Ocurrió en la campaña legislativa de 1997, cuando Graciela Fernández Meijide derrotó a Hilda “Chiche” Duhalde; fue la irrupción de la alianza UCR-Frepaso; así lo recuerdan 26 años después
“¡Ganamos por escándalo!”. Todavía incrédula por lo inesperado de los resultados que el gobierno menemista difundía a cuentagotas, Graciela Fernández Meijide irrumpió eufórica en la suite 1816 del Hotel Intercontinental. Traía un botellón de tres litros de champagne en sus manos; se lo había regalado días antes de las elecciones su hija Alejandra, tal vez presagiando un triunfo que su madre descreía.
En la habitación sonó una ovación. Allí la esperaban Carlos “Chacho” Alvarez, Federico Storani, Rodolfo Terragno y Fernando de la Rúa, los forjadores, junto a ella, de la Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación, el experimento electoral que habían pergeñado la UCR y el Frepaso para enfrentar juntos lo que entonces parecía una proeza: ganarle al poder menemista en el país y al duhaldismo en su bastión bonaerense en las elecciones legislativas de octubre de 1997.
El triunfo fue una ola que arrasó buena parte del país. A nivel nacional la Alianza se impuso con el 46,94% de los votos sobre el PJ que, con el 36,37% de los sufragios, no solo perdía su invicto después de diez años sino también su mayoría en la Cámara de Diputados. Semejante batacazo opositor se explicaba no tanto por el modelo económico menemista –de hecho, los aliancistas se cuidaron bien de no cuestionar el régimen de Convertibilidad-, sino sobre todo por las corruptelas y frivolidades que escandalizaban a una sociedad que empezaba a acusar el impacto de la suba del desempleo y de la pobreza.
“En la Argentina no se va a discutir lo que no es discutible, la democracia y la estabilidad económica, sino los grandes temas de todos los días y que se gobierne sin darles la espalda a esos grandes temas –exclamó Fernández Meijide aquella noche del triunfo-. Acompañaremos con una oposición sólida, constructiva, crítica, pero que no estorbe. Eso sí: en el 99 daremos la batalla por el gobierno”.
En medio de la euforia generalizada, Fernández Meijide ingresó al salón principal del Hotel Intercontinental -sede del búnker de la Alianza- convertida en la heroína de la noche. La Alianza había logrado lo inimaginable: doblegar al poderoso aparato del peronismo bonaerense encarnado en la figura del gobernador Eduardo Duhalde. Nadie, ni el más optimista de los opositores, vaticinó semejante triunfo: la lista que encabezaban Fernández Meijide y Storani cosechaba el 48,28% de los votos frente al 41,1% de la nómina liderada por Hilda “Chiche” Duhalde, la apuesta electoral de su esposo para frenar, con el apellido, la ola aliancista en su territorio.
“Pensar que cuando Chacho me propuso ser primera candidata a diputada nacional del Frepaso, allá por marzo del 97, lo mandé a la mierda –recuerda entre risas Fernández Meijide, en diálogo con LA NACION-. Yo era senadora por la Capital, habíamos ganado las elecciones para convencionales constituyentes porteños y me sentía exhausta. Chacho insistía; me tenía fe en la provincia. Yo me resistí, pero fue tanta la insistencia de mis compañeros de partido que al final acepté. Nosotros como Frepaso éramos un fenómeno más bien porteño, sabíamos que era muy difícil hacer pie en provincia, por eso lo pusimos al flaco Rodolfo Rodil como jefe de campaña; él conocía como pocos el conurbano.”
Cuando faltaban diez meses para las elecciones legislativas, la jugada de Álvarez de trasladar a Meijide de la Capital a Buenos Aires provocó un cimbronazo en el escenario nacional. Era la figura electoral del momento, lo que obligó al radicalismo y al peronismo a replantear sus estrategias en el principal distrito del país. A tal punto que el expresidente Raúl Alfonsín reemplazó a Federico Storani como primer candidato a diputado nacional de la UCR y Duhalde, que postulaba a Alberto Pierri, decidió bajarlo de la nómina y poner en su lugar a su esposa.
Pero allí no acabaría la partida de ajedrez. En agosto de ese año, a solo tres meses de las elecciones, los opositores cantarían jaque con la conformación de la Alianza. Alfonsín se bajó de la candidatura y repuso a Storani para secundar a Meijide.
“Con Graciela nos conocíamos desde los tiempos de la Conadep; siempre tuvimos una muy buena relación”, rememora Storani en diálogo con LA NACION. “Teníamos por delante una campaña que sabíamos que era dura; los radicales teníamos la ventaja de contar con una estructura muy movilizada en la provincia, mayor que la del Frepaso. Pero Duhalde contaba con un ‘aparato’ fuerte y Chiche Duhalde manejaba una red de ‘manzaneras’ en el conurbano que hacía inexpugnable el territorio.”
En tiempos donde casi no había celulares ni mucho menos redes sociales, las campañas electorales de los partidos políticos se reducían a actos proselitistas y presentaciones en la televisión. Los aliancistas innovaron con las llamadas “caravanas” compuestas por una hilera de vehículos que, a los bocinazos y embanderados con las consignas de la coalición, recorrían largos trechos para hacerse ver entre los vecinos. Al frente de las caravanas, subidos a una camioneta, los candidatos saludaban a la gente para luego llegar al destino del acto.
Con esta modalidad proselitista, Meijide y Storani se atrevieron a internarse en el corazón del territorio duhaldista, el conurbano bonaerense. Todo un desafío en un bastión dominado por el peronismo.
“En las caravanas nos topábamos a veces con punteros duhaldistas que nos gritaban de todo, a mí me decían ‘vieja bruja’ o ‘pituca de Barrio Norte’, pero en general la gente nos recibía bien, con mucho afecto. Sabíamos que en algunos lugares era muy difícil entrar, el clientelismo era fuerte. Pero yo le decía a la gente: reciban con una mano y voten con la otra. Y eso fue lo que finalmente sucedió”, relata Meijide.
Entre las tantas caravanas que se realizaron en el bastión duhaldista, Storani tiene fresca en la memoria aquella en la que incursionaron por Avellaneda. Iban escoltados por el frepasista Oscar Laborde, quien luego sería intendente de la ciudad y años más tarde, ferviente dirigente del kirchnerismo. Al punto que hoy es embajador argentino en Venezuela.
Storani todavía se sonríe cuando recuerda el momento en que casi se lleva el primer disgusto con Meijide. “Graciela, que es fanática de Racing, estaba empecinada en hacer un alto de la caravana frente a la cancha de su club. Yo me puse firme: si parábamos en la cancha de Racing, debíamos hacer lo mismo en la de Independiente. Yo soy hincha a morir del Rojo. Me planté y finalmente ella tuvo que ceder. En esa caravana hicimos dos actos, era lo justo”, cuenta, entre risas.
Fue una campaña agotadora. En dos meses ambos candidatos pusieron el cuerpo para recorrer el conurbano y las principales ciudades del interior bonaerense. Caravanas, actos, presentaciones televisivas en los canales y radios locales, todo un raid proselitista para una proeza que pocos creían posible.
“Sinceramente, yo hasta último momento fui escéptica. Creía que era imposible ganarle al aparato duhaldista en su territorio; Duhalde gobernaba desde el 89 y había articulado todo un aparato de militantes y punteros muy aceitado. Nosotros prácticamente no teníamos recursos. Aun así, nuestra gente en el conurbano nos decía que estábamos bien, que podíamos ganar. Había entusiasmo”, recuerda Meijide.
Storani compartía esa sensación. “Con Graciela supimos generar una mística y la gente se contagió de esa mística. Proponíamos un cambio y el mensaje caló en la gente. Aun así, nunca imaginé que íbamos a dar semejante batacazo en la provincia”, se sincera.
La historia posterior es conocida. Con el triunfo de la Alianza en aquellas elecciones legislativas, la coalición opositora se erigió como la gran favorita para destronar al menemismo tras diez años en el poder. Dos años más tarde, De la Rúa fue electo presidente junto a Chacho Álvarez, su compañero de fórmula.
La Alianza encarnaba la esperanza de millones de argentinos que clamaban por un cambio en los modos de hacer política, pero la crisis económica y los desaciertos en la toma de decisiones resquebrajaron la coalición, al punto que Álvarez pegó un portazo y provocó el derrumbe final con la salida anticipada de De la Rúa en 2001. Fue el fin de una ilusión que terminó con el grito popular “que se vayan todos”, un grito que todavía perdura.
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