“No quiero vivir más”: piden más personal para atender problemas de salud mental de los alumnos de las escuelas públicas porteñas
Tras la pandemia, los cuadros de ansiedad, depresión e ideas de muerte en niños, niñas y adolescentes crecieron exponencialmente; un grupo de docentes y psicólogos presentaron un proyecto de ley para aumentar los equipos de apoyo en jardines, primarias y secundarias de CABA
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A la chica la vamos a llamar Delfina, alumna de primer año de una secundaria pública porteña. Para todos, era la típica adolescente “chispita”, siempre entre las más más sociables y alegres del curso. Con las materias, andaba bien. Hace unos meses, la mamá de Delfi llegó destrozada a la escuela. Quería avisar que su hija se había suicidado. Unos días antes, ella misma la había encontrado sin vida al volver de trabajar.
La noticia fue un tsunami que arrasó con toda la comunidad educativa. “¿Qué fue lo que no vimos?”, se preguntan, hasta el día de hoy, directivos, docentes, preceptores y hasta el equipo de orientación escolar.
El contexto, de todos modos, no ayuda a la comunidad educativa a ver y llegar a tiempo: el aumento exponencial de cuadros de salud mental, problemas de convivencia escolar y vulneraciones a los derechos de niños, niñas y adolescentes desbordó las estructuras de acompañamiento psicopedagógico de todas las escuelas.
Lo dicen docentes, pero también profesionales de los equipos de orientación escolar, integrados por psicólogos, psicopedagogos y asistentes sociales, quienes trabajan articuladamente con los jardines de infantes, primarias y secundarias, justamente con la misión de prevenir, detectar y actuar ante este tipo de problemáticas.
“En las escuelas venimos hablando del aumento de los cuadros de salud mental en niños, niñas y adolescentes. Pero eso que quizás hace un año se veía como algo abstracto, nos empieza a tocar cada vez más de cerca. Todo se aceleró. Y esto hace que algunos cuadros que antes se veían de manera aislada en la adolescencia, como las autolesiones, hoy estén cada vez más presentes en 6° y 7° grado”, dice Federico Puy, docente de 4° grado de una escuela pública del barrio de Barracas.
Cuando un alumno de primaria de gestión pública manifiesta un problema de salud mental o da señales de ser víctima de algún tipo de vulneración de derechos, como violencia o abuso, se convoca al Equipo de Orientación Escolar (EOE). Hay un equipo por cada uno de los 21 distritos escolares de la ciudad de Buenos Aires, que deben intervenir ante situaciones que surjan en los jardines de infantes y las escuelas primarias de esa jurisdicción. Las escuelas secundarias, en tanto, se manejan con otras instancias de acompañamiento (ver más abajo).
“Si detecto alguna situación en un alumno y lo derivo al EOE de mi distrito, nadie me garantiza que el abordaje sea el adecuado porque los profesionales están desbordados. En los equipos, hay un profesional por cada 900 chicos. Entonces, lo más probable, es que la intervención sea más bien superficial. Las áreas de salud mental de los Centros de Salud y Acción Comunitaria (CESAC) y los hospitales también están desbordados, así que tampoco podemos articular por ahí”, denuncia Puy.
Puy es parte de un equipo de docentes, psicólogos, asistentes sociales y médicos que redactaron y presentaron en la Legislatura porteña un proyecto de ley que propone dotar de mayor cantidad de personal a los equipos de orientación que asisten a las escuelas de nivel inicial, primario y secundario de gestión pública, así como también garantizar que todas las escuelas secundarias tengan gabinete psicopedagógico propio.
El proyecto fue armado junto a las legisladoras del Frente de Alejandrina Barry y Andrea D’Atri (quien fue electa en las pasadas elecciones y asume el 10 de diciembre) y fue presentado en la comisión de Educación de la Legislatura el 19 de octubre pasado.
“Está situación se da en un contexto en el que en CABA el 40% de los pibes y pibas viven en hogares en condición de pobreza y sabemos que es muy difícil que accedan a un servicio de salud mental, porque los hospitales y los CESAC están desbordados”, sostiene Barry, quien agrega que, en lo que va del año, la comisión de Educación se reunió sólo una vez. Por eso pide: “Además de importancia, este tema tiene urgencia. Por eso necesitamos que haya predisposición política para que traten el proyecto”.
En los fundamentos del proyecto, los autores mencionan, a modo de ejemplo, lo que ocurre en el distrito escolar N°5, que abarca los barrios de Barracas, Pompeya, La Boca y Parque Patricios, con una comunidad estudiantil de alrededor de 15 mil niñas y niños: el EOE de ese distrito posee un personal de 14 trabajadores: siete a la mañana y siete a la tarde.
“Este proyecto busca promover una mayor presencia de profesionales en las escuelas para acompañar las diferentes necesidades y problemáticas psicosociales que se presentan. Los equipos tienen una tarea vinculada a la prevención, es decir, evitar que estas problemáticas aparezcan o se agraven”, puede leerse en uno de sus pasajes.
El trabajo de los equipos trasciende, muchas veces, la estructura escolar. Al volver a la presencialidad, la maestra de Nacho no podía entender la extrema violencia con que se relacionaba con sus compañeros. Entonces, la docente pidió la intervención del EOE. Gracias a eso, una asistente social se acercó hasta la casa del chico. Entonces supo que la mamá tenía cáncer y que, como no tenía quien la ayudara con el cuidado del niño, lo dejaba encerrado largas horas cada vez que tenía que someterse a algún tratamiento médico.
Hace un año, ante el caso de un alumno de 1° año del Lengüitas que había aparecido con un disparo en la cabeza en los bosques de Palermo y sobre el que sea había especulado con un intento de suicidio, el Ministerio de Educación porteño reconocía ante LA NACION que, con la pandemia, se agravó profundamente la salud mental de los niños, niñas y adolescentes de entre 10 y 19 años. Y sostenía que, en 2022, la detección de vulneraciones a los derechos de chicos y chicas en edad escolar había aumentado un 130% con respecto a los niveles prepandémicos.
“¿Qué hacemos con esto? Actuamos. Por eso, a partir de esta información y del aumento de casos de autoagresión y problemáticas emocionales vinculadas a la salud mental, en 2022 nos propusimos poner el foco en la emocionalidad como un eje central en el proceso de enseñanza y aprendizaje”, se lee en el documento entregado por el organismo ante aquel requerimiento. Allí también menciona haber implementado instancias de capacitación para los equipos de apoyo, la elaboración de dos guías y de un cuestionario autoadministrable para alumnos del nivel secundario. LA NACION intentó contactarse con funcionarios del área para esta nota, pero al cierre de la misma, no había obtenido respuesta.
“Los chicos te dicen que no quieren vivir más”
“No estamos para atender urgencias”, es la frase que suelen repetir, casi como un mantra, en el único equipo que tiene a su cargo la asistencia psicopedagógica de todas las escuelas secundarias de gestión pública de tres distritos escolares. Está compuesto por seis profesionales.
El tipo de asistencia psicopedagógica que reciben las escuelas secundarias es diferente al de los jardines de infantes y las escuelas primarias. Dado que, por ley, cada escuela secundaria debe contar con un Departamento de Orientación Escolar (DOE) integrado por profesionales de la Psicología y la Psicopedagogía, los equipos que asisten a todo el nivel medio están organizados por regiones educativas y se los llama equipos de Asistencia Socioeducativa (ASE). Hay ocho regiones en toda la Ciudad y cada región incluye a varios distritos.
Romina Faisca es trabajadora social e integra el equipo de Asistencia Socioeducativa (ASE) de la Región Sexta. Cuenta que, a pesar de la frase que tanto ella como sus compañeros repiten sistemáticamente, desde el retorno a clases después del aislamiento, la dinámica de trabajo cambió drásticamente. “La idea es que los ASE detecten situaciones de vulneraciones de derechos, fortalezcan a las escuelas en términos de convivencia y acompañen trayectorias educativas. Que nuestro trabajo haga foco en la prevención. Hoy tenemos mucho más caudal de trabajo en ese sentido. pero, a la par, se incrementaron otro tipo de situaciones que antes de la pandemia se veían, pero en forma aislada”, explica.
Faisca cuenta que los cuadros de autolesiones y de ideaciones suicidas se dan con un nivel de frecuencia alarmante. “Los chicos te dicen que no quieren vivir más o que no le encuentran sentido a la vida. La escuela debería ser el lugar en el que empiezan a construir su proyecto de vida, pero lamentablemente en muchos casos eso no ocurre”, reconoce.
Con hospitales y equipos de apoyo colapsados ¿qué instancia estatal tienen habilitada los niños, niñas y adolescentes para canalizar sus angustias? Federico Puy recuerda que, hace unos meses, una alumna le contó que su hermana mayor, adolescente, tenía ideaciones suicidas. “Enseguida me contacté con la mamá. Me contó que, como no tienen obra social, se aceró al CeSAC de su barrio para pedir un turno con un psicólogo. Consiguió para dentro de siete meses”, se indigna el docente.
El desafío de los docentes y los equipos es enorme: en paralelo al trabajo que realizan para intervenir adecuadamente ante cualquier vulneración de derechos o problemática de salud mental, tienen que evitar, con los recursos que tienen, que la escuela deje ser ser la caja de resonancia de lo que sucede por fuera de ella. “Toda la crispación social irrumpe de diferentes maneras en la escuela. Pero, cuando hay una intervención en tiempo y forma, no se llega a una situación crítica después. Para eso es clave detectar esas alertas”, reflexiona Faisca, consciente de que eso que suena tan bien en la teoría, hoy no siempre ocurre en la práctica.
Más información
- En las guías Hablemos de Suicidio y Hablemos de Depresión, de Fundación La Nación podés encontrar información sobre señales de alerta, a dónde recurrir en busca de ayuda, cómo acompañar a personas en crisis y mucho más sobre problemáticas.
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