Los payasos de hospital que aplican el poder “sanador” de la risa
Son pasadas las 17 de un viernes de mediados de febrero cuando Colorete, Puchini y Cogote se reúnen en el hall de un sanatorio. Con camisas de colores, tiradores, bermudas y medias a rayas hasta las rodillas, no pasan desapercibidos. Se mueven como en su casa: saludan a quienes están en la sala de espera, intercambian abrazos con los que se cruzan en los pasillos, le aplican sus "palabras mágicas" a un bebé que lleva una mujer a upa "para que duerma toda la noche" y hacen volar en sus brazos a una nena de unos cinco años.
Todo eso, mientras se dirigen al piso de pediatría, donde los recibe la sonrisa de una joven enfermera. "¿Qué tenemos hoy?", le pregunta Colorete. Ella va enumerando las habitaciones y detallando rápidamente: en una, está Delfi, una nena de 7 años a la que le están haciendo quimio; en otra, Milagros, una adolescente de 18 que acaba de pasar por una compleja cirugía en su cabeza; y la lista sigue. "Vamos a empezar el viaje", dice Colorete antes de abrir la primera puerta.
Colorete es el nombre de clown de Hernán Espantoso Rodríguez (50), fundador de Alegrañatas, una organización que reúne a unos 60 payasos voluntarios de hospital -el más chico tiene 20, el más grande 60-, para quienes su misión es "llevar alegría a través del juego y la fantasía" y "hablar con los pacientes desde el corazón". Ése es el "viaje" que inician todas las semanas en el hospital Houssay de Vicente López; en el Materno Infantil de San Isidro; en el centro Fleni de Belgrano y en el Cemic de Saavedra; además de en escuelas y otras instituciones.
"Lo que hacemos es acompañar, y cuando uno acompaña a un paciente se mete en su mundo. Nosotros siempre anestesiamos el momento: el objetivo es poder sacarlos, por un rato, de la tristeza que pueden estar atravesado", explica Hernán. "El vínculo se genera a través de la emoción: siempre digo que nuestro combustible es pura empatía. Con muy poquito el clown crea un mundo. A veces no somos muy concientes de lo que generamos: pero es magia", asegura.
Esa magia es la que despliegan cuando hablan un idioma secreto, de señas y sonidos extraños, con Delfi, que se ríe (al igual que sus papás) a carcajadas; o cuando Puchini y Cogote compiten en una carrera de natación, mientras Milena, que tiene 12 años, les toma el tiempo desde su cama. No hay técnicas ni recetas: su lenguaje se construye a partir de la improvisación. "Vivimos en el mundo de las sorpresas. No hay fórmulas: las fórmulas son las historias de cada paciente", sostiene Hernán. Aquellas son, precisamente, el alimento con el que los payasos construyen su arte.
"Nos conectamos con la historia del paciente y construimos un juego con lo que él nos regala y nos comparte. Él es el sabio y nosotros los aprendices: ser payaso de hospital es aprender a recibir, no a dar", subraya el fundador de Alegrañatas. Y detalla: "Con las herramientas del clown transformamos lo negativo en positivo, y logramos que se olviden por un rato de la enfermedad. Les preguntamos, por ejemplo, cuál es su sueño, cómo fue su primer beso o cuántas veces les dicen `te amo´ a sus papás si están presentes".
Al igual que lo hacen siempre, los payasos piden permiso antes de entrar en la habitación de Mili. "Somos arqueólogos y acabamos de encontrar una piedra preciosa", anuncia Colorete junto a la cama de la joven de nariz respingada, ojos achinados y dientes blanquísimos. "Hoy te proponemos sacarte todos los miedos, ¿qué te parece?", le pregunta el payaso. Mili acepta con una risa algo nerviosa, y los clowns se toman de las manos haciendo una cadena: Colorete, une su dedo índice al de la adolescente, y entonces empieza la "ola" de brazos, mientras los tres se sacuden con fuerza. Cuando terminan, Cogote corre al baño llevando un paquete imaginario: son los miedos de Mili, que tira al inodoro. Aprieta el botón y las risas estallan.
"¿Cómo la describirían a ella?", interrogan luego los payasos a los amigos de Mili, que rodean su cama. Uno a uno, tienen que "pasar al frente" y decirle algo, lo primero que les salga. "Fuerte", "incondicional", "siempre con una sonrisa", son algunas de las frases que se suceden. Cuando llega el turno del papá, todos (inclusive los clowns) hacen un esfuerzo visible para contener las lágrimas. "Los acabo de conocer, pero ya los quiero. Muchas gracias: valoro mucho lo que hacen", dice la adolescente antes de despedirlos.
El primer flechazo
Alegrañatas nació en 2008, cuando Hernán, que por ese entonces ya era clown, decidió experimentar qué pasaba si llevaba su arte al ámbito hospitalario. La primera vez fue en el hospital de San Martín de los Andes. Fue como un flechazo. "Me impactó ver el cambio de rostros, de estados, el paso a la sonrisa. Cuando entré y vi que todo cambiaba, hasta las energías, dije wow: quedé enloquecido", recuerda.
En ese entonces, Hernán vivía en Olivos y fue al hospital de Vicente López a pedir autorización para hacer su magia. "Empecé durante unos meses por mi cuenta, hasta que de a poco se fue sumando gente. Se armó un proceso interesante de subas y bajas hasta que encontré la onda de contagio", relata.
El fundador de Alegrañatas explica que siempre avanzan "con mucho cuidado y respeto". "Si el paciente dice que no, es no", agrega. "Lo que hacemos es puro juego. Nos emocionamos y lloramos con los pacientes. Dejamos mucha paz, se relajan mucho: un abrazo siempre queda transformado en un aire positivo", concluye.
Cómo colaborar
Podés involucrarte desde el voluntariado como payaso de hospital, o se puede aportar como socio adherente haciendo donaciones que los permitan llegar a más hospitales y más personas.
www.alegrañatas.com.ar