Evocar los valores del Mundial. ¿Cómo hacer para que no se vaya la alegría?
Las Fiestas pasaron… las tres: Mundial, Navidad y Año Nuevo.
La primera de ellas se multiplicó ya que cada victoria argentina se transformó en una celebración. Cada festejo tras los partidos se agrandaba hasta que llegó la apoteosis final, cuando la Copa se ganó.
Luego llegaron Navidad y Año Nuevo, festividades que fueron vividas con hondura por algunos y con liviandad por otros… como siempre. Así y todo, parecía que el Gran Regalo ya había llegado, con esa copa dorada en manos de Lionel Messi.
Fueron tantas emociones en pocas semanas que se produjo un afán generalizado de que sean inmortalizadas a través del contarnos una y otra vez las vivencias de esos días, o mirar una y otra vez los goles, las lágrimas de Scaloni al abrazarse a Paredes, el último penal de Cachete Montiel…
Ya lo sabemos: los días irán pasando sin piedad y algunas cosas parecerán un sueño de esos que se recuerdan al amanecer; esos que hay que contar o escribir para que no se diluyan en la niebla de la desmemoria.
Atesorar la vivencia
La pregunta es: ¿se puede atesorar la vivencia para que no se escurra como agua entre los dedos?
Nos acordamos de una conocida frase de la escritora Maya Angelou: “La gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste, pero jamás olvidarán cómo la hiciste sentir”.
Digamos que nunca olvidaremos lo sentido en estos días mundialistas, si bien, sabio como es, nuestro mecanismo mental administra ese recordar para que sea vivible y no nos sumerja en la locura de una imposible euforia eterna.
Parte de lo sentido viene de la percepción de una realidad, no de una ilusión narcótica. Se corrieron algunas nubes que nos impedían ver la mejor versión de nosotros a través de esos deportistas que catalizaron una alegría comunitaria antes reprimida, agobiada de tanta pálida industrializada. Salir de la cárcel del individualismo descreído para sentir la plenitud de lo compartido… Eso no se olvida, aunque haya parecido un breve resplandor en la noche.
Quizás el secreto está en que la evocación venga a nutrir nuestro presente, no a hacernos escapar de este. Si lo usamos para olvidar nuestros pesares, será simplemente una droga. En cambio, si lo usamos para alimentar nuestro día a día, ahí la cosa mejora. No fue ganarles a los franceses lo mejor de todo, sino que haya ganado ese bagaje de valores, virtudes, amor y generosidad que, siendo de gran parte de los argentinos, se reflejó en la gigantesca metáfora que es un Mundial.
Evocar la victoria deportiva es lindo, pero lo que trasciende al olvido es entender que ese resplandor en la noche es parte de nuestra realidad, la mejor parte, y es bueno alimentar con esa luz los días por venir.
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