"En los últimos 20 años hubo una franca mejoría de la salud en la región"
Es una mujer de ojos y mirada muy bonitos. Sencilla, elegante, sonriente, Mirta Roses Periago, nacida hace 56 años en Santa Fe y criada en Villa Carlos Paz, Córdoba, es la primera mujer candidata a directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Y es argentina.
La OPS, que agrupa a 38 países de las tres Américas, cumple el año próximo su primer centenario. Entidad pionera, fue fundada antes que la organización sanitaria de los países europeos y aun antes que la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En septiembre de 2002, cuando la OPS realice su Conferencia Sanitaria Panamericana en la sede de Washington se sabrá quién, de los tres nominados (además de Roses, Juan Antonio Casas, funcionario de OPS de Costa Rica, y Jaime Sepúlveda Amor, director del instituto de salud pública de México), ocupará la dirección de la organización durante los próximos cinco años.
"Sí, tenemos buenas perspectivas -explica la doctora Roses Peirago a LA NACION-. Ingresé en la OPS en 1984 y desde 1995 soy subdirectora. Mi actual candidatura, propuesta por el gobierno argentino, recibió el inmediato apoyo de Uruguay, Paraguay y Bolivia (en ese último país fui representante de la organización), además de otros países del Caribe, donde la noticia tuvo buena acogida porque también trabajé en esa zona.
-¿Cómo ve la situación sanitaria del continente?
-En las últimas décadas, indicadores como expectativa de vida, mortalidad infantil o control de enfermedades experimentaron franca mejora. La distancia entre los países latinoamericanos y los más ricos del continente, Estados Unidos y Canadá, se achicó. Y esto aunque hace dos décadas que el continente no logra un crecimiento económico, y la salud es mucho más sensible a esos determinantes que a los servicios.
-¿Esto qué significa?
-Una cosa son las acciones directas de salud, a través de la acción médica sobre las personas y otra son las condiciones de vida, que dependen del ingreso o, mejor dicho, de las diferencias entre los ingresos. En este aspecto, no debemos olvidar que el nuestro es el continente más inequitativo del mundo. Y aun así, si se toman los sectores sociales, como educación, trabajo, vivienda, agua o saneamiento, la ganancia más grande ha sido en salud. Estamos con promedios de expectativa de vida de 70 años: una ganancia casi de 20 años en 30 años. Es un efecto combinado y múltiple que permitió remontar, incluso sobre esos determinantes adversos.
-¿Qué hizo posible esta mejora?
-Por un lado, las políticas impulsadas desde la década del 70 en salud y que se concretaron con la estrategia de atención primaria, promotores de salud, una propuesta participativa, con mucha movilización social, con tecnologías de bajo costo y gran impacto como la vacunación, la rehidratación, la desinfección del agua, la incorporación de micronutrientes como el yodo en la sal o el flúor en el agua. Todo esto, más el hecho de que la ciudadanía, más allá de los niveles de alfabetismo que tenga, disponga de información sanitaria. Y, por otro lado, que el continente tenga muchos recursos en salud. No solamente médicos (posee la mayor cantidad de médicos por habitante luego de Europa occidental) sino también enfermeros, veterinarios, odontólogos, nutricionistas, bioquímicos, bioanalistas, kinesiólogos, promotores de salud, estadísticos...
-¿Cuáles son los mejores modelos sanitarios en las Américas?
-Hay una curiosidad. Los países con C tienen mejor sistema: Costa Rica, Chile, Cuba y Canadá han sido siempre los sistemas mejores porque son más igualitarios: la gente tiene un acceso más equitativo a las posibilidades de salud.
-¿Estos países gastan más que otros?
-Al contrario. Gastan menos, pero son más eficientes. Es una falacia que hace falta más dinero para una mejor atención.
-¿Y qué decir del sistema de salud de los norteamericanos?
-Estados Unidos tiene 40 millones de habitantes sin cobertura. Es un sistema excesivamente tecnológico, muy fragmentado, con mucha duplicación y despilfarro. Están muy fragmentados los sistemas de seguro con respecto al acceso, que es un problema que en parte tiene la Argentina.
-¿Y esto qué implica?
-Toda atención tiene un costo. El sistema está formado por una bolsa de financiamiento, una bolsa de prestadores que son los que hacen la acción concreta y muchas veces una bolsa de administradores. A veces están juntos los tres actores: en Cuba, por ejemplo, financia, administra y ejecuta el Estado nacional y no hay otro proveedor. En Canadá hay un sistema de financiamiento, todos contribuyen a un pozo común. Hay un administrador único, que es el sistema único de salud y muchísimos proveedores. Entonces las personas acceden a cualquier proveedor. No tienen que ir a un lugar determinado. En cambio, en los sistemas fragmentados sólo se puede acudir a los proveedores que aceptan un financiamiento. Por ejemplo, los profesionales de una cartilla médica. En cambio, cuando no existe esa fragmentación, el ciudadano accede a cualquier prestador que es ciego al sistema de financiamiento. El financiamiento sigue al paciente y no al revés. No es que estos sistemas estén exentos de problema, pero son más equitativos.
-¿La Argentina podría tener un sistema sanitario semejante?
-No estuvimos muy lejos de eso cuando tuvimos un gran prestigio y calidad en el sector público, igual de lo que ocurría en el transporte o la educación, hace 30 o 40 años. Para mi generación, haber ido a la escuela pública o que la madre fuera directora de escuela y el padre jefe de la estación de ferrocarril era más prestigioso que ser bancario, el otro oficio reconocido. Hasta determinado momento, lo público fue un valor muy confiable. La gente no desprecia al hospital, le duele que esté mal. Todavía nuestra sociedad reconoce un gran prestigio al hospital público. Es un hijo querido. Es perfectamente posible que el hospital público funcione bien, pero el sistema de salud de un país comparte los mismos problemas que el educativo, el de transporte o el bancario. Y en la Argentina ninguno de ellos son eficientes.
Identikit de la elegida
En la Argentina: médica cirujana, especialista en clínica y epidemiología y diplomada en salud pública por la UBA y la Universidad Federal de Bahía, Brasil. Trabajó en el programa de Fiebre Hemorrágica Argentina y en el Programa Nacional de Lepra. Fue directora nacional de Institutos de Investigación.
En el mundo: ligada a la Organización Panamericana de la Salud desde 1980, donde es subdirectora desde 1995. Trabajó en el Caribe y en Bolivia.
Personal: está casada y tiene cuatro hijos (Cecilia, de 28; María Victoria, de 25; José Manuel, de 22, y María Eugenia, de 20).