Villa 31: El trabajo silencioso de los que apuestan a un cambio
En sus bordes, donde la urbe comienza a menguar para dar lugar a las vías del tren, a edificios gubernamentales de segunda línea y al puerto, a Buenos Aires le nació otra ciudad. La villa 31 tiene 80 años y más de 40.000 habitantes, a los que Horacio Rodríguez Larreta les hizo una promesa: en 2019 ya no vivirán en una villa, sino en un barrio. Mientras tanto, un grupo de personas trabaja para mejorar las condiciones del lugar.
Elva Yolanda Carrizo es vecina del barrio, perdió a su hijo por el paco y es una de las encargadas de la limpieza. Como secretario de Integración Social y Urbana porteño y líder del proyecto de urbanización, Diego Fernández tiene una historia de vida muy diferente, pero coincidió con Elva en el asentamiento. Malena Pozzi es coordinadora del Centro Educativo Comunitario de Retiro y se ocupa de dar apoyo escolar. Y el comisario de la Policía Federal Osvaldo Mato patrulla la villa como jefe del Cuerpo de Prevención Barrial.
El proyecto de urbanizar "el barrio 31" -así lo llaman los funcionarios de Pro en un intento de imponer con las palabras lo que aún es un plan en ejecución- es, según las propias declaraciones de Rodríguez Larreta, el más importante de su agenda de gobierno. En él confía para sostener la eventual campaña por un segundo mandato. Rodríguez Larreta recorre habitualmente la villa y hasta ha citado periodistas en un bar situado en el barrio.
Para los vecinos de la villa, los beneficios de la urbanización son evidentes: pavimentación de calles, tendido de redes de agua potable, cloacas y pluviales; la instalación de escuelas y, por último, títulos de propiedad a pagar con créditos blandos. Para el resto de los porteños, la Ciudad prepara un gesto de alto impacto visual y político: el corrimiento de la autopista Illia.
Hoy, pasa por el medio de la villa y hay viviendas que balconean sobre su traza, lo que hace imposible la urbanización. Para solucionarlo, el plan es mover la Illia hacia el Oeste y reconstruir un tramo sobre las vías del ferrocarril. El actual quedará como un paseo urbano, el símbolo de la integración de la villa a la ciudad y, se entusiasma Rodríguez Larreta, un imán para los turistas que caminarán por esa autopista transformada en peatonal. Algo así como la versión porteña del High Line neoyorquino, el parque lineal en altura que se hizo donde solía correr una línea de tren.
"El problema no es la villa, el problema es la autopista que la parte al medio", repite Rodríguez Larreta.
El cuartel central donde se coordinan los esfuerzos del gobierno porteño es un contenedor blanco repleto de jóvenes entusiastas que está estacionado en una de las entradas a la villa. El Portal, así lo llaman, funciona como un búnker desde el que salen los 120 trabajadores sociales encargados de relevar las necesidades de los vecinos. Todo el proyecto de urbanización tiene un costo previsto de 6000 millones de pesos. Parte del dinero saldrá de la venta del terreno del Tiro Federal, en Núñez; el resto, de créditos internacionales que está negociando el gobierno porteño.
La coincidencia de un mismo espacio político al frente de las administraciones porteña y nacional ayudó a destrabar el proyecto: gran parte de los terrenos donde está instalada la villa son del ferrocarril y dependen de la Nación, que se los cederá a la ciudad.
El plan incluye el mejoramiento de las casas existentes y la relocalización de 1000 viviendas que están bajo la autopista y se derrumbarán. El gobierno porteño dice que sus habitantes serán traslados a nuevas viviendas que se construirán en un predio cercano, cuya compra negoció con YPF. No será fácil, las casas bajo la autopista están situadas en una de las zonas céntricas y más codiciadas de la villa.
Según un relevamiento encargado por la Ciudad, un terreno en la villa 31 cuesta hasta $ 400.000. Por el alquiler de una habitación de apenas 16 m2 en una de las mejores zonas se pagan $ 4000. Todo esto ocurre en el mercado negro; al carecer de títulos de propiedad, empleo formal y cuenta bancaria, la mayoría de los habitantes se mueve en la informalidad y depende de locadores que fijan los precios.
El otorgamiento de títulos de propiedad, confían en el gobierno porteño, ayudará a hacer más transparente y eficiente el mercado de los alquileres. Al momento, se está realizando un censo de todos los habitantes del asentamiento. Será la herramienta que utilizarán para definir qué pertenece a quién.
“Todos queremos la urbanización”
Elva Yolanda Carrizo, Vecina de la Villa 31
A Elva Yolanda Carrizo le dicen "Chicho". Tiene 62 años y una casita con dos ambientes en altura pintada de verde y bordó que comparte con sus cuatro nietos. También tiene una gran pena. "Hace poco perdí a mi hijo", dice acongojada. Murió víctima del paco, la droga que acecha en los barrios pobres. "No vivía conmigo. Estaba en su chocita y le vino una convulsión. Siempre le llevaba de comer. No era un delincuente, era un nene y sufría por sus hijos", explica señalando el altar en su honor que montó en la ventana de su hogar, en la villa 31. "Como mamás tenemos que luchar con ellos", explica "Chicho".
De cuerpo menudo, pelo corto y chaleco amarillo fluorescente, que lleva con orgullo porque la identifica como una de las encargadas de limpiar el barrio, cobra un pequeño sueldo del gobierno de la ciudad. "Nos dieron trabajo de limpieza y sirve para emplear a los chicos. Es bueno para que salgan de la calle, piensen en otras cosas y tengan un trabajito que les permita solventarse y llevarle un poco de plata a la mamá", sostiene.
Su casa es chica, prolija y cubierta de fotos del papa Francisco. "Venía acá a tomar mate con nosotros, estoy orgullosa de él", dice. "Chicho" duerme en el ambiente de planta baja, que también hace de cocina y sala para la televisión. Sus cuatros nietos comparten la habitación de arriba. Está orgullosa de su casa, pero quiere que de verdad sea suya y para eso necesita un título de propiedad, que nunca tuvo.
Asegura que todos los vecinos de la villa quieren la urbanización. "Queremos tener el derecho y la obligación de poder pagar la luz, el agua, la electricidad, pero tiene que ser una tarifa acorde con nuestro bolsillo", aclara.
Dice que el barrio está mejor, que hay más seguridad y que le tiene fe al proyecto del gobierno porteño. Indica que ya esperó 50 años, así que puede esperar dos años más. "Esto va a dejar de ser un lugar al que la gente tenga miedo de venir. Va a ser un barrio más, como los del otro lado de la Avenida del Libertador", se entusiasma.
“Buscamos empatía con los vecinos”
Osvaldo Mato, Jefe del Cuerpo de Prevención Barrial de la PFA
En febrero de este año, el comisario inspector de la Policía Federal Osvaldo Mato estrenó su puesto en la villa 31 con una crisis. En pleno festejo etílico de Carnaval, el puesto de la policía dentro del barrio estaba rodeado de vecinos furiosos, listos para apedrearlo, con los efectivos atemorizados y encerrados. Estaban indignados porque un policía había agredido a una mujer. Mato apeló a su pasado de negociador en tomas de rehenes y logró que la noche terminara en relativa paz.
Ése fue su estreno en el puesto como jefe del Cuerpo de Prevención Barrial, el equipo de fuerzas federales instalado dentro de la villa 31 -uno de los barrios más peligrosos de la ciudad- como policía de patrullaje y cercanía. "Tenemos que lograr empatía con los vecinos del barrio 31", dice Mato, evitando, al igual que los funcionarios porteños, usar el término "villa". Vecino de Parque Patricios, Mato tiene 53 años y conserva algo del físico que trabajó como integrante del Grupo Especial de Operaciones Federales (GEOF), el grupo de elite de la Federal.
Su trabajo se inscribe dentro del programa Barrios Seguros, que depende de la Subsecretaría de Participación Ciudadana, a cargo del Elizabeth Caamaño, del Ministerio de Seguridad nacional, y, además de las tareas policíacas, abarca la organización de actividades deportivas y talleres dentro de la villa. La idea es lograr la confianza de los habitantes, tironeados entre el temor a las fuerzas de seguridad y el control de las bandas de narcotraficantes.
Las unidades de prevención que patrullan la villa están compuestas por dos hombres y una mujer y, de a poco, van reclamando territorio a los narcos. "Acá funcionaba un aguantadero", dice Mato mientras camina por el frente de una bailanta que ahora tiene custodia policial las 24 horas. La disputa es metro a metro.
En la villa hoy hay muchos policías, pero sigue habiendo zonas vedadas. Como ese pasillo del que Mato se aleja pronto ante la oscura mirada de un joven de capucha y anteojos negros, uno de los "zombis" del barrio.
“La clave es integrarla a la ciudad”
Diego Fernández, Secretario de Integración Social
Está haciendo un doctorado en Innovación Sistémica en el ITBA, fue gerente de las heladerías Persicco e inversor en la cadena de sushi Dashi: Diego Fernández no es el típico puntero político que hace carrera embarrándose los zapatos al caminar por las villas. A los 45 años, como secretario de Integración Social y Urbana del gobierno porteño es, en cambio, el elegido por Horacio Rodríguez Larreta para llevar adelante su proyecto más ambicioso y un hombre acostumbrado a gestionar.
"Hola, vecino", saluda mientras recorre las populosas calles de la villa 31 y supervisa las obras. Es un viernes de octubre y ese día salió muy temprano y con ropa deportiva de su casa de Tigre. Tenía cita con Rodríguez Larreta a las 5.45 para salir a correr. "De esto sé poco, pero aprendo rápido", anunció hace más de dos años, cuando se juntó con el equipo para preparar lo que sería su desembarco en la villa. Las primeras veces la recorrió con los punteros del barrio, pero enseguida comenzó a prescindir de ellos. Hoy camina con Cristian Larssen, un funcionario porteño con muchos años de trabajo en la villa al que llama sherpa, como los guías locales del Everest. Fue una manera de explicar a propios y extraños que no venía a gestionar lo que ya había. Venía, en cambio, a generar cambios verdaderos.
"La clave es urbanizar, pero también integrar", se entusiasma mientras relata las historias de sacrificio de algunos de los vecinos de la villa y proyecta lo que este nuevo barrio le aportará a la ciudad. El Playón, la zona más céntrica y comercial de la villa, es un hervidero de gente. Hay verdulerías que venden frutas que no se ven en otras partes, restaurantes que ofrecen "falso conejo", odontólogos que publicitan con carteles demasiado explícitos y todo el resto de la ebullición típica de los barrios de inmigrantes, como lo son el 53% de los habitantes de la villa.
También hay zonas vedadas cuando anochece y cloacas que se desbordan cuando llueve. Todo este universo es el que Fernández deberá integrar a la ciudad.
“Admiro a la gente del barrio”
Malena Pozzi, Coordinadora del Centro Educativo Comunitario de Retiro
La villa 31 es un gentío, pero a Malena Pozzi la recuerdan fácil: es la maestra de ojos azules que trajina los pasadizos del barrio desde hace ocho años. Malena coordina el Centro Educativo Comunitario de Retiro, desde donde da apoyo escolar a los niños de las 10.000 familias que habitan el asentamiento. Intenta acompañarlos en su paso por la escuela y está orgullosa de que tres de sus alumnos rindieron el examen de francés para entrar al Lenguas Vivas.
No es fácil educarse en la villa y la muestra son las decenas de ómnibus escolares que estacionan a la mañana, al mediodía y a la tarde en su entrada. Hacia allí peregrinan las madres para dejar a sus hijos, que viajan a escuelas alejadas de sus casas. Pese a que el universo en edad escolar es enorme, en el barrio hay apenas dos establecimientos educativos: el jardín de infantes Sueños Bajitos y el colegio Filii Dei, ambos de gestión privada.
El gobierno de la ciudad prometió que esto se revertirá cuando, como parte del plan de urbanización, se instale allí el Ministerio de Educación. El proyecto prevé un diseño de vanguardia que incluye tres escuelas para el barrio. "Espero que estén alineadas con problemáticas del barrio", dice Pozzi.
Criada en Munro y con muchos años de docencia, cuando le preguntaron si "se animaba" a asumir un cargo en la villa, ella recordó sus años jóvenes y dijo que sí.
A principios de los 70 ya había recorrido el barrio acompañando al cura Carlos Mugica, que fue asesinado en 1974. "Hacía lo mismo que ahora: trabajaba con familias y chicos. La diferencia es que esto era todo barro y casas de chapa. Ahora creció mucho y hay casas de material y gente con trabajo, pero también muchas divisiones políticas", recuerda.
Malena explica que hace ocho años llegó con "mentalidad colonizadora", preparada para enseñar, pero que descubrió que también tenía mucho para aprender. "Admiro a la gente del barrio. Hay que ser fuerte y valiente para venir desde tan lejos y con tan poco", dice sobre los inmigrantes de la villa.