar los conflictos. Y su rendimiento debería medirse por procesos terminados, y no por la cantidad de sentencias.
Es tiempo de dedicarse más al juez que al juzgado. Las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones reducen el trabajo repetitivo que antes justificaba que el juez tuviera una organización -el juzgado- de cierta envergadura. Debería compararse con los estudios de abogados que en los 60 tenían 3 o 4 empleados por profesional y ahora casi han invertido esta proporción: hay más abogados que empleados (y hasta cambió el tipo de empleado, que hoy es un paralegal). En esta línea los juzgados deberían ser unidades muy reducidas de apoyo al juez (quien tendría uno o dos asistentes legales, y algunos paralegales), y muy tecnificadas. Podrían eliminarse los secretarios, convirtiéndolos a los actuales en jueces, con lo que se eliminarían cuellos de botella al aumentar el número de magistrados. Debería establecerse un tope máximo de juicios por juez.
Siempre recomendé adecuar la estructura del juzgado a la actividad que va a cumplir antes que al derecho que aplica. Los juzgados que no se encargan de los de juicios normales, por ejemplo, los de ejecuciones de hipotecas, cheques y pagares, o reclamos fiscales, tendrían una organización con más recursos para mover grandes masas de expedientes estandarizados; los de concursos tendrían una estructura y sistema de preparados para un trabajo peculiar, capacitados para llevar muy rápido pocos procesos con múltiples litigantes.
En lo que hace a la dedicación, nada justifica que la Argentina tenga una Justicia de medio día: debe tener un horario normal de trabajo, con un sistema normal de vacaciones.
Respecto de los recursos humanos, deben crearse incentivos para premiar a los más eficientes. En Justicia y desarrollo económico (Cacba, Fores) recomendé cambiar el sistema de remuneraciones que es absurdamente alto al comienzo de la escala (los empleados ganan mucho más que en la actividad privada), pero que se estanca y se torna casi recesivo cuando se llega a juez, con lo que los buenos pierden interés y les tienta pasarse a la profesión.
Y si consideramos que el 90% de nuestros jueces comenzaron su carrera como empleados es claro que debe comenzar a seleccionarse desde el primer ingreso al Poder Judicial. Con tantos estudiantes de derecho podríamos elegir los mejores para llenar los puestos (modelo Córdoba).
Estas son algunas ideas básicas que vengo sosteniendo desde 1976, pero que son cada vez más actuales, y hoy están recogidas en el Plan Nacional de Reforma Judicial.
El autor es abogado, ex presidente de Fores y director del Centro de Investigaciones del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires