De la negación a la acción: el desafío de acompañar a un familiar adicto
Un camino largo y difícil, donde cada uno juega un rol clave y en el que buscar culpables no solo no aliviana el recorrido, sino que lo vuelve mucho más arduo. Así describen los especialistas parte de lo que implica atravesar, para una familia que tiene un miembro con una adicción, el trayecto de la recuperación.
En plena cuarentena para prevenir la propagación del COVID-19 y en un contexto donde los niveles de incertidumbre y estrés escalaron por las nubes, el impacto sobre los grupos más vulnerables –entre ellos, las personas con adicciones –, fue quedando en evidencia durante las últimas semanas.
¿Qué hacer si, durante el aislamiento, descubrimos que un ser querido tiene una consumo problemático? ¿A qué señales de alerta debemos estar atentos? ¿Cómo acompañarlo? Esas son algunas de las preguntas que se reproducen en miles de hogares de la Argentina.
"No hay un solo modelo de familia y, por lo tanto, no hay una sola forma de acompañar a quien tiene una adicción", advierte como punto de partida Gabriela Torres, titular de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación (Sedronar) y licenciada en trabajo social. En todos los casos, lo que nunca es recomendable es cargar las tintas en la persona adicta o señalarla como "la oveja negra". "No sirve echarle la culpa, ponerla fuera de la trama familiar como si fuera un extraterrestre y nuestras relaciones no tuvieran nada que ver", señala la titular de la Sedronar.
La pregunta clave no es qué te pasa sino qué nos pasa: se trata de un replanteamiento de roles donde cada miembro del hogar se ve implicado
Para ello, hay que desarmar la idea de que hay un culpable, ya que muchas veces esa persona es un síntoma de algo que pasa en la familia. Hablar del tema y no ocultar la situación, debería ser lo primero. Es un delicado equilibro entre darle espacio a alguien y que no se sienta solo. Torres sostiene que la pregunta clave no es "qué te pasa" sino "qué nos pasa": se trata de un replanteamiento de roles donde cada miembro del hogar se ve implicado.
En esa línea, Débora Blanca, psicóloga, especialista en juego compulsivo y directora de Lazos en Juego, considera que el momento en que la familia empieza a reconocerse como parte del problema, no como "observador o testigo impotente", es clave.
"Este reconocimiento posibilita que advenga otro modo de vincularse con el paciente para favorecer su recuperación", dice Blanca. Y, coincidiendo con Torres, señala que hay que romper con categorías que "siempre llevan a lugares que no nos permiten avanzar": la víctima y el culpable, el bueno y el malo. Según la psicóloga, se trata "de pensarse falible, de entender que todos podemos equivocarnos y de darle lugar a eso".
La adicción como síntoma
Los referentes consultados por LA NACION enfatizan que, independientemente de que implique o no el uso de sustancias, la adicción aparece siempre como una válvula de escape, un "tapón" que busca dar contención a un conflicto que la persona no encuentra forma de resolver. No cualquiera desarrolla una adicción y, mucho menos, de la noche a la mañana.
Para que eso ocurra, intervienen una variedad de factores que vuelven a las personas más vulnerables, entre ellos, la predisposición genética, patologías de base y su situación familiar. Lo característico de una adicción es que empieza a tomar toda la vida de la persona, afectando las relaciones familiares, laborales, la salud psíquica y física, entre otras cuestiones.
Para los psicólogos, la cuarentena puede convertirse en un espacio de redescubrimiento y en la oportunidad de pedir ayuda terapéutica.
"En un momento propicio para que quienes no están en tratamiento puedan comenzarlo", dice Blanca. En ese impulso inicial para pedir ayuda, la familia suele ocupar un rol clave, así también como durante el resto del tratamiento. "Siempre habrá más posibilidades de recuperación si se la incluye. Por otro lado, en todas las adicciones hay una ausencia del registro de la enfermedad por parte de quien la tiene: creen que pueden solucionarlo solos o controlar el problema. Por eso, el primer paso suelen darlo los familiares", sostiene la directora de Lazos en Juego.
Así le pasó a María. Tiene 43 años y recuerda que llegó a Jugadores Anónimos (JA) el 15 de abril de 2016, derrotada por el juego. "Estaba absolutamente destruida en mi dignidad como persona. El juego para mí era una evasión porque la realidad que vivía era insostenible y no le encontraba salida", cuenta. Para ella, el rol de su hermana fue fundamental. "Me acuerdo de que me daba mucha bronca ver el 0800 para pedir ayuda en el baño del casino, porque yo sabía que tenía un problema pero no lo quería reconocer", cuenta.
Estaba absolutamente destruida en mi dignidad como persona. Mi hermana me dijo: 'vos tenes un problema con el juego'. Fue lo mejor que podrían haberme dicho.
Hasta que una de sus hermanas se animó a enfrentarla e hizo el primer pedido de ayuda. "Me dijo: 'vos tenes un problema con el juego'. Fue lo mejor que podrían haberme dicho. Si uno no puede parar, esta enfermedad te lleva a tres caminos: la locura, la cárcel o la muerte. No hay otra", asegura María.
Blanca habla de la "coadicción", un concepto que implica que, en las familias, cada uno tiene un poco de responsabilidad respecto a lo que pasa. "Hay distintos tipos de responsabilidad y eso es algo que hay que desandar en el tratamiento. A veces durante años, la familia niega, no quiere darse cuenta, porque si reconoce que hay un problema tiene que ponerse a trabajar con eso. Es arduo y doloroso, pero fundamental", describe la psicóloga.
Para Pablo Rossi, director de Fundación Manantiales, darse cuenta de la adicción de un ser querido desata casi siempre un síndrome de alarma en el grupo, con angustia y preocupación, que no siempre se vehiculizan de la forma más conveniente.
No entrar en pánico, ocuparse y buscar ayuda especializada es, para Rossi, fundamental. La serenidad permite evitar situaciones violentas, discusiones inútiles, actitudes condenatorias y acusaciones humillantes que perjudican aún más la relación, de por sí endeble.
Los pasos a seguir
¿Qué pasa si la persona se niega a recibir ayuda? Lo que propone Blanca es que el familiar empiece por su cuenta a tener entrevistas con profesionales. "Si la familia se pone a trabajar en ciertas cuestiones, puede pasar que luego quien tiene la adicción también se decida a empezar", dice Blanca.
El sentimiento de soledad y el aislamiento autoimpuesto suelen ser dos características que pueden profundizarse en quienes tienen una adicción. "Lo que no hay que hacer es marcarle que está solo. Amenazas como ‘sin dejas de consumir, me voy’, no suelen tener buenos resultados", indica Torres.
Para la titular del Sedronar, las charlas familiares no deben ser interrogatorios, sino espacios de escucha donde se registre al otro. ¿Por qué hay que pedir ayuda profesional? "Porque muchas veces es fácil que esa conversación termine en echarse mutuamente culpas –reflexiona Torres–. Me gusta transmitir a las familias que hay que hablar desde el amor y acompañar".
¿Cuáles son los síntomas a los que hay que estar atentos? Torres los resume en uno: cuando alguien empieza a perder el deseo por la vida, cuando no le interesa nada y deja de hacer cosas que antes disfrutaba, puede ser una señal de que hay un consumo problemático.
Algunas de las señales
- Ausencias y desgano: fuera del contexto de cuarentena, suelen darse respecto de actividades de las que antes disfrutaba la persona, como reuniones, salidas con amigos o eventos familiares. También es muy frecuente la ruptura de vínculos o que aparezcan nuevas "amistades".
- Inestabilidad emocional: irritabilidad, ira, tristeza, desgano, desconcentración, insomnio y cambio de hábitos en el sueño, ansiedad, abulia. También se da un abandono del propio cuerpo y aspecto. Muchas veces dejan de ir al médico, al odontólogo, de hacer actividad física.
- Problemas en el trabajo o el ámbito escolar: conflictos, bajas en el rendimiento. Puede darse un abandono de los estudios.
- Relatos que se contradicen: los engaños comienzan a hacerse más visibles. Mentiras, ausencias injustificadas del hogar, cambio en su rutina, conductas extrañas, aislamiento.
Marizú Olivera Orquera, directora ejecutiva Al-Anon –una asociación civil que brinda ayuda y contención a familiares o amigos de personas con alcoholismo– sostiene que reconocer que el beber de un ser querido molesta, enoja o frustra, y que es un problema que afecta a toda la familia, no es fácil. En los grupos de pares, se busca la contención al compartir experiencias, fortalezas y esperanzas con otros familiares que viven situaciones parecidas o similares. "Se adquiere información sobre el alcoholismo, se escucha y se comparten sugerencias y literatura. Vamos aprendiendo a comunicarnos con nuestros seres queridos en forma más calmada", cuenta.
Graciela F. es miembro desde hace 10 años y 10 meses de Jug-anon, un grupo de autoayuda para familiares y amigos de jugadores compulsivos. Plantea que, como familia, los desafíos son enormes: tener paciencia, acompañar, contener, no bajar los brazos. "Llegué a la organización por mi esposo, que tenía una adicción a las carreras de caballos. Todo eso quedó en la historia y mi casa cambió para bien", afirma, aliviada.
Sin embargo, sabe que "convivir con esta enfermedad es una experiencia devastadora" y que "la adicción al juego no se cura, se detiene y se pueden recuperar, pero siempre va a estar, porque puede haber una recaída".
Para Graciela, si bien muchas parejas, padres, madres, hijos y amigos llegan a las reuniones pensando que van por el jugador, terminan describiendo que van por ellos mismos. "Nosotros también estamos enfermos: de culpa y resentimientos, angustiados, agobiados, desconfiados, sintiéndonos traicionados. Tenemos un montón de sensaciones que no entendemos y en los relatos del grupo vamos desmenuzando", señala. Y agrega: "Trabajamos sobre nuestra persona: si en la casa, por ejemplo, hay peleas, tratamos de no entrar en esas discusiones y esperar el momento para hablar cuando las cosas se calmen".
Poco a poco, van surgiendo hábitos nuevos, aunque siempre pueden haber recaídas, tanto para la persona adicta como para su círculo de contención. "Sabemos que empezando a cambiar nosotros mismos hay una gran posibilidad de que el otro cambie", resume Graciela.