La Fonda de Guillermina es el corazón de Arenas Verdes, un paraje poco habitado en el kilómetro 108,5 de la ruta 88
ARENAS VERDES.– Camina poco y con ayuda. Pero ahí se la ve, detrás de la cortina y adentro de la cocina, su lugar en el mundo, donde su receta de hace décadas tiene continuidad. Masa casera, carne picada, cebolla común y de verdeo, morrón, una combinación de especies y algún toque especial son parte de la fórmula de esas empanadas que trascendieron las dunas que Guillermina Ramos conoció hace más de 36 años, cuando pisó esas mismas playas por primera vez, y ese bosque que por aquellos tiempos ayudó a ampliar con siembra manual, árbol por árbol.
No es el clásico parador de banquina sino que a la altura del kilómetro 108,5 de la ruta 88 y a 20 al norte de Necochea, unos cinco minutos campo adentro y 150 metros antes de ver el mar, La Fonda de Guillermina es en gran medida el corazón de Arenas Verdes, un paraje con unos pocos residentes permanentes y un enorme reconocimiento como punto pesquero, lugar de descanso y gastronomía casera.
“Nosotros mismos arrancamos esto cuando vinimos por mi cuñado que trabajaba en Vialidad Provincial y abría caminos donde no acá no había nada”, recuerda a LA NACION la propia Guillermina, que se anima a reconstruir su historia a pesar de reconocer que la memoria y la cabeza “ya no andan tan bien” a sus 87 años que serán 88 este jueves 29 de febrero.
Corta una de sus empanadas, disfruta de la primera mitad a tenedor y cuchillo y cuenta entusiasmada cómo ganó fama su mano de cocinera con ese sabroso relleno sellado con el especial repulgue de sus manos. “Esto en principio fue una proveeduría y como se podía acampar empecé a hacer comida sencilla que la gente que paraba por acá comprara para llevar”, detalla del inicio de un negocio que luego creció y hoy tiene otro restaurante lindero y hasta un complejo de cabañas.
Arenas Verdes es el frente costero del partido de Lobería. Es un destino balneario que está por celebrar su 70 aniversario. Un cumpleaños en el que mucho tuvo que ver la escala que allí hicieron Guillermina y su esposo, Atilio Del Hoyo.
El matrimonio se quedó encantado con la paz de estas costas en momentos en que en su ciudad, Mar del Plata, la inseguridad hacía de las suyas. Así que en 1988, sin pensarlo demasiado, armaron valijas y se mudaron detrás de tranquilidad y un sueño renovado.
El empleado de Vialidad que menciona era su cuñado, conocido como “El Nene” Fernández, esposo de Cándida, hermana de Guillermina que también puso manos en la harina cuando la demanda no solo se nutrió de campamentistas y pescadores sino de tantos que empezaban a llegar hasta el balneario solo para comer, atraídos por ese boca a boca que comentaba de lo rico que se comía en la fonda.
Un vivero de Necochea
Guillermina y Atilio sembraron primero 4500 brotes de eucaliptus, acacias y tamariscos que consiguieron de ocasión en un vivero de Necochea. Luego la municipalidad les donaría otras 3500 que también sembraron, uno por uno. “Estos médanos también los ayudamos a generar nosotros”, asegura la pionera que desde su pequeña casa y proveeduría veía el mar que ahora que quedó detrás de esas montañas de arena. “Lo logramos con palitos y bolsas de nylon”, dijo sobre la estrategia de fijación que mucho más sofisticada hoy se conoce como enquinchados.
Las empanadas al paso en la proveeduría abrieron camino a la posterior y actual fonda que se mantiene tal cual nació. Con elementos de la casa donde vivió la pareja y ahora con más presencia de su hijo Marcelo, expandió la propuesta con Valerie, un restaurante con pescados que se une mediante una puerta con “La fonda…” cuando la disponibilidad de mesas escasea de tanta clientela.
“Las empanadas de la Guillermina” están a la cabeza de la carta de esta propuesta. Las de carne son las famosas y las opciones se complementan con jamón y queso, caprese y verdura. Son el “Plan A” de los viajeros que, conocedores de esta escala o por dato que invita a descubrirlo, ingresan y se llevan su bandejita para compartir en el resto del recorrido por ruta. O, como también han comentado, para comer al llegar a destino.
Pero hay otro plato que caracteriza al lugar y ganó elogios: el cordero al horno de barro. Fue una aventura de Atilio, que se animaba a cocinar los domingos. Y quedó como una tradición.
La fonda tiene variedad de minutas, pero también propone platos contundentes para aquel que está dispuesto a tomarse su tiempo, sin esa urgencia de volver a la ruta después de un placentero almuerzo. “Comidas de abuelos” se titula el apartado que incluye variedad de pastas, con los sorrentinos como estrella y los tallarines de mar como una perla distinguida.
A la hora de los postres, Guillermina también les dejó un clásico con receta magistral: el budín de pan es el imperdible, con bastante caramelo. Y apto golosos, una buena y cargada cucharada de dulce de leche para acompañar.
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