El compromiso de destinar a la inversión educativa el 6% del PBI solo se cumplió en 2009 y en 2015, lo que arrastra una deuda de más de 26.000 millones de dólares; ningún gobierno avanzó con la modernización del régimen laboral docente, como dispone la ley de educación nacional
En 1997, la Unesco aplicó una prueba educativa para alumnos de escuelas primarias de países latinoamericanos. Cuba fue el más destacado y el segundo lugar se lo disputaban la Argentina y Chile. Pruebas similares se tomaron en 2006 y en 2013 y la Argentina fue descendiendo hasta que en la última prueba de 2019 aparece en el puesto 11. El país con resultados más parecidos a la Argentina fue El Salvador, en el puesto 10.
Esta similitud entre ambos países en el aprendizaje básico de la lengua y la matemática permite comprender lo patético del show de argumentos argentinos, en los que se adjudican causas que varían según el gusto del consumidor y van desde la dictadura militar, la crisis de 2001 y el populismo educativo hasta el adoctrinamiento, el desfinanciamiento, o el neoliberalismo: una retahíla de pretextos vacíos frente a la historia de El Salvador, con 40 años de dictadura militar, guerra civil con 75.000 muertos y 15.000 desaparecidos, pobreza, maras y una economía que es la cuarta parte de la argentina y que vive de las remesas de sus expatriados.
El Salvador es el espejo que pulveriza nuestro regodeo con la decadencia para mostrarnos la profundidad del pozo y el punto exacto donde nos cruzamos los que caemos con los que se levantan. Se dirá que la escuela salvadoreña es menos inclusiva, pero es otro cliché: para el nivel primario, la exclusión de los chicos de las aulas está dejando de ser un problema latinoamericano y, de hecho, El Salvador tiene valores apenas por debajo de la Argentina, donde el fracaso escolar masivo se generaliza año tras año.
Si algo caracteriza a nuestras élites es la falta de interés por la educación del Pueblo. No solamente la dirigencia política: tampoco la empresaria, la sindical, los medios o la intelectual se comprometen
El colapso de la educación muestra que cuanto más recurrimos a nuestras viejas herramientas, los resultados tienden a ser peores. La imagen es la de un auto que se empantanó en la arena: cuanto más aceleramos más nos hundimos. La solución es un agente externo: otro auto que nos empuje u otro conductor comprometido y experimentado. Pero nada aparece.
Como especialista en educación puedo invocar -literalmente- cientos de soluciones técnicas al fracaso escolar masivo en lectura y matemática; al abandono, la repitencia, y al resto de los problemas. Enseño en la Maestría en Educación de la Universidad Di Tella “Sistemas Educativos Comparados” lo que me obliga a seguir de cerca los increíbles cambios en cada rincón del mundo. Y no soy el único: muchos colegas -incluso de tendencias teóricas e ideológicas divergentes- tienen una enorme comprensión y capacidad de propuesta. Pero este conocimiento técnico es de improbable ejecución si no existe voluntad en el más alto nivel de descolapsar la educación.
Dirigencias que no dirigen
Si algo caracteriza a nuestras élites es la falta de interés por la educación del Pueblo. No solamente la dirigencia política: tampoco la empresaria, la sindical, los medios o la intelectual se comprometen. El tema no figura en agenda, a no ser por algún guiño de ocasión y las propuestas escasean o están completamente desarticuladas.
No estoy diciendo que entre las élites no haya personas o agrupaciones con un interés genuino: me consta que las hay, las conozco personalmente a un lado y otro de la grieta. Pero no conforman “masa crítica”, no se integran, no construyen consensos ni poder. Son, somos, hemos sido hasta ahora, puramente testimoniales.
Voy a dar dos ejemplos de esta defección a partir de dos leyes “estelares” del primer kirchnerismo, ambas aprobadas con amplia mayoría legislativa incluyendo sectores de la actual oposición.
El colapso de la educación muestra que cuanto más recurrimos a nuestras viejas herramientas, los resultados tienden a ser peores.
El primero es la ley de financiamiento educativo, sancionada en 2005, que determina que desde 2006 el gasto educativo debía subir y a partir de 2011 debía alcanzarse un 6% del PBI para educación. Pues bien, un estudio que publicamos recientemente muestra que solo en 2009 y 2015 la meta se alcanzó como preveía la ley, generándose una deuda con la educación de 26.000 millones de dólares, algo más de la mitad de la deuda con el FMI. Este incumplimiento fue de todos los gobiernos nacionales y provinciales, sin distinción partidaria.
El segundo ejemplo es la ley de educación nacional, de 2006, una norma que transita entre párrafos declarativos, algunas buenas ideas-programa y pocas especificaciones concretas. Una de estas es la que dispone cambiar el viejo régimen laboral docente de 1957 (traducido en los Estatutos del Docente de cada provincia) por uno más adecuado al siglo XXI. Lo que postula el artículo 69 no es tan ambicioso, pero ningún gobierno intentó aplicarlo, pese a que la Ley fue propuesta por el presidente Kirchner y terminó siendo un estandarte del kirchnerismo, contando con el visto bueno de sus aliados sindicales-docentes. Tampoco cambiaron los Estatutos los gobiernos del Pro, radicales, socialistas o provinciales.
Es cierto que estoy describiendo el vaso medio vacío y es injusto desconocer que algunas medidas nacionales y provinciales van en el camino correcto. El problema es su aislamiento, su falta de volumen político como efecto del desinterés. La ausencia de un Proyecto.
La ley de educación nacional pretendió encarnar un proyecto educativo nacional, pero es un proyecto impotente. Muchos dicen “es una buena ley que no se cumple”. Mi visión estima que, si en 15 años no se cumple, no es una buena ley. No es un proyecto.
El plan de 108 medidas
El suspiro postrer de construcción de un proyecto fue el Plan Maestro, de Esteban Bullrich, de 2017. Se trataba de una propuesta de 108 medidas que, aun en el buen camino, me parecieron erráticas y de factura técnica discutible. ¿Pero qué importa mi opinión si se lo podía debatir? Bullrich fue el único que hizo público un plan concreto, lo abrió al debate y propuso su construcción colectiva. ¿Quién más hizo eso? Nadie.
Pero el Plan Maestro terminó siendo otro indicador del desinterés que contribuye al colapso. Bullrich renunció al ministerio para ser candidato a senador y la propuesta se fue por la canaleta de la desidia y el olvido, aún con un ministerio de educación del mismo partido y mismo Presidente. El problema no es solo la grieta.
¿Por qué la sociedad civil no pelea por descolapsar la educación? La razón más evidente es que los sectores medios estamos abandonando la educación pública y, en vez de quejarnos a los gobiernos, nos quejamos a los directivos de las escuelas. Además, creemos que “nos salvamos”, aunque las estadísticas muestren que nadie se salva, que no existe la formación de una élite intelectual, ni de lejos, en las escuelas argentinas. De hecho, los resultados en las pruebas de la Unesco de 2019 muestran que el rendimiento de los estudiantes argentinos de mayores recursos equivale al tercil medio de los alumnos peruanos.
Como las clases medias tienen algunas prioridades resueltas y tienen más experiencia escolar, se retira un actor dinámico y el que queda en pie es el sindicato docente, lo que es conveniente a los funcionarios porque todos hablan el idioma de la política en una mesa en la que los estudiantes suelen no estar representados.
No parece que las actuales elites políticas nos saquen del colapso de la educación; la evidencia disponible conduce al escepticismo. No soy pesimista porque hay chances de que la sociedad civil se movilice y presione en las redes, en la calle y con el voto. Para muestra, la experiencia en pandemia.
Depende de nosotros y, espero equivocarme, de nadie más.
* El autor es profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y es académico asociado de Argentinos por la Educación
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