Son 70 hectáreas en donde IRSA construirá un megaproyecto inmobiliario que tendrá un parque público de 48 hectáreas
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Hoy por hoy, el predio vacío es un lugar extraño. Son más de setenta hectáreas despobladas sobre el Río de la Plata, una enorme extensión de tierra cuasi pantanesca y arrinconada entre los rascacielos de Puerto Madero, la soledad de la Reserva Ecológica, el asentamiento popular Rodrigo Bueno y las chimeneas del cinturón industrial del sur. Campo, casi, en una porción de tierra olvidada pero con un potencial inmobiliario estratosférico.
El terreno ribereño tiene una historia tumultuosa de idas y vueltas entre proyectos fallidos, cesiones públicas de tierra, compraventa entre privados y normas urbanísticas vetustas. En 1965 había sido cedido por el Estado nacional a Boca Juniors para que el club construyera su ciudad deportiva y, según los deseos del mítico (y excéntrico) Alberto J. Armando, un estadio para 140.000 espectadores. El proyecto quedó en la nada y, en 1992, el predio de 71,6 hectáreas fue vendido a la empresa Santa María del Plata. Un año después, dicha empresa se lo vendió a un tercer privado, que en 1997 lo vendió a la desarrolladora IRSA, empresa de Eduardo Elsztain, por US$50 millones.
Después de 24 años en total desuso, la historia de la parcela más grande que queda en la ciudad está muy cerca de torcer su rumbo. Hoy, la Legislatura de la Ciudad ratificó en primera lectura el convenio urbanístico entre el Gobierno local y la empresa IRSA para desarrollar en el lugar una urbanización de dimensiones faraónicas, en una colaboración público-privada que incluye la cesión del 67% del terreno a la Ciudad, con el objetivo de crear un parque público de 43 hectáreas. Además, IRSA desembolsará unos US$250 millones entre el valor de la tierra cedida al Gobierno y los aportes iniciales para fondos públicos de innovación y desarrollo urbano. Luego a ese monto hay que sumar la inversión que se realizará en infraestructura y el mantenimiento del parque público durante 10 años. Los diversos proyectos de real estate que dan sentido al lugar serán motorizados por la empresa y distintas desarrolladoras, en una inversión total que se calcula ascenderá hasta los US$1600 millones. Será un nuevo barrio con las dimensiones de todo Villa Ortúzar. Solamente el parque público tiene una extensión cinco veces superior a la del Parque Lezama.
A orillas del río, la ubicación del predio es geográficamente estratégica y estéticamente inmejorable, además de haberse visto sumamente beneficiada por la descompresión del tráfico que hizo posible el Paseo del Bajo. Hoy, sin embargo, es un extraño lugar en el que solo se ven y río y verde y, esporádicamente, las ruinas setentistas del fallido proyecto de Boca, ocultas entre matorrales y vegetación. La escena es chernobylesca: una pileta de salto acrobático vacía, una vieja confitería en ruinas, unos pocos puentes en desuso que unen las distintas secciones que componen este archipiélago artificial.
Todas las tierras contiguas al agua serán públicas, conformando una extensión verde en forma de L que envuelve a la parte construida del proyecto. Por allí será posible bordear toda la zona caminando o corriendo ininterrumpidamente por un camino entre el verde y el río, o andar en bicicleta a lo largo de un trazado que llega a los 4,2 kilómetros. Entre la orilla del río y la primera línea de edificios habrá una extensión de parque equivalente a dos cuadras y media. Hoy, sin embargo, no se ve más que baldío. Mirando desde el río hacia el oeste, una síntesis de la ciudad. Las chimeneas de la Central Térmica Costanera, la termoeléctrica más grande del país que está instalada al lado de los astilleros navales de Tandanor. Del otro lado, las torres de Puerto Madero y, muy cerca, el barrio popular Rodrigo Bueno, una mezcla de casillas y los complejos residenciales que son parte del proceso de urbanización que lleva adelante la administración de Horacio Rodríguez Larreta.
El cambio normativo que se votó en la Legislatura, y que hasta el momento imposibilitaba el desarrollo si no era con fines deportivos, aún debe ser aprobado en segunda lectura. Es decir, todavía debe pasar por audiencias públicas, y puede sufrir modificaciones antes de volver al recinto. Desde el Gobierno de la Ciudad calculan que, si los tiempos parlamentarios son los normales, podrían lanzar un concurso para el parque público inmediatamente después de aprobarse el cambio, y llamar a licitación entre marzo y abril del año que viene. En IRSA, por su parte, afirman que comenzarán obras preliminares y preparatorias (como puede ser el desmalezamiento) apenas se apruebe, pero ninguna obra de fondo hasta que el GCBA elija el proyecto ganador del concurso.
La futura urbanización de Costa Urbana va en línea con una visión de desarrollo público-privada que se nutre de convenios urbanísticos. “La tierra pública es un activo renovable”, dice Álvaro García Resta, Secretario de Desarrollo Urbano de la Ciudad. “Es un área con enorme potencial. Eso significa más desarrollo para la zona, más trabajo, más movimiento y más seguridad. Que un espacio sea público no siempre significa que sea accesible para las personas, y la calidad del espacio público es tan importante como la calidad. La infraestructura es lo que hace a los lugares públicos accesibles, invita a las personas a quedarse y a usarlos”, apuntó.
Si bien las primeras inauguraciones parciales del parque público podrían darse dentro de un año o año y medio después de comenzadas las obras, la concreción final del proyecto, entre extensiones públicas y desarrollos privados, durará más de una década, por supuesto que dependiendo de las condiciones macroeconómicas locales.
Enclavada en un punto estratégico, entre el postergado sur porteño y las zonas céntricas, Costa Urbana tiene el potencial de convertirse en un área integradora, que con consumo y empleo revitalice al sur.
Fotos: Gerardo Viercovich / LA NACION
Edición fotográfica: Fernanda Corbani
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