El tiempo perdido no se recupera más. Esto es lo que ha sucedido con la red vial argentina, que desde 1932, cuando se sancionó la Ley 11.658 para crear el Sistema Troncal de Caminos Nacionales, ha tenido hasta hoy un desarrollo espasmódico, lento y lleno de baches.
Esa red troncal, que la Dirección Nacional de Vialidad debía construir y mantener con un fondo específico (una parte del precio de los combustibles), sigue en buena parte de su traza como era cuando se la construyó: rutas de una sola calzada. Ni hablar de las que competen a las provincias y los municipios. De un total de unos 500.000 km de carreteras, solo 5000 km (el 1%) son autopistas o autovías con dos calzadas.
El choque frontal es el peor accidente: dos móviles de masas no inferiores a una tonelada ni siquiera necesitan una velocidad muy alta para que al colisionar queden como un montón de hierros retorcidos. Una trampa para la que ninguna tecnología actual es eficaz.
Claro está que en todos los incidentes viales hay una responsabilidad humana, individual, por descuido, temeridad, inexperiencia o lo que fuese, pero no habría tantas colisiones frontales, que destruyen familias enteras (sin ir más lejos, en la ruta 85 hace dos semanas), todos los años, si las carreteras fuesen mejores.
El tiempo perdido, entre la desidia y la corrupción de muchos gobiernos (de todos los niveles) desde 1930, sigue cobrándose en este siglo XXI un saldo cada vez más intolerable de seres humanos que podrían tener una vida larga y feliz. El desarrollo de la red vial y ferroviaria debe ser una política de estado que trascienda a las autoridades de turno. •