El primer recambio constitucional entre presidentes de distinto signo político desde 1916 se precipitó en medio de un tembladeral económico
Casi como hace 34 años, de nuevo en una economía al rojo vivo se llegó a especular ahora con la posibilidad de adelantar la asunción del nuevo presidente. Algo que desde el punto de vista institucional está contraindicado, es muy oneroso y requeriría como mínimo que renunciara el presidente saliente. Hay que recordar que en situación normal los presidentes no renuncian, se van cuando completan el mandato constitucional.
Pero al revés de ahora, en 1989, el año de la caída del Muro de Berlín, el peronismo entraba al gobierno. Y su posición acerca de quién debía hacerse responsable de la economía durante la transición era la inversa de la que hoy sostiene. “Desde mañana -dijo el domingo Sergio Massa-, la tarea de dar certezas y transmitir garantías sobre el funcionamiento, social político y económico es responsabilidad del presidente electo. Esperamos que así lo haga”.
Después de ganar las elecciones de 1989, Carlos Menem se mostró indiferente ante los clamores del gobierno radical (el negociador fue Rodolfo Terragno) de contener las presiones sectoriales. El gobierno estaba muy débil. El peronismo consideraba que la responsabilidad de encausar la situación económica era de quien estaba terminando el mandato, no obstante lo cual pretendió que antes de irse el gobierno saliente firmara una amplia amnistía para los militares detenidos.
Raúl Alfonsín había sido elegido para gobernar 2193 días. Pero al final gobernó 2038. Era más importante que nunca que se completara el mandato presidencial porque renacía la democracia, uno de cuyas pruebas de salubridad, junto con la alternancia, es la puntualidad del trámite sucesorio. Iba a ser el primer presidente encumbrado en elecciones limpias en el marco de la Constitución de 1853 que completaba el período de seis años desde Marcelo T. de Alvear (1928). Pero las cosas salieron mal.
Algunos presidentes inconclusos -desde Rivadavia, la gran mayoría lo fueron- perdieron el poder, por razones diversas, al comienzo del mandato (como Rodríguez Saá y Cámpora), en la mitad (Illia, De la Rúa), en la mitad de un segundo mandato (Perón), transcurrido un tercio (Yrigoyen), faltando un tercio (Juárez Celman, Frondizi) o faltando un cuarto (Isabel Perón), por mencionar sólo algunos.
Alfonsín, caso incomparable, cayó cuando ya había cursado el 93 por ciento del mandato. Pero lo más excepcional de su derrumbe de último minuto fue que se produjo cuando ya había sido elegido el sucesor. Es decir, ocurrió en una Argentina con dos presidentes: Alfonsín y Menem. Lo que fracasó fue una transición, de mayo a diciembre, llamada a ser la más larga de la historia, también la peor planificada. Resultó catastrófica. Dinamitada en gran medida por la hiperinflación.
Suele haber dos interpretaciones distintas de aquellos sucesos. Una responsabiliza de su caída al propio Alfonsín por haber perdido el control de la economía. Al brote hiperinflacionario (el dólar subió de 100 a 700 australes en tres semanas) se le sumaron saqueos, muertes y estado de sitio. La otra culpa a Menem por haber empujado al abismo a un frágil Alfonsín. Fue un “golpe de mercado”, decía entonces el radicalismo, que acusaba al peronismo de echarle nafta al incendio postelectoral, entre otras cosas mediante el famoso anuncio de “un dólar recontraalto”. Previamente había prometido una generosa moratoria en caso de llegar al poder, lo que desencadenó la rebelión fiscal. Antes de su conversión neoliberal Menem hizo campaña apelando a revoltosas ilusiones populistas: el “salariazo”, la “revolución productiva”.
Pero después de las elecciones el clima empeoró en forma acelerada. Respecto de los saqueos, Saúl Ubaldini, secretario general de la CGT, decía: “Son actos espontáneos como consecuencia de la necesidad de los trabajadores. A los que deben dar soluciones sepan que deben acordarse de que hay un pueblo que tiene necesidades y sufren”.
El 29 de mayo Alfonsín decretó el estado de sitio por 30 días, medida que previamente le informó por teléfono a Menem, quien estuvo de acuerdo. La policía no lograba frenar los saqueos en el conurbano, sobre todo en San Miguel, y en Rosario. En total, 330 actos de saqueos o vandalismo y 22 atentados con explosivos dejaron un saldo de 15 muertos y decenas de heridos. Hubo más de dos mil detenidos.
Alfonsín dice en “Memoria política” que la hiperinflación y los problemas económicos “no fueron exclusivamente la causa” del retiro anticipado. Y sostiene que Menem “necesitaba un gran desprestigio del gobierno para poder implementar luego las políticas reaccionarias que vivimos”.
Más allá de la grave situación económica -el ciclo inflacionario se había desatado a fines de 1988- convendría preguntarse a quién se le ocurrió que este país podría funcionar de manera normal durante medio año con dos presidentes, como lo disponía el calendario electoral de 1989. Ese calendario surgió de un acuerdo político informal entre las dos fuerzas mayoritarias. El gobierno quería adelantar las elecciones antes de que estallara la crisis. El Plan Primavera había sido lanzado el 3 de agosto de 1988. Y el peronismo deseaba evitar el desgaste de la figura de Menem con una campaña demasiado larga. El gobernador de La Rioja venía de la histórica interna con Antonio Cafiero celebrada a mediados del año anterior.
Seguramente la convivencia de dos presidentes habría sido menos traumática si a las elecciones las hubiera ganado el oficialismo, aunque Eduardo Angeloz, el candidato radical que prometía ajuste fiscal con un lápiz rojo, no estaba precisamente alineado con la política económica de Alfonsín. En marzo Angeloz hizo declaraciones públicas que empujaron al ministro Juan Sourrouille a renunciar. Lo sucedió Juan Carlos Pugliese quien, como Massa, no era economista sino abogado y también presidía la Cámara de Diputados.
Suele recordarse el compromiso democrático del peronismo con Alfonsín en Semana Santa de 1987 durante el primer alzamiento de Aldo Rico mucho más que la actitud prescindente de Menem en diciembre de 1988, cuando Mohamed Alí Seineldín lideró el sangriento levantamiento de Villa Martelli. En esa época los sectores carapintadas mantenían vínculos con el menemismo y hasta aparecían apadrinando los saqueos. Para colmo en enero de 1989 se produjo el delirante y trágico ataque al cuartel de La Tablada de un trasnochado grupo guerrillero liderado por Enrique Gorriarán Merlo. Poco después el Banco Mundial y el FMI limitaron los créditos a la Argentina. Todos los frentes se complicaban.
Las tensiones entre oficialismo y oposición no comenzaron con el resultado electoral, venían de antes, si bien Menem había consolidado cierta imagen colaborativa en los primeros tiempos de la democracia, debido sobre todo a que 1985 había sido el único peronista de relieve que apoyó al gobierno en la Consulta Pública del Beagle.
El dólar, siempre el dólar
A comienzos de mayo, el mes de las elecciones, Alfonsín cedió a los sectores que propiciaban la liberación del tipo de cambio. El dólar se mantuvo estable una semana pero después se duplicó, con el consiguiente impacto en los precios, que subieron 104,5 por ciento.
El triunfo de Menem, por 47,3 por ciento a 37,1 (igual que Milei, en 20 de los 24 distritos), no fue una sorpresa como la que sí había producido la derrota de Cafiero en la conquista de la candidatura. Casi un mes después de las elecciones, Alfonsín, que entonces tenía 62 años, anunció su renuncia por cadena nacional.
En rigor dijo que había resuelto “resignar” el cargo, expresión inusual para estos trámites. Menem reaccionó manifestando que si para Alfonsín resignar y renunciar tenían el mismo significado -no así para el diccionario, acotó-, él estaba dispuesto a asumir el 30 de junio, fecha que después hubo que correr una semana más. Es que las elecciones de 1989 fueron las últimas que se hicieron con sistema indirecto y para consagrar al ganador se necesitaba, una vez concluido el escrutinio definitivo, reunir los colegios electorales y después la asamblea legislativa.
Acerca de si estaba o no en condiciones de asumir el gobierno en forma anticipada Menem dijo distintas cosas a lo largo de los años. En aquel momento declaró que sí, que estaba en condiciones, pero en las negociaciones con el gobierno radical procuraba dilatar el traspaso lo más posible. En un momento dijo que su sueño era asumir el 17 de octubre. Después repetiría siempre una frase: “Me tiraron con el gobierno por la cabeza”.
El ministro que no fue
Al principio Menem negaba las versiones de un posible adelantamiento del poder para no aparecer como si lo echara a Alfonsín. En forma simultánea anunció temprano el nombre de su ministro de Economía: Miguel Roig, un ejecutivo de Bunge y Born. Roig murió de un infarto a los cinco días de asumir, pocas horas después de decir que el Estado estaba quebrado.
En definitiva, en vez de asumir el 10 de diciembre, casi en verano, Menem terminó asumiendo el 8 de julio, en invierno. Los diputados y senadores elegidos junto con él sí tuvieron que esperar hasta el 10 de diciembre, porque a los que estaban instalados en sus bancas, pertenecientes a todos los partidos, obviamente no se los podía desalojar antes de que completaran los cuatro años de mandato que les había conferido el pueblo. Eso produjo un desbarajuste institucional extra: el nuevo presidente gobernó casi medio año con el viejo Congreso. Un desfase que la Constitución no contempla. Pero el radicalismo facilitó la aprobación de las leyes que Menem necesitaba para implementar su política inicial de privatizaciones y reforma del Estado.
La famosa foto tomada por Víctor Bugge de Alfonsín y Menem conversando mientras caminan por los jardines de Olivos muestra una transición edulcorada. Terragno, quien se trataba de usted con Alfonsín y se tuteaba con Menem, contó más tarde que ambos presidentes conversaron sobre la posibilidad de firmar un acuerdo para que Alfonsín tomara las medidas necesarias que avalaría Menem, pero al día siguiente Menem apareció en los diarios diciendo que Alfonsín le había propuesto firmar un decreto conjunto para indultar a los militares.
Alfonsín se enfureció. No hubo acuerdo. Al final el primer traspaso constitucional entre presidentes de distinto signo político desde 1916 se precipitó. Nunca nadie reconoció el error de diagramar una transición de seis meses. Pero ahora, si hay balotage, sólo duran tres semanas.
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