Un cambio engañoso
La cifra es grande, pero engañosa. Trescientos cincuenta animales trasladados en 14 meses de gestión tendrían un enorme valor si no se tratara sólo de aves rapaces y animales de granja, muchos de los cuales se encontraban en recuperación, provenientes del comercio y de la caza ilegales. En ese caso, el balance es deficiente, sobre todo teniendo en cuenta el objetivo que se propuso el gobierno en el anuncio de estatización, en junio del año pasado. "No habrá más animales en exhibición", se repitió una y otra vez. Eso no cambió mucho.
La estatización y las actividades siguientes dejaron la misma sensación: que los anuncios luego se licuaron, sin traducirse en acciones de fondo. ¿Cuáles serían esas medidas? Propiciar y ejecutar, de una vez, el traslado de elefantes, jirafas, monos, hipopótamos, cebras, camellos, osos, y la lista sigue.
Realizar estos movimientos demandaría mucho más dinero de lo que preveía el gobierno antes de asumir la responsabilidad. Son miles de dólares para cada caso específico. Si ésa fuera la razón, vendría bien una aclaración oficial para frenar el cúmulo de especulaciones que existe sobre el destino del predio. Sólo recientemente se asumió que conseguir un nuevo destino apto para ciertos animales y prepararlos para el viaje y la readaptación al futuro hábitat puede, en algunos casos, demandar un año.
Hoy, el Zoo cerrará nuevamente sus puertas. Ya lo hizo en 2016 cuando pasó de las manos privadas a la gestión del Estado. Las promesas, en esta etapa de reconversión final siguen siendo las mismas. Posibles destinos para los animales, reestructuración de espacios y traslados internos. Nada cambió mucho.