Esa cabaña de madera en Ostende
Por Luis J. Grossman Para LA NACION
1 minuto de lectura'
Son viejas fotografías en blanco y negro, no muy nítidas y con el paso del tiempo visible en la falta de contraste. Las imágenes muestran un reducido grupo de operarios que, con más empeño que artesanía, avanzan en la construcción de una cabaña de madera en medio de un arenal. Sólo se ven tirantes, tablas y listones. La cuadrilla está formada por varios hermanos, todos estudiantes universitarios, cuyos nombres son Silvio, Arturo y Risieri, y el que dirige las operaciones (sin dejar de serruchar, ensamblar y clavar) es don Julio Frondizi, un italiano nacido en Gubbio, Umbria, que sin duda conoce las artes de la carpintería.
No sé cómo evaluaría nuestro colega Jorge Barroso (que después del inolvidable Severino Pita es el máximo referente en los temas de la arquitectura de madera) esta cabaña levantada en Ostende, habida cuenta de que en su armado participaron quienes serían, respectivamente, un estudioso del Derecho y la historia (Silvio), un futuro abogado y político de fuste (Arturo) y un profesor de Filosofía (Risieri).
Lo cierto es que esa casa está conservada y visible, y que en su génesis y su historia es examinada en detalle y con ribetes novelescos por el arquitecto Carlos Moratinos, que prepara un libro sobre el tema que sin duda será motivo del interés de muchos argentinos más o menos nostálgicos.
Las referencias con el que en general es tema de esta columna culminan aquí, pero hay un comentario que no puedo dejar de añadir. Es el de una vecina del lugar, sobre la playa de Ostende-Villa Gesell, cuando recuerda la llegada del auto presidencial, que traía al primer mandatario Arturo Frondizi y a su esposa para pasar un fin de semana, a veces prolongado por el azar del almanaque. "Cuando abrían el baúl, yo veía que el chofer bajaba unos paquetes: eran libros, muchos libros. Eso -agrega la señora- me impresionó y lo recuerdo hasta hoy porque no creo que hayan sido muchos los presidentes cuyo equipaje consistiera básicamente en libros."
Y estoy llegando al punto: se cumplirá este año un siglo desde el nacimiento de Arturo Frondizi (que nació el 28 de octubre de 1908), a quien sabiamente bautizó Hugo Gambini, en un volumen que debería ser leído por muchos, "el estadista acorralado" (Frondizi/El estadista acorralado, Javier Vergara Editor, 2006). Con frecuencia aparece en Cartas de lectores la pregunta de quienes se extrañan de que, a estas alturas, no haya en Buenos Aires calle alguna con el nombre de quien fue durante cuatro complejos, pero fértiles años de nuestra historia el hombre que, según le dice en una carta a Hugo Gambini, tenía como única meta "ser un buen argentino".
Y como el paso del tiempo (este año se cumplen también los 50 desde la fecha en que asumió Frondizi como presidente) no hace más que confirmar los valores que tenía ese personaje singular de nuestra historia reciente, me pareció razonable dedicar estas líneas a saludar el centenario de su nacimiento desde el retrato de esa humilde, pero sólida cabaña de madera que refleja la personalidad de aquel ser humano excepcional al que la Argentina le debe todavía el homenaje que se merece.
luisjgrossman@gmail.com



