Cómo enfrentar la pérdida de memoria
Si bien es fruto de un deterioro cognitivo inevitable, existen formas de conservar y proteger esta función
Nunca se había preocupado tanto como aquella mañana. Después de buscar en cada rincón de la casa, finalmente encontró sus anteojos en la heladera: los gruesos cristales húmedos, simpáticamente dispuestos sobre un plato de color azul junto a un trozo de queso.
Ya le habían anticipado que con las primeras canas la memoria comenzaría a fallar y ésta era –no tenía dudas– una demostración de la cuestión, tanto como tener en la punta de la lengua los nombres de viejos conocidos, olvidarse las llaves en cualquier lugar, no recordar el día de la semana o qué iba a buscar a una habitación.
“Si bien luego de los 40 la memoria es una función cognitiva que comienza a deteriorarse, varía mucho de persona en persona, de acuerdo a cómo sea su proceso de envejecimiento, y, por otra parte, no siempre es sinónimo de un problema neurológico u otra enfermedad, sino producto del stress, la ansiedad o la depresión”, explica el licenciado Angel Goldfarb, ex secretario de la Sociedad Neuropsicológica Argentina y docente de Neuropsicología en la carrera de médicos especialistas en psiquiatría de la UBA.
El neuropsicólogo añade que, fundamentalmente, existen trastornos de memoria en dos niveles: el de almacenamiento (que implica la capacidad de aprender o incorporar información) y el de recuperación, que permite utilizar la información aprendida si hace falta.
Sin repetir y sin soplar
“Cuando se realiza una curva de memoria, que es un test psiconeurológico –añade el especialista–, a veces encontramos que la persona recuerda bien una lista de palabras en forma inmediata después de haberlas leído, pero que, en cambio, transcurridos 20 minutos su rendimiento baja mucho. Eso significa que aprende mejor de lo que recuerda, es decir, que tiene dificultades en la recuperación, no en el almacenamiento.”
Goldbarg añade que en un test psiconeurológico se miden todas las funciones cognitivas: “atención, concentración, las distintas memorias (visual, auditiva, de lenguaje, de praxias o habilidades para construir objetos geométricos, escribir, calcular, etc.) –dice –. Los tests suponen repetición, aprendizaje y recuerdo de listas de objetos, de palabras, fluencia verbal espontánea, es decir, la capacidad de emitir palabras de acuerdo con un determinado código: por ejemplo, por letra, nombres de animales, de verduras... Las consignas son casi juegos: ¿cuántas palabras se pueden decir en un minuto, sin repetir y sin soplar, como en aquel programa estudiantil?”, explica sonriendo.
Según los resultados de la evaluación, la edad, el nivel educativo de la persona y su comportamiento durante la situación de examen, es posible realizar un primer diagnóstico. “Lo importante es diferenciar una pérdida cognitiva benigna, ligada a la edad o bien a consecuencia del stress y de las tensiones, del inicio de un deterioro cognitivo progresivo, como una forma precoz de Alzheimer, algunas manifestaciones del Parkinson o demencias de origen vascular con pérdida de funciones”, dice el neuropsicólogo.
En este sentido, es más alarmante comenzar a tener dificultades para usar herramientas cuyo manejo se conocía bien, que es un trastorno de la memoria no verbal, que olvidar simplemente nombres.
Goldfarb afirma que si bien existen problemas cognitivos severos antes de la vejez (por ejemplo, treintañeros que tuvieron encefalitis y quedan amnésicos o gente de 45 que tuvo infartos cerebrales y sufrió lesiones), los olvidos de los adultos jóvenes suelen vincularse con motivos emocionales.
“Para recordar -expresa el licenciado- el cerebro arma una cadena de procesos y el primer paso es prestar atención: cuando algo llama la atención, genera concentración y permite la incorporación de la información, lo que fabrica un engrama para recordar. La atención y concentración del estresado , el ansioso o el deprimido son más débiles. Por eso el engrama de recuerdos y la recuperación también lo son.”
Los tratamientos de rehabilitación de funciones cognitivas son muy efectivos entre personas jóvenes (por ejemplo, amnésicos posencefalíticos o posmeníngeos) y permiten mantener las capacidades entre los mayores. Una forma de acompañar a quienes sufren trastornos severos de memoria es posible a través del grupo gratuito de autoayuda para familiares de estos pacientes, que se reúne el 4° viernes de cada mes, a las 20, en la Fundación Thomson, La Rioja 951, Buenos Aires (011-4957-4770, hasta las 14).
“Existe una amplia batería de softwares diseñados para ejercicios de memoria, concentración y atención que se usan en casos más severos –concluye Goldfarb–. Cuando los olvidos son por stress, la recomendación es frenar el ritmo acelerado y volver al aquí y ahora. Si no, la vida parece algo superficial y pasamos como volando por encima de las cosas. Y eso vuelve más difícil recordar.”