Figura ejemplar del pensamiento católico

Carlos Floria fue un argentino de bien. Guía de conducta y constructor de armonía, hombre de reflexión y también de diálogo. Su lucidez para el análisis político y social, de la que disfrutaron por años sus lectores de la revista Criterio, se compadecía con su capacidad para comprender a los otros. Su actitud amistosa y cercana acortaba las distancias que, sin pretenderlo, pudieran marcar su formación cultural, su versación histórica o su reconocida capacidad docente.

Así lo experimenté cuando llegué a tratarlo y entrevistarlo en este o aquel programa radial o de televisión, cuando pude compartir con él encuentros o charlas a propósito de los documentos del Concilio Vaticano II o de las conferencias episcopales de Medellín o Puebla. Más aun, cuando el presidente Alfonsín, a instancias de su madre, Ana María Foulkes, invitó a la Redacción de Criterio a compartir algunos desayunos en la residencia de Olivos.

Ejemplo de laico, hombre de Iglesia, Floria fue protagonista y hacedor de ese núcleo de pensamiento y orientación que fue la revista iniciada por don Atilio Dell‘Oro Maini y dirigida por muchos años por hombres de la talla del cardenal Jorge Mejía y del presbítero Rafael Braun. Integró esa Redacción desde muy joven, invitado por su segundo director, monseñor Gustavo Franceschi. Hasta no hace mucho, Floria se había aplicado a reconstruir la historia y los pormenores de aquellos años iniciales de esa octogenaria publicación, en diálogo con descendientes del primer director.

Memorables para quienes integraban su Consejo de Redacción, y para quienes se nutrían luego con su lectura, los editoriales de Criterio son inexcusables a la hora de reconstruir la vida de la Iglesia en la Argentina. Más de una vez, la pluma de Carlos Floria enriqueció esos textos fruto de la reflexión compartida desde ángulos diversos, pero con espíritu de comunión.