Todos los días en los noticieros de la mañana y la tarde llega el anuncio que ya sabemos (sin ser adivinos ni tener la bola de cristal) va a ser dado en algún momento: “Colisión en la Panamericana”.
Que todos los días haya accidentes en esta súper autopista no es casualidad. Basta circular un rato por ella para escribir un libro sobre lo que no debe hacerse en una vía rápida. Un estudio de 2016 indicó que se produce un promedio de 7 colisiones diarias; en 2015 fueron unas 2300 y causaron 78 muertos.
Más allá de los excesos de velocidad, casi todos circulan por el carril que prefieren a la velocidad que quieren. Así, hay quienes van muy despacio por los carriles rápidos de la izquierda; otros que van a fondo por los de la derecha; los que zigzaguean entre carriles; los que no ceden el paso por nada; etcétera. Todo sazonado con maniobras al límite.
Además, son muy pocos los conductores que respetan la distancia de frenado (principal factor de los choques en cadena) y si lo hacen, siempre llegará un pícaro que lo sobrepasará por la derecha y la anulará (que para eso existe la llamada regla de los tres segundos).
Ni hablar de los ómnibus de larga distancia y los camiones, que exceden la velocidad permitida y circulan por donde se les da la gana. También es fácil observar a decenas de conductores enfrascados en conversaciones o escribiendo en sus celulares sin prestar atención. No son pocos, además, los vehículos en precario estado de mantenimiento circulando lo más campantes, y la lista sigue.
El tema es que no se hacen respetar las normas (para eso están los Chips en Estados Unidos y otros países), ni se toma conciencia del peligro de conducir al límite o sin la debida concentración. En suma, un cocktail explosivo que estalla todos los días.