
Buenos samaritanos
Por Diego Fares Para LA NACION
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En los días de frío, los que lo sufren en la calle se nos vuelven presentes con crudeza. Podemos sentir lo mismo que ellos y darnos cuenta (porque nosotros mismos tenemos frío) de lo que debe ser pasar la noche a la intemperie, con poco o nada de abrigo. El frío es más compartible que el hambre porque lo sentimos al mismo tiempo que el otro: al pasar rápido por la calle camino a casa a calentarnos vemos a alguien acurrucado entre cartones y, con suerte, alguna frazada, y por un instante experimentamos el mismo frío y desamparo que se nos cuela. Entonces las palabras no alcanzan y hay que pasar a los gestos. Buscar una frazada y compartirla con algún prójimo que vemos tirado junto al camino.
Los gestos nunca quedan cortos en calidad: para ese que yo ayudo, ahora y aquí, el gesto vale infinitamente. Y así nos lo agradecen: infinitamente.
Eso sí, los gestos quedan cortos en cantidad y en tiempo: uno solo no puede ayudar a muchos todos los días. Esto hay que hacerlo notar: la lógica de la solidaridad implica la justicia: "Hacemos falta todos, con todas las estructuras de la sociedad, para ayudar a todo hombre y a todos los hombres". Pero hacemos falta "no de cualquier manera, sino con un corazón samaritano.
Aquí es donde nos ilumina la parábola del Buen Samaritano, como texto que trasciende toda religión formal porque destaca precisamente el gesto de alguien que no es religioso, y que al encontrar a un hombre que fue asaltado y abandonado medio muerto al lado del camino, lo socorre y lo conduce a una posada cercana para que pudiera recomponerse.
El lo vio al herido porque era una persona que andaba atenta a los prójimos, una persona que estaba dispuesta a conmoverse.
¿Qué hacer con el que está en la calle? Impresionan los últimos gestos del samaritano: llevar al herido a la hospedería, cuidarlo, pagar, prometer pagar lo que se gaste de más y regresar. Son gestos de inclusión social, de colaboración con otros en una obra integral y a largo plazo. Porque el samaritano desea que el otro se recupere íntegramente, como persona, en todas las dimensiones de su existencia.
El autor es director del Hogar San José






