Violencia, irreflexión y ausencia del Estado
En Moreno viven más de 600.000 personas. Allí, a sólo 42 kilómetros de la Capital, en el límite oeste del Gran Buenos Aires, el número de calles de tierra del distrito casi triplica al de las asfaltadas. La tasa de homicidios fue, en 2015, de 8,46 cada 100.000 habitantes, apenas por encima del promedio de la provincia, que fue de 7,98.
Sin embargo, una vez consumada la tragedia de ayer a la madrugada en una casaquinta de Villa Trujui, se alzaron voces de vecinos del lugar y de familiares de los chicos que se salvaron de la barbarie al huir a la carrera: "Esto se ha convertido en tierra de nadie". El reclamo es tan evidente como lo ha sido, hasta ahora, y durante años, la falta del Estado, la insuficiente presencia gubernamental para revertir determinados procesos sociales; en lo que atañe a la seguridad, aquellos relativos a la violencia, la marginalidad, a la proliferación de las drogas y al fácil acceso a las armas.
Algunas lecciones no fueron aprendidas. El 15 de abril pasado fue la tragedia de Time Warp; esa vez, en la rave de la Costanera, no fue la violencia, sino el macabro negocio de las drogas sintéticas y el consumo irreflexivo y descontrolado. Pasaron cinco meses y la irreflexión no desapareció; y, al mismo tiempo, los controles del Estado no estuvieron, no anticiparon o llegaron demasiado tarde.
El intendente kirchnerista de Moreno, Walter Festa, dijo anoche que desde que asumió, el 10 de diciembre pasado, su gestión trabaja para "desarticular los eventos privados que no obtuvieron la habilitación municipal correspondiente".
Ayer, las autoridades comunales "lamentaron" no haber podido anticipar que iba a haber una fiesta clandestina -aunque más de 500 chicos supieron de ella a través de las redes sociales- y dijeron que sus inspectores, ya con el evento en marcha, llegaron y constataron no sólo "una actividad comercial ilegal" sino "contravenciones de tipo penal" que motivaron el aviso a la policía.
Cuando los patrulleros llegaron, todo era desbande, confusión, gritos y dolor. Relatos de chicos apuñalados con navajas caseras, de unos con las cabezas rotas a cascotazos y otros, baleados con revólveres ilegales. Una vez más, el Estado había llegado tarde.ß
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