El Parador Talacasto, en el km 3514, camino a Jáchal, en San Juan, es la única construcción que se ve con vida en ese punto solitario de la legendaria traza
“En Senegal no se consigue”, dice Bamba, sonriente, mientras compra un sándwich de milanesa generoso en el solitario aunque muy concurrido Parador Talacasto, en la ruta 40 (Km 3514) camino a Jáchal, en San Juan. Es la única construcción que se ve con vida, rodeado de edificios en ruinas, polvo y olvido, algunos autos, bicicletas y varias motos frenan. El parador es una parada obligada en la larga travesía por la legendaria ruta que atraviesa todo el país. “Lo mejor de la Argentina son sus sándwiches”, agrega el inmigrante del país africano. En el paraje solo viven dos personas, el matrimonio que lo atiende.
“Me dijeron que si venía por la ruta 40 a San Juan tenía que parar acá”, cuenta Bamba. Está viajando por la Argentina buscando trabajo y la aventura lo ha llevado hasta este parador venerado por los viajeros en las sierras de Talacasto. Su sonrisa, contagiosa, va hacia Jáchal esperando hallar una oportunidad.
Sobre el mostrador se presenta una bandeja donde se exhibe una de las razones por las cuales el parador es tan conocido: su sándwich de jamón crudo y queso hecho en pan de miga. El fiambre sobresale.
“Hay un secreto”, dice la mujer que está detrás del mostrador y que elige no dar su nombre. Señala una horma de pan de miga, un monumento de la panificación humeante al lado del horno en la cocina. “Lo hacemos nosotros, es casero –cuenta–. Está recién horneado”.
El aroma invade el salón, muy luminoso y vidriado. La ruta se ve desde todos los ángulos. El día es caluroso. “Tendremos zonda”, avisa.
El viento cambia el humor de la tierra y arrasa con todo a su paso, se origina en el Océano Pacífico y en aquella región es frío, pero cuando pasa por la Cordillera se convierte en una cortina abrasiva que puede llegar a aumentar la temperatura hasta más de 40 grados.
“El viaje tiene estas cosas, nos agarrará en ruta”, dice Federico Bertrano, que recorre la 40 por tramos. Sabía de la existencia del parador y quiso probar el sándwich y apurar una cerveza fresca. Va camino a las Termas de Talacasto, un complejo que ha conocido mejores épocas, aunque entre los viajeros es un punto deseado, un lugar olvidado y perdido, aislado de los radares del turismo. Está a 15 kilómetros del parador.
“Es diferente a todos los que conseguís en la ruta”, dice Bertrano sobre el sándwich. El pan de miga casero lo vuelve una rara avis para los que circulan por las rutas buscando lugares para reponer energías y luego recomendar.
El paraje Talacasto integra un territorio marginado de los destinos tradicionales del turismo, la ruta 40 en este tramo es solitaria y melancólica, parajes y pueblos olvidados y detenidos en el tiempo se ven entre los cerros y el espinal de los molles. 20 kilómetros antes se encuentra Matagusanos, un paraje que compone una sola casa en donde viven dos hermanos (Florencio, de 81 y Francisca de 92 años) en un desguarnecido rancho de adobe. Ambos resisten y esperan asistencia. El techo y algunas paredes están con peligro de derrumbe. A 40 kilómetros por camino de tierra está La Ciénaga, otro paraje mínimo.
Las ruinas de la estación de tren son testigos de un pasado cuando el paraje tuvo más vida. Inaugurada en 1930, prestaba servicio de carga y de pasajeros. Sin embargo, a las 21 horas del 15 de enero de 1944 ocurrió un hecho que cambió para siempre la historia de la provincia: con un epicentro a más de 10 kilómetros de profundidad, la tierra se sacudió en un terremoto que devastó San Juan y el departamento de Albardón, además de las más de 10.000 víctimas, la destrucción edilicia fue total. El trazado ferroviario quedó seriamente afectado. Tuvo una proyección de 7 puntos en la escala Richter y 9 en la Mercalli.
Ramal Talacasto
El ramal de Talacasto siguió activo solo para carga desde 1960, y luego se descontinuó en forma definitiva en 1984, sepultando para siempre las posibilidades de desarrollo del paraje. Algunas cosas destruidas son de los años en el que se produjo el terremoto.
“No tenemos agua potable”, dice la mujer encargada. En el parador se la cuida como oro. Deben ir a buscar el vital elemento a Albardón, el pueblo más cercano, a 40 kilómetros más al sur. La zona es desértica y cruzada por cordones serranos como el citado Talacasto y las sierras de Villicún. En el pueblo hay bodegas y el mismo parador se puede conseguir vinos artesanales. San Juan es una tierra bendecida por un clima ideal para el desarrollo de la vid. En este pueblo existen bodegas familiares de gran calidad.
El servicio que brinda el parador es comparable al de un oasis. No tiene electricidad de red, aunque se abastece con un generador, que es encendido de noche y durante algunas horas en el día para mantener los alimentos y las bebidas frescas. Aquellos que quieren pasar la noche, pueden hacerlo en un rincón a reparo. Carpas o motorhomes usan el servicio, el movimiento de viajeros es constante. El menú rutero es más amplio que el sándwich de crudo y queso, y el de milanesa completo. Hay pastas y algunos churrascos, meriendas y desayunos con facturas de elaboración propia. La milanesa a caballo con papas fritas, un clásico. La panificación está hecha con esmero y dedicación, pequeños pancitos de chicharrón salen del horno y duran minutos. Un mimo para el viajero.
Un cartel anuncia que el parador tiene un equipo de radio para emergencias. La zona está alejada de cualquier señal telefónica y de datos móviles, aunque tiene una señal de Wi Fi que sirve para mandar mensajes, los viajeros dan señales de vida, sin embargo el VHF es más estable y asegura la comunicación. Suelen parar radioaficionados que avisan su posición. “Vivimos aislados, pero acostumbrados”, confiesa la única mujer que vive en el Paraje.
Las puertas del parador están intervenidas por cientos de calcomanías de viajeros. Entre esta comunidad, esta parada es celebrada y un punto de encuentro. “El crudo y queso es único, no hay otro así en ningún parador del país”, dice Guillermo Álvarez, de Ulapes, de la vecina provincia de La Rioja. Se ha hecho habitué, destaca la solidaridad de estos lugares. Es viajante. “Son lugares donde podés hablar, te encontrás con gente de todo el mundo”, cuenta. “Recomiendo el Valle Encantado”, dice y asegura haber visto un puma entre las piedras a un costado de la ruta.
En el mostrador una vitrina ofrece remedios con recetas magistrales para aliviar todo tipo de dolores. Grasa de león, carpincho y de mula, azufre y un ungüento de jengibre, el clásico té de coca, bicarbonato de sodio y pastillas de menta. A un costado, cargadores de celulares y memorabilia del parador y la ruta 40. Una heladera exhibe bebida fría, una epifanía para los cansados conductores. “La gente que mantiene vivo el parador hace patria”, confiesa Álvarez.
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