Los hospices: un lugar donde las personas sin recursos encuentran una familia
Asisten a aquellos que están atravesando una enfermedad crónica o que amenaza su vida
Ángel tiene 63 años y es fanático de River. En su cuarto, cuelgan fotos que lo muestran en el Monumental abrazado a Marcelo Gallardo, entrenador del equipo. "Me llevaron a conocerlo", explica desde su cama. El sueño del pibe, cumplido.
Hace un año que Ángel, un fletero de Talar de Pacheco, vive en el hospice El Buen Samaritano, en Pilar. Estaba internado en el Hospital de Vicente López, por un cáncer de mama con metástasis múltiple en pulmón y huesos, cuando le ofrecieron trasladarse allí. "Enviudé hace seis años. Cuando me diagnosticaron, estuve siete meses en mi casa, pero era imposible seguir viviendo solo", dice Ángel. "La primera vez que me hablaron de este lugar, no quería saber nada: tenía miedo a lo desconocido. Pero desde que llegué, no me quiero ir más. No sólo me dieron medicamentos, un plato de comida, un baño caliente, sino también mucho amor." Para él, "hogar dulce hogar" resume el espíritu del hospice.
Matías Najún, fundador de la institución, explica que el hospice es "un modelo de cuidado, competente, compasivo, humanizado y paliativo, para personas que están atravesando una enfermedad avanzada, crónica o que amenaza su vida". Y cuenta: "Hay un equipo de profesionales y voluntarios, especialmente capacitados, que crean una combinación maravillosa. Queremos ser familia para quienes no tienen dónde estar o quién los cuide en el final de su vida". Quienes son recibidos en el hospice son llamados "huéspedes", no pacientes. "No acompañamos a morir a la gente, sino a vivir el tiempo final. Ése puede ser un momento de crecimiento personal", dice Najún.
Bernardo Menéndez, voluntario de la institución, cuenta: "Este hospice tiene seis camas y recibe de forma gratuita a personas sin recursos económicos. Cuando en el hospital les dicen que no hay nada más que hacer, empieza nuestro trabajo".
Junto a la cama de Ángel, con delantales blancos en los que llevan cartelitos con sus nombres, están Ana Deluca, de 50, y Jessica Zeballos, de 27 años: dos de las 140 voluntarias.Ana se acomoda con la guitarra: "Ser voluntaria en este lugar fue un llamado que yo no esperaba -explica-. Pero me formaron acá, y me di cuenta de que había mucha hacer, desde rezar cantando hasta poder transmitirles a los huéspedes el amor de Dios a través de un gesto o una caricia."
Nelly llega a Hilarión de la Quintana 2125, en Olivos, cerca del mediodía. Tiene 85 años y viene desde Boulogne para visitar a su hermana Beatriz, de 83, una de las huéspedes de la Casa de la Esperanza, del Hospice San Camilo. Fundado en 2002, fue el primero en la Argentina.
Las voluntarias la reciben con un cariño que la conmueve: le ofrecen un vaso de agua fría para que se recupere del viaje, pero ella sube sin perder un instante al primer piso. Beatriz la espera en su cama y cuando se abrazan el tiempo se detiene: no sólo para ellas, que se quedan inmóviles entre frases de afecto ("te quiero", dice Nelly; "estoy muy bien, muy cuidada, no te preocupes", responde Beatriz), sino que las enfermeras, voluntarias y hasta Irma, la huésped que comparte el cuarto, parecen contener el aliento.
Modistas, como su madre, las hermanas vivieron juntas desde que enviudaron hasta hace un mes, cuando a Beatriz tuvieron que internarla por un cáncer avanzado. "Ahí no estaba nada bien: no comía, tenía mucho dolor. Sufría muchísimo", recuerda Nelly. "Ahora, estoy tranquila. Acá la miman mucho: es como una familia."
Socorro Ham, una de las voluntarias, cuenta: "La primera vez que pregunté cuál era la misión de este lugar, el padre Juampi Contepomi, su fundador, me dijo: «Es el hogar y familia de quienes no los tienen. Y, en el caso de que los tengan, nosotros nos sumamos»". Y agrega: "No es un lugar, sino una filosofía de acompañamiento. Estamos donde está el enfermo. Puede ser en su casa, el hospital o el hospice".
Pilar Vallilengua, también voluntaria, agrega: "Esta casa tiene nueve camas, y la prioridad es para los más necesitados entre los necesitados". Sin embargo, se brinda orientación a cualquier persona que esté en el final de su vida o que tenga un familiar en esa situación.
Socorro aclara: "Si bien el hospice es una obra de la Iglesia Católica, está abierta a todos, sin importar su credo. Lo que vemos todo el tiempo que se genera es un ahondamiento en lo espiritual: la etapa final de la vida es, por excelencia, una de balances e introspección". Y agrega: "El mensaje hacia el huésped es: «No podemos curarte, pero sí cuidarte y acompañarte hasta el final. No vas a estar sólo». Ésa es nuestra misión".
Cómo colaborar
Hospice Buen Samaritano
Hospice San Camilo