Una catástrofe previsible
Mientras miramos absortos y frustrados las imágenes de la catástrofe, la primera reacción es hacernos preguntas: si lo que pasó era previsible, si era evitable y si podremos hacer lo necesario -en recursos humanos, dinero y tecnología- para que no vuelva a ocurrir o moderar su impacto.
Las muertes no eran previsibles por lo excepcional de la lluvia; al ocurrir de noche, todo empeoró. La gente se encontró a oscuras sumergida en el agua. Pero sí eran evitables, porque dependía de sacar a la gente de sus casas a tiempo, y los recursos para esto -transporte y personal- existen, aunque no fueron utilizados a tiempo.
Para que no vuelva a ocurrir se necesitan sistemas de alerta temprana y control de emergencias que no tenemos, pero que es posible montar en un tiempo relativamente corto. Se requiere disciplina y compromiso de parte de los responsables rentados y de los voluntarios. Los cuerpos de bomberos y los distintos cuerpos uniformados, más la coordinación de Defensa Civil sería el primer núcleo de responsables naturales para estos casos.
La inundación era previsible y evitable, hasta cierto punto. La lluvia fue excepcional por la velocidad e intensidad, pero no es inusual en el Gran Buenos Aires, donde por lo menos una vez al año caen mas de 70 mm. Una parte del agua se debería absorber naturalmente por el suelo, si la superficie absorbente está presente en el porcentaje que exige el Código de Edificación.
Algunas de las zonas que se inundan tienen los desagües pluviales correspondientes, pero el agua nunca llega a ellos. Previsible y evitable. La solución es simple: bajar la cantidad de basura que se arroja a la calle y disminuir la cantidad de botellas y bolsas de plástico en circulación. El agua corre y se acumula a medida que avanza, siempre buscando un cuerpo receptor que, históricamente, han sido los arroyos o bajos naturales, que deberían estar libres de toda construcción. En la ciudad de Buenos Aires y en parte en los barrios de La Plata, todo este sistema natural de escurrimiento se reemplazó por los pluviales y los arroyos entubados, que en su momento sirvieron para encauzar el agua de lluvia, pero que ahora colapsan en casos de lluvias muy intensas.
Un cierto caudal de agua corriendo junto a los cordones y alguna acumulación en las esquinas es casi inevitable, pero en el caso de la ciudad de Buenos Aires hacen falta obras de ingeniería hidráulica que el gobierno tiene previstas sobre la base de un plan de la época de De la Rúa, pero que no realiza por falta de financiación. Por lo tanto podríamos decir que las inundaciones eran previsibles y alguno de sus efectos más catastróficos, evitables, y que tenemos los recursos materiales y humanos para evitar muertes y pérdidas mayores, que necesitan ser organizados con un liderazgo claro. Esperemos que esta catástrofe destrabe las decisiones políticas para poner esto a andar, dependa de quien dependa.