Lo que nos está faltando, un smartcollar, para saber en qué piensa tu perro
Solo les falta hablar, pero eso podría ser solo una cuestión de tiempo. Una idea loca, pero posible, y algunas reflexiones sobre la evolución de las especies
La escuchaba el otro día en radio Mitre a Nai Osepyan (@comportamientofelino en Instagram), hablando con Lanata y Feinmann, y luego de una vida de verme expuesto a las 10 millones de tonterías que se dicen sobre los felinos domésticos, por fin alguien hablaba con conocimiento sólido, bien expresado, sin filtro (hay cosas de los gatos que no son divertidas, y las explicó con lujo de talles) y con un toque de humor. Un lujo. Síganla, vale la pena.
El caso es que unos días antes, mientras paseábamos nuestras dos perras, se me ocurrió una idea de esas que suenan a ciencia ficción y la comenté como algo todavía inalcanzable. Ahora no estoy tan seguro de que sea un proyecto tan fantasioso.
Nuestros dos cánidos están en extremos opuestos de la vida. Por un lado Betty, que es una señora mayor, con algunos achaques y poca paciencia para las tonterías; es también mi favorita. Por el otro lado, Petra, que acaba de llegar, tiene cuatro meses y una energía que, de poder acumularse, podría cargar todos los celulares del mundo durante un mes.
Pero, como supusimos, Petra le trajo alegría y mucho que hacer a Betty; así que, en total, no solo se la pasan jugando, sino que, luego de ese simulacro de dogfight que dura horas, duermen juntas plácidamente. Son, literalmente, inseparables.
Pasearlas es también una experiencia llena de, digamos, contrastes. Petra todavía no ha integrado el concepto de la correa, así que hace piques espasmódicos que terminan, por fuerza, frenándola en seco, mientras Betty marcha a paso tranquilo, un poco porque ya ha visto casi todo, un poco para no cansarse. Ambas son rescatadas, como el resto de los animales que he tenido desde siempre, pero a Betty la encontramos cuando ya tenía dos años. O sea, dos años de comer porquerías de la calle, y eso, con la edad, le está pasando varias facturas. Así que la alegría de Petra le hace más que bien. Por ejemplo, cuando pensamos que la mocosa ya la tiene harta, ella misma va a buscarla para seguir revolcándose en el jardín.
Puro olfato
Como saben, los perros son básicamente olfativos. Así que sacarlos a pasear lo hace a uno sentir en un procedimiento antidrogas en el aeropuerto. Así que estábamos en eso, y mientras observaba a Betty olisquear minuciosamente unas gramíneas de adorno en la plaza, como si allí hubiera información de último momento, me dije:
–Esperá. Ahí hay información de último momento, solo que nosotros no la percibimos.
Y no la percibiríamos ni siquiera poniéndonos a olfatear los dichosos arbustos. Tranquilos, no hice la prueba. Pero en ese momento noté el collar rojo de Betty, recordé una nota reciente de The New York Times sobre inteligencia artificial y los perros, otra de The Verge, los experimentos sobre la detección de patrones eléctricos en el cerebro con sensores externos y la posibilidad, cada vez más cercana, de crear hologramas elementales, y, ¡pum!, ahí estaba la idea.
–En un futuro no muy lejano –declaré, como si tal cosa–, el collar de los perros va a proyectar un holograma con todo lo que el pichicho va percibiendo cuando huele y anda por ahí, con emojis y ese tipo de cosas. En 3D, obvio.
Sí, ya sé. hay que tenerme paciencia. Tirar una cosa así a esas horas de la noche puede fácilmente causar una crisis matrimonial. Pero no fue el caso, y ya sabía que no iba a ser el caso. Por el contrario, nos imaginamos todos los perros con un globito de luz sobre sus cabezas, con emojis y tal vez alguna palabra, y nos quedamos discutiendo un número de problemas relacionados no solo con interpretar lo que el perro podría estar percibiendo, sino también con la manera de hacérnoslo inteligible a los humanos.
A propósito, ya existen dispositivos que traducen, por ejemplo, los ladridos. Es el caso del collar de Petpuls. Pero casi cualquier dueño de perro o gato sabe perfectamente lo que ladridos, gruñidos, bufidos, maullidos, gorjeos y ronroneos quieren decir en cada contexto. Mi idea, que pueden usar libremente, es mucho más ambiciosa. Un smartcollar capaz de detectar los patrones eléctricos en el cerebro del perro, interpretarlos y traducirlos a algo que nosotros podamos más o menos comprender. ¿O acaso no hay ninguna representación mental para el perro cuando anda oliendo todo? Me cuesta creerlo. Y me cuesta creerlo por algo que pasó a continuación.
El mundo como algo modificable
Los humanos tenemos esa sensación de superioridad de la que nos cuesta una enormidad deshacernos. Después del paseo, mientras tomábamos un café, Petra iba a darnos una lección haciendo algo que nunca vi hacer a ningún perro (y he tenido muchos). Algo que, además, habría puesto el hipotético smartcollar al rojo. Estábamos ahí, charlando en la isla de la cocina, y, para mantenerse cerca y al mismo tiempo estar confortable, Petra fue hasta el sofá, en el otro extremo del living, agarró un almohadón con la boca y lo trajo hasta la isla, lo dejó ahí en el piso y se acostó encima con cara de “no sé qué le ven de raro a que un perro use herramientas”.
Así que uno de esos prejuicios que tenemos los humanos, el de que los animales toman al mundo como algo dado y que no puede modificarse, más allá de ciertos límites muy estrictos, acababa de venirse abajo estruendosamente. No obstante, lo del smartcollar sigue pareciéndome una gran idea. Como lo globitos de pensamiento de Los Sims, ¿se acuerdan? Pero se me ocurren también varios reparos.
El primero es que no tengo idea de cómo pasearemos a nuestros perros dentro de 25 o 50 años. Segundo, que la evolución sigue actuando. No es como solemos creer los humanos, que llegamos nosotros y todo se detuvo porque somos lo más de lo más. Petra, es evidente, tiene un grado de inteligencia muy por encima de la media (me he ahorrado varias anécdotas, que ya les contaré). Tercero, supuesto el caso de que pudiéramos proyectar con cierto grado de fidelidad lo que le va pasando por la cabeza a un perro, ¿hasta qué punto ese conocimiento no alteraría sustancialmente (supongo que para bien) nuestra relación con los peluditos domésticos? Y más: ¿acaso un perro particularmente inteligente podría aprender a transmitir mensajes complejos usando un smartcollar? No lo sé, pero solo les falta hablar.
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