La casona de Temperley, que pertenece a cuatro hermanos, podría ser un museo que recreara la vida cotidiana durante la Belle epoque en las quintas del sur de Buenos Aires
Desde los muebles europeos comprados por catálogo, hasta los cortinados, pasando por los mármoles, la Sala de Bordado o la vajilla del living comedor, todo es original y de primera calidad en la casona de la familia Grampa en Temperley. El palacio podría ser un museo que recreara la vida cotidiana durante la Belle epoque en las quintas del sur de Buenos Aires.
Sin embargo, hasta no hace tanto la residencia estuvo habitada por los Rossi, descendientes de sus primeros dueños. Durante más de un siglo ambas familias se las ingeniaron para cuidar y preservar la vivienda, siendo una de las pocas que se conserva tal cual fue diseñada, amueblada y decorada originalmente. Caminar por los jardines, atravesar sus muros, subir escaleras, es un viaje a través del tiempo digno de película.
La casa está en General Paz 405, en el barrio inglés de Lomas de Zamora nacido a raíz del paso del Ferrocarril del Sud en 1865 junto a la construcción de la estación Temperley en 1871. Fue levantada entre 1910 y 1914, según el proyecto de los arquitectos italianos Gino Marchesotti y Eugenio Bressan. No existe constancia de su presencia en la zona pero se presume, como ocurría en aquel entonces, que supervisaron desde su país la marcha de la obra imponiéndole el estilo del renacimiento italiano. Abarca 750 metros cuadrados cubiertos en un lote de 3000 metros con entrada por la esquina de Coronel Suárez.
El Lago de Como, 1886
La casona pertenece a los cuatro hermanos de apellido Rossi. Fabiana, una de ellos, recibe a LA NACION a través del portón de hierro que conduce al palacio ubicado en medio de un parque de casuarinas donde se observa una pileta: es la única reforma o agregado que le hicieron a la mansión. La mujer cuenta que la historia del palacete nace con su bisabuelo, Bernardo Grampa, “un empresario de la región de Lombardía, activo en el negocio de materiales de construcción quien había llegado a la Argentina en 1886 y se instala entonces junto a su esposa, María Merani, en el barrio de La Boca, cerca de los paisanos de su tierra natal”.
A los pocos años, el negocio creció rápidamente de la mano del carbón vegetal, material indispensable para la combustión del ferrocarril que cada vez tendía más vías, continúa Rossi. Así fue como nació el barrio inglés, impulsado por el paso del tren y la radicación de numerosas familias porteñas y de la comunidad británica, que fueron construyendo sus casas en un estilo arquitectónico similar al de las viviendas del Reino Unido. Pero este no fue el caso de los Grampa, que decidieron levantar por su cuenta, en medio ese lugar, una mansión diferente, una mansión a la italiana.
Habían llegado a Temperley en 1907, alarmados por un rebrote de fiebre amarilla. Compraron la vivienda que precedía a la actual para ser usada como finca de fin de semana. La demolieron e instalaron allí su Villa, en un barrio pujante donde aún se ven calles adoquinadas y veredas arboladas.
“La residencia fue levantada no solo con todos materiales traídos de Italia, sino también por albañiles provenientes de ese país que manejaban diferentes oficios y que luego se quedaron a vivir en la Argentina. Mis bisabuelos deciden encarar la obra de este modo durante un viaje que hacen a Italia”, dice Rossi, mientras señala escaleras de roble de Eslavonia, frisos en los techos, arañas, y muebles moldeados por eximios ebanistas que se despliegan en los dos niveles de la mansión.
Ocho habitaciones hay en la planta alta. Rodean un balcón interior desde donde al asomarse se puede ver el hall de entrada y el área social. Llama la atención la luminosidad de cada una de las salas debido a que aún no se han levantado torres en las inmediaciones. La casa está en medio del parque, y tiene enormes ventanales.
El libro Patrimonio Arquitectónico Argentino, Tomo III, de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, la destaca como una de las viviendas más emblemáticas del país. “Se trata de una villa italiana de planta compacta, organizada alrededor de un hall de doble altura. Notables son los espacios de la sala y el comedor”, dice el libro, en relación con la vivienda que se mantiene en pie a pesar de solo contar con protección patrimonial a nivel municipal.
Cuidar la casa como si fuera un tesoro
Volviendo a la historia de los Grampa, Bernardo y María tuvieron seis hijos. Los dos varones nunca se casaron, uno de ellos murió muy joven. Las cuatro mujeres sí contrajeron matrimonio, pero solo una de ellas tuvo un hijo varón. Julia Grampa se casó con Vicente Rossi y tuvieron a Julio Bernardo Rossi quien se crio en la casona como único niño entre los adultos de la familia, viviendo en medio de salas renacentistas con obras de arte, cortinados de seda y paredes de telas labradas. Julio, un ingeniero, le prestó especial dedicación a la conservación de su hogar donde luego tuvo cuatro hijos. La vivienda fue su tesoro más preciado.
“Me acuerdo que de chicos mi papá no quería que tocáramos nada. Por eso todo está tal cual. Al sector del living, del comedor y del escritorio no nos dejaban entrar. Nosotros ingresábamos por la cocina, estaba prohibido utilizar la puerta principal. Para no estropear los pisos de madera se usaban patines todo el tiempo”, recuerda Fabiana de su infancia. Ella es una de las encargadas de preservar la casa dentro de una gran familia donde, además de sus hermanos, hay 11 nietos. “No nos desprendimos de nada, hasta los hilos de costura tenemos guardados”, agrega con orgullo.
Fantasmas en la residencia
Tal como sucede con este tipo de mansiones históricas, los fantasmas son parte de las leyendas que la rodean: “Se dice que hay presencias, especialmente de noche. Me acuerdo que de chica yo vivía en una punta del primer piso y tenía que bajar a la cocina. Estaba todo oscuro, chillaban las maderas, sentía mucho miedo”, afirma.
Agrega que la casa posee también un sótano dado que antes tenían un viñedo y ahí se fabricaba vino patero. “No perdemos la ilusión de encontrar algún día escondido bajo tierra, algún tesoro que nos permita pagar los altos costos de la mantención de todo esto”, dice a modo de chiste.
Entre los objetos que llaman la atención se destacan la caja fuerte original del escritorio ubicado cerca de la entrada; en la Sala de Tertulias un piano de época, licoreras, cristalería europea; en la cocina los trinchantes donde se cortaba la carne; las planchas de la Sala de Planchado; en los baños los sanitarios originales y los lava pies. También guardaron los tickets del ferrocarril y los recibos del corralón de materiales, entre otros elementos con más de un siglo.
Si bien Lomas de Zamora fue el lugar por excelencia de las quintas de la clase alta porteña desde fines del siglo XIX hasta principios del XX, y aún conserva varias residencias patrimoniales, todas tuvieron por lo menos alguna reducción de terreno o no conservan su lujo original. “Villa Grampa, en cambio, es como un museo, no se modificaron ni la cocina, ni los baños, ni los muebles, ni la vajilla ni el parque. Es un caso único en el Sur del Gran Buenos Aires y me atrevo a decir en el país”, explica Bruno Cariglino, arquitecto especialista en Gestión del Patrimonio, vecino de la zona y miembro de ICOMOS, asociación civil para la conservación de monumentos y sitios patrimoniales.
En la actualidad, el palacete se utiliza como locación de producciones fotográficas, se filman películas y videos. Es ideal para estos casos ya que no necesitan trasladar muebles cuando es necesario ambientar épocas pasadas. En Villa Grampa filmaron, entre otros, Ricardo Darín, en la película La Fuga; Antonio Banderas en De amor y de sombra y Graciela Borges Kindergarten. También ofrecen a través del Instagram la casa para fiestas de 15 y otras celebraciones. Hasta hace unos años se organizaban visitas y sesiones de ópera.
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